Tatiana Sfiligoy fue la primera nieta recuperada por las Abuelas de Plaza de Mayo. Desde allì, es referente de derechos humanos y se la suele ver acompañando a otros nietos en los juicios por delitos de lesa humanidad. Pero, además, es psicóloga y escribió, junto a un periodista, el libro "En el nombre de sus sueños. 12 historias de vida de hijos de desaparecidos”, que sigue presentando en todo el país.
A Tatiana Sfiligoy, la primera nieta recuperada por las Abuelas de Plaza de Mayo en 1980, se la suele ver en los juicios por delitos de lesa humanidad. Hace unas semanas, acompañó a Pablo Gaona Miranda, el nieto restituido 106, en la sentencia donde se condenaron a sus apropiadores y a su entregador. “Soy bastante maternal y sé que tengo un valor simbólico que es fuerte por haber sido la primera. A Pablo lo seguí de cerca y me conmovió su historia. Él estaba nervioso, pero después del fallo lo sentí liberado”, dijo a Infojus Noticias. El año pasado, en la Feria del Libro de Buenos Aires, presentó “En el nombre de sus sueños. 12 historias de vida de hijos de desaparecidos”, que escribió junto a junto al periodista Danilo Albín. Desde esa presentación, Tatiana viaja por las provincias a contar historias que nunca antes se habían publicado.
Salir de Capital Federal, dijo, la enfrenta a otro país. “Existen lugares donde todavía hay fuertes resistencias a pensar que hubo Terrorismo de Estado con un plan sistemático amparado en el genocidio. Eso no me paraliza. Todo lo contrario, me dan más ganas de presentar mi libro y de averiguar cuáles son las razones para saber por qué ocurre tal negación”, explicó. Como autora, la primera nieta recuperada eligió aquellas historias que estaban un tanto ocultas: trayectorias de vida “que son complejas, que no eran las más conocidas”. En el prólogo de “En el nombre de sus sueños” se aclara su posición: “Desmitificar la figura del desaparecido, que implica humanizarlos, darles vida, subjetivarlos, darles cuerpo, mostrarlos cómo eran en lo cotidiano, alegres, vitales, optimistas, ningunos ‘perejiles’. Militantes de cuerpo y alma, con agallas y sobre todo jóvenes, muy jóvenes”.
La idea de investigar la vida de hijos de desaparecidos le “rondaba en la cabeza” hacía una década, hasta que se encontró con el periodista uruguayo Danilo Albín. “Él vive en España, pero había llegado al país a escribir algunas historias de desaparecidos. Cuando nos encontramos, sentí que teníamos un mismo propósito. Quise transmitir historias no tan públicas, de gente que conocí en la adolescencia y sintonizamos la búsqueda. Tardamos cuatro años en escribirlo, lo hicimos a la distancia, sin dinero y por puro deseo. Estaba tan obsesionada que le encontraba miles de errores, pero me convencí que había que sacarlo antes que permaneciera en la utopía. Y cuando salió, lo sentí como un parto”, se ríe Tatiana, de 41 años, que es psicóloga y trabaja en la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. Allí se desempeña en el Centro de Asistencia a Víctimas de Violaciones de Derechos Humanos "Dr. Fernando Ulloa", con un grupo de 20 profesionales. “Es un trabajo reparador –explicó-, y además de dar asistencia y contención en las audiencias de los juicios, brindamos capacitaciones en el país sobre las Leyes Reparatorias”.
En el libro, editado por Ediciones Fabro, hay un capítulo donde aparecen los discursos y acciones de los represores. “Mientras sus progenitores caían en manos de los verdugos y descendían a los infiernos, los militares y sus cómplices pronunciaban encendidos discursos del terror, planificaban nuevos secuestros y amparaban las atrocidades que se cometían en nombre de la sociedad ´occidental y cristiana´. Quisimos reflejar la contraparte en el hecho de que, mientras unos intentaban cambiar el mundo, otros buscaban fundar el horror”, contó. A ese fragmento, la llama como “la ideológica”: la necesidad de detallar “cuál era el sustrato de los dictadores y los civiles, por qué y cómo hicieron la ´guerra contra la subversión´”.
En el último capítulo se relata el desenlace de cada uno de los doce casos, reflejados en los juicios que los tuvieron como víctimas. Las historias del libro son las de Horacio Pietragalla, Nicolás Castiglioni, Victoria Grigera, Julia Dalila Delgado, Tatiana Sfiligoy, Mariana Tello, Polo Tiseira, Gustavo Godoy, Macarena Gelman, Martín Amarilla, Horacio de Cristófaro y Hugo Ginzberg. “Pensamos sus vidas en lo cotidiano, en las cosas que no parecen tener tanta importancia. Es un punto de partida para pensar un país. Y, a su vez, hacer una reflexión con lo que ocurrió en esta última década con los derechos humanos. Es una Argentina diferente, que se hace cargo de su historia y que juzga a los genocidas. Este libro es un homenaje a las víctimas pero también a los vivos”, subrayó y dijo que la aparición de Ignacio Guido “cambió el termómetro emocional de la sociedad, al principio me negué a creer que era verdad y después me emocioné tanto que hasta hoy me resulta difícil de digerir”.
La construcción de la memoria, para Tatiana, es un trabajo cotidiano. “No es algo espontáneo, lleva mucho tiempo –reflexionó-. Lograr que se hable de Terrorismo de Estado en todo el país llevará un esfuerzo de varias generaciones más. A pesar de todo, estamos vivos y somos felices. Ese es el mensaje del libro. Porque si bien cuenta historias que son duras, hay que trascender los golpes bajos. Existe una esperanza y está en la transmisión del amor de nuestros padres”, concluyó.
En 1977 Tatiana vivía con su madre, Mirta Graciela Britos, y su pareja, Alberto Javier Jotar. El año anterior su padre, Oscar Ruarte Perez, había sido secuestrado y desaparecido por los militares. En octubre de 1977 su madre y su compañero fueron también secuestrados-desaparecidos. Víctima del desamparo por el accionar de los represores, Tatiana–que tenía tres años- fue abandonada con su hermana bebé en una plaza de Villa Ballester.
Sin embargo, Tatiana no fue apropiada. Un juez internó a las niñas en un orfanato como N.N., a pesar de que ella conocía su nombre y sabía que la bebé era su hermana. En 1978 fue adoptada de buena fe por el matrimonio Carlos Sfiligoy y su esposa Inés, que se habían presentado en el juzgado de San Martín porque no podían tener hijos. Al poco tiempo, también adoptaron a su hermana.
Las Abuelas de Plaza de Mayo las encontraron en 1980. El matrimonio Sfiligoy había colaborado con ellas y con los familiares de las niñas. Ambas niñas permanecen hasta hoy como hijas adoptivas de los Sfiligoy –mantuvieron sus nombres adoptivos- y en contacto con su familia biológica. “Uno cree que todos los nietos restituidos fueron apropiados –contó-, pero mi historia fue distinta. Las Abuelas me ubicaron fácil porque todo había sido legal, no nací en cautiverio y tengo partida de nacimiento. No sufrí la mentira en carne propia, no sentí lo que sintieron otros nietos. Y eso me genera una responsabilidad para entender sus historias y estar cerca de ellos”.