Cómo analiza la Justicia esta jueza porteña que en 1978 se mudó en Santiago del Estero a patrocinar campesinos, y más tarde llegó por concurso público a la Sala II de la Cámara Federal de Casación Penal. Los momentos más desafiantes de su carrera y cómo hacer frente a los juicios mediáticos.
Ángela Ledesma tenía 40 años cuando comprendió que tomar decisiones la hacía sentir bien y emprendió el camino hacia la magistratura. Hoy es jueza de la Sala II de la Cámara Federal de Casación Penal, junto con Alejandro Slokar y Pedro David. Llegó por concurso público en una época en que no era frecuente. En su despacho de Comodoro Py hay libros, muchos expedientes sobre el escritorio y algunos recuerdos de Santiago del Estero. Porteña de nacimiento, se fue a vivir a esa provincia -que conocía por viajes en las vacaciones con misioneros- tiempo después de recibirse de abogada. Quería hacer tareas sociales. Allá patrocinó campesinos y atendió partos. Más tarde regresó a la ciudad donde está su oficina.
-¿Qué la acercó a la Justicia?
-Fue una vocación desde chica. Estaba en la primaria y mis compañeras me llamaban “defensora de pobres”. Cada vez que entraba una chica del interior la miraban con mala cara porque era provinciana, o porque tenía la piel más oscura. En esos casos yo siempre me ponía del lado del débil. Me nacía naturalmente. He llegado a agredir a una compañera que había fustigado verbalmente a una pobre chica que acababa de entrar al colegio. Le parecía tonta porque era provinciana. Yo me enojé y le di un empujón. Fue el único acto de violencia física de mi vida (risas). Era muy chica, tendría ocho años.
-¿Cómo evolucionó esa vocación de defensa del más débil?
-Cuando me recibí, primero ejercí la profesión en Buenos Aires. Estaba vinculada con un grupo de jóvenes misioneros con los que íbamos a trabajar al campo en Santiago del Estero. Yo formaba parte de un equipo y lo que hacía era la parte de asesoramiento jurídico a los que no tenían recursos, sobre todo en el interior donde había muchos problemas de tierra o familiares. La parte religiosa era sólo una más, primero tratábamos de asistirlos, los apoyábamos para armar pequeñas cooperativas, para adquirir granos y sembrar. Una vez me tocó intervenir en un parto. No tenía la menor idea de lo que había que hacer, pero no había quién fuera. Hubo que aprender a ponerse al frente de las situaciones. Íbamos allá con un grupo de curas italianos en las vacaciones, a mí me entusiasmaba mucho esa tarea social y a mediados del ’78, en la época del proceso militar, terminé yéndome al interior y viví un tiempo en el campo.
-¿Cómo fueron esos años?
-Fue una experiencia muy linda y muy rica. Aprendí mucho de la gente humilde, la más sabia, la que a uno más le enseña y la más generosa. Recuerdo haber llegado muchas veces a algunos lugares en el campo muerta de hambre, porque andaba todo el día en el coche y no tenía nada para comer, y ellos me daban lo que tenían, el mate con la yerba secada al sol, o me invitaban a lo mejor los únicos granos de soja que tenían. Siempre con una apertura enorme, que para mí ha sido muy linda. Después con la Universidad Católica de Santiago del Estero creamos el primer consultorio jurídico gratuito de la universidad. Siempre seguí ligada a esto grupos y atendiendo gratuitamente al que no podía pagar. Cuando me jubile, pienso volver a hacer una tarea de ese tipo.
-¿Cómo llega desde ahí hasta la Cámara de Casación Penal?
-Cuando iba cumplir mis cuarenta años, empecé a pensar qué era lo que más me gustaba y en ese momento me di cuenta que me sentía bien cuando hacía dictámenes. Me gustaba eso de tomar decisiones. Esta reflexión coincidió con una circunstancia familiar que a mí me motivaba para regresar a Buenos Aires, porque de lo contrario no habría regresado nunca. No fue fácil, primero estuve en un tribunal oral en San Martín, donde había otras mujeres también trabajando como juezas y nos apoyábamos entre nosotras. Pero menos fácil fue cuando llegué a Casación.
-¿Por qué?
-Yo llegaba a la Justicia Federal de la Capital Federal después de haber vivido muchos años en el interior, era una desconocida, me miraban con desconfianza. Hay gente que hoy me saluda con mucho cariño en la UBA, pero que en aquellas épocas no me saludaba. Se hacían los que no me conocían. Yo era nadie, mujer, y venía de una trayectoria en el interior. Todo esto fue fuerte. También ser la primera en llegar por concurso a la Cámara de Casación.
-¿Cómo fue ese concurso?
-Fue muy duro, pero siento orgullo también de eso. Siempre tuve la sensación de que no era candidata de nadie y que el Consejo tenía su propio candidato, con sus méritos, obviamente. Pero yo lo único que pedía era objetividad. Habiendo quedado primera por antecedentes, advertí que en la calificación de lo que había sido la prueba escrita le habían puesto algunos centésimos más a quien había resuelto en contra de la Constitución Nacional. Era una posición totalmente distinta a la mía, que era la que se correspondía con la Constitución. Sigue siéndolo, porque pasó a ser una jurisprudencia generalizada. Por suerte los cambios que se han venido dando en este tiempo en la Justicia se han sido acelerado. Y espero que lo sean más todavía, ha cambiado mucho nuestra jurisprudencia.
-La Sala que usted integra es una de las pocas de todo el Poder Judicial que hoy realiza concursos
-Es por un convencimiento de que tienen que llegar los mejores a los cargos altos. La Constitución manda que quienes ingresen a los cargos públicos deben medirse en términos de idoneidad, y me parece que es muy importante. La Justicia tiene que dejar de ser ese lugar donde se hace el favor a los amigos. Lamentablemente, la Justicia siempre ha sido muy de familia. Debemos dar la posibilidad a los que no tienen vínculos, por eso lo que tratamos de hacer en nuestro concurso es que sea abierto y lo más transparente posible. Que quien entre y ascienda, lo haga siempre con méritos.
"El gran desafío es juzgar respetando el debido proceso"
En enero la sala de feria de la Cámara Federal de Casación Penal rechazó el pedido de prisión domiciliaria de una mujer que pedía criar a su bebé fuera del ámbito carcelario. Los jueces entendieron que la pareja, una mujer, podía hacerse cargo del chico. El voto en disidencia fue de Ledesma, que priorizó el “interés superior del niño” y resaltó que la detenida era la madre biológica y la que lo amamantaba.
-En el caso de Ana María Fernández. Ahí había para mí un problema que rozaba la discriminación por su condición de gay. Había que tener mucho cuidado: estaban por un lado los derechos del niño y por otro, los de ella, que tenía el mismo derecho de cualquier otra mujer. Nos enfrentábamos a una decisión de la instancia anterior, que había esbozado alguna línea en el sentido de que el niñito tenía otra madre. Era muy fuerte. Yo estuve totalmente convencida de lo que tenía que decidir y finalmente tengo la satisfacción de que la Corte ha decidido en el mismo sentido, con sus propios fundamentos.
-¿Cuáles son las causas más difíciles?
-Hay causas que a uno le dan más trabajo por la calidad de los conflictos, como Cromañón. Tuve que meditarla mucho, comprendía el dolor de los padres y algunos me hicieron llegar cartas. Uno tiene un fuerte desafío por la estricta aplicación de la ley, pero por otro lado también está el peso de las víctimas, que a veces quieren más de lo que la propia ley puede dar. Pasa también con las causas de derechos humanos: el gran desafío es juzgar, pero respetando el debido proceso. Si no, tendríamos que renunciar a la Constitución y hacer lo mismo que hicieron ellos. No es que uno no se ponga en el lugar de las víctimas, pero a veces uno tiene que absolver a alguien porque no hay pruebas, aunque piense que es muy probable que se haya cometido el delito. Nos pasa muchas veces con las causas por delitos sexuales. Estas suelen ser las decisiones más complejas, en las que siento que me estoy jugando con todo, pero totalmente convencida. Aunque me critiquen amigos, familiares, vecinos o gente con la que me cruzo en la calle.
-¿Qué papel juegan los medios de comunicación?
-He logrado preservarme mucho, así que no me siento presionada mediáticamente. Leo lo estrictamente necesario y le huyo a la prensa amarilla. Pero sí estoy indignada con algunas cosas que están pasando, por ejemplo con periodistas que siendo abogados están haciendo el doble juicio y la condena mediática. Uno los creía un poco más serios. Y es doloroso porque uno no sabe hasta qué punto esa persona es culpable o inocente. La Justicia todavía no ha terminado de insertarse dentro de la sociedad explicando qué es lo que hace y cómo lo hace, y por eso da lugar a estos juicios mediáticos. Me parece importante también el poder instrumentar, como dice la Constitución Nacional, el juicio por jurados, de manera que la ciudadanía también participe y conozca las dificultades.
-¿Es posible que la pena cumpla una función resocializadora?
-Yo creo en la función de resocialización de la pena, más allá de que es el objetivo de la Constitución y de la propia normativa supranacional. Creo que es posible, pero también creo que nos tenemos que ocupar un poco más del problema de los presos. Pareciera que a la gente le interesa nada más que estén presos, y no qué es lo que pasa con ellos o cómo los tratamos. Me parece que hay una gran deuda, es antigua y no es fácil de solucionar, pero lo cierto es que hace falta que nos ocupemos. Todavía no está instalada la preocupación porque no hay suficiente conocimiento de cómo vive la gente en la prisión.
-¿Qué reformas pide la Justicia penal hoy?
-Argentina fue condenada en tres casos judiciales el año pasado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Dos de estos casos tuvieron directamente que ver con el funcionamiento de la Justicia. La CIDH nos tuvo que marcar en el caso Furlan que teníamos que mirar a los vulnerables de la Justicia. Es muy fuerte: que la Justicia no pueda reaccionar rápidamente frente al caso que lo necesita, que no pueda reaccionar con la debida rectitud frente a los más débiles. Me parece lo más acuciante, a la par de la necesidad de una reforma integral al modelo de enjuiciamiento penal. Aquí todos los delitos por corrupción terminan por prescripción, me llegan todos después de veinte años. No puede ser que nadie sea responsable. Tiene que haber mayores controles sobre la función que cumple cada uno en el lugar que le toque.
Ángela Ledesma tiene un vicio: la docencia. Sacrifica cualquier cosa con tal de enseñar y aprender. Fue docente de colegio secundario aun antes de recibirse. Y sospecha que se jubilará en la Facultad después que en la Justicia. También disfruta de la actividad física. Y ha desplegado un hobby: "soy piloto privado. Antes volaba, pero la gran cantidad de actividades que tengo ahora y el estrés que cargo me impiden hacerlo. Capaz cuando me jubile, si me da el cuerpo para el psicofísico, podré hacerlo y permitirme disfrutar los paisajes", fantasea.
-¿Cómo ve el proceso de democratización de la Justicia emprendido este año?
-Lo importante es que se ha puesto en la agenda pública y creo que el desafío es mantenerlo para que siga siendo una discusión fuerte. Yo creo que estamos viviendo un momento muy importante y que el cambio se va a ir dando poco a poco. Los que vienen, los jóvenes, serán los que lo van a vivir. Pero mi generación tiene el desafío de seguir apoyándolos e impulsándolos donde sea posible.