Flamante director de la AFSCA, Eduardo Rinesi fue propuesto por el Consejo Federal de Comunicación Audiovisual. Esta es su primera entrevista desde que ocupa el cargo.
“Creo que una de las razones por las que nos entusiasma mucho la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual es porque hace una apuesta a la diversidad”. Las palabras son de Eduardo Rinesi, actual rector de la Universidad Nacional de General Sarmiento, que desde el lunes integra además, el directorio de la Autoridad Federal de Comunicación Audiovisual (AFSCA). Filósofo y politólogo, Rinesi asumió el lugar que dejó vacante el ahora diputado nacional Eduardo Seminara. De esta forma, se suma al equipo que preside Martín Sabbatella. El resto del directorio está compuesto por Ignacio Saavedra, Néstor Avalle, Claudio Schifer, Marcelo Stubrin y Gerardo Milman.
–¿Desde cuándo sabés que sos el nuevo integrante del directorio de la AFSCA?
–En rigor asumí el lunes. Y la verdad es que un día antes de que la reunión del CoFeCA tuviera lugar, me preguntaron si me parecía bien ser nominado. La postulación la hizo muy generosamente el representante de las universidades, un colega de la Universidad Nacional de Quilmes. Esa nominación fue a fines de abril. A partir de allí la nominación se elevó a la Presidenta de la Nación y, desde el momento en que la recibió, corrieron los plazos legales para publicar mis antecedentes en los diarios, los días para las impugnaciones, etc., y la designación, que ocurrió el lunes pasado. Es todo muy reciente. Y me obliga también a leer cosas nuevas, distintas de las que venía leyendo. En mi universidad, como en muchas otras, hubo muchos trabajos que acompañaron todo el proceso de la Ley de Medios y el debate judicial posterior.
–¿Cómo te tomó la candidatura?
–Para mí es una alegría muy grande. Me meto en un baile muy distinto al que venía bailando hasta acá. La vida académica y universitaria me gusta muchísimo, y la seguiré manteniendo, por supuesto. En los últimos años se le había agregado la condición de rector, cargo al que no volveré a candidatearme para las próximas elecciones. No sé qué me espera en la AFSCA pero tengo la sospecha de que tendré un montón de laburo de lecturas, de discusiones y no quiero hacerlo con la mitad de la cabeza en la gestión universitaria.
–Tu designación como director es en representación de las Universidades Nacionales, ¿qué aportes hace la universidad a la escena pública actual?
–Las universidades deben tener la tarea de contribuir a levantar la puntería de los debates colectivos. En la universidad se investiga y se enseña muy seriamente y se forman profesionales competentes para intervenir en ciertos problemas. Y me parece que forma parte de las funciones de la universidad tratar de estar en las discusiones públicas. Eso no siempre es fácil. Los universitarios nos caracterizamos por hablar una lengua curiosa, una criptolengua. Me parece que hay un ejercicio interesante, difícil y desafiante para los universitarios que es conquistar una lengua en condiciones de intervenir en los debates públicos. Y hay una tarea en aprender a hablar esos lenguajes, que no son en los que presuntamente solo se puede hablar de los asuntos públicos cuando ese espacio público está formateado, in-formado, por los medios masivos de comunicación.
–¿Qué efectos políticos y ciudadanos tiene la massmediatización de los debates?
–Una parte del problema es el poder que tienen las gramáticas mediáticas para estructurar las formas del lenguaje público o al menos las formas más audibles. Y por cierto que una tarea posible es tratar de producir en esos lenguajes interrupciones creativas. No me parece, igual, que ese sea el único modo y no me parece que debamos aceptar que el único modo de hablar fuera de las aulas es el modo como se habla en los sets de televisión. Pero me parece que el espacio público es una cosa más compleja, más plural, más diversa, que además debemos luchar para que sea cada vez más diversa. Creo que una de las razones por las que nos entusiasma mucho la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual es porque hace una apuesta a esa diversidad.
–¿Cómo se interviene en esos escenarios?
–Si uno tiene un espacio público en el que conviven los grandes canales de televisión pero también las alternativas en el campo de los medios, me parece que se abre una pluralidad de opciones de intervención. Y muchas veces con tecnologías que son muy potentes los jóvenes de los grupos de militantes de las causas más diversas generan temas de agenda y logran que lo que dicen al día siguiente sea tomado por los medios grandes. Si tenemos un espacio público heterogéneo son múltiples las posibilidades de intervenir en él. Eso requiere una disposición que yo llamaría propiamente “intelectual” –en un sentido un tanto clásico de la palabra, opuesta a “académico”, que es lo que ocurre intramuros–.
–¿En qué medida la idea de democracia era puesta en jaque por la concentración mediática?
Cuando en virtud de mis nuevas funciones me puse a revisar otra vez la Ley de Medios advierto una definición del derecho a la comunicación perfectamente comparable a la del derecho a la educación universitaria porque es el mismo paradigma el que está en la base. Allí se dice “la comunicación es un derecho y el garante es el Estado”. Una de las tareas que tiene que hacer el Estado para garantizar el ejercicio de ese derecho es evitar las situaciones monopólicas u oligopólicas que impiden la pluralidad de las voces en las que consiste ese derecho. Ese derecho a la comunicación es un doble derecho. El derecho a comunicar, a expresarse sin coacciones y, del otro lado, el derecho a ser informado pluralmente y a recibir todas las opiniones. Para lo uno y para lo otro el Estado tiene que actuar.
–Hubo grupos intelectuales en la historia argentina que jugaron un papel en la escena pública muy importante, la generación del 37, los integrantes de Forja, etc., ¿creés que los intelectuales tienen hoy esa relevancia? Hay una escena reciente que es Néstor Kirchner integrando una asamblea de Carta Abierta al poco tiempo de su creación y luego, tras perder las elecciones de 2009, como el primer lugar al que ir, ¿qué indicó esto?
–La idea de que los intelectuales cumplen un rol a mí me incomoda porque no hay tal cosa. Lo que me parece es que en distintos momentos hay configuraciones que hacen más o menos interesantes o posibles o apasionantes para ciertos grupos la intervención más activa. Esa escena de Néstor es muy interesante. Uno podría decir que allí Néstor celebraba esa recuperación de la noción clásica de la vida intelectual como vocación de intervención en los debates públicos. Que festejaba en esa visita la existencia de un grupo de intelectuales, la mayor parte de ellos académicos relevantes pero que habían hecho la opción de –no digo en vez de, sino además– dar ese paso a una organización política para intervenir en el debate público. Y con un lenguaje distinto del de los medios, como para tener su peso propio, pero también distinto del de la academia. Esa actitud es la que yo llamaría intelectual en un sentido propio.
–Se acusó a esta hora política de producir polarizaciones, y rápidamente acuden otras tensiones de más larga data: civilización-barbarie, republicanismo-populismo. Vos en Las máscaras de Jano y en Política y tragedia subrayás una condición de lo conflictivo como constituyente de lo social, ¿qué se debate acá?
–Por un lado es evidente que el conflicto –nos guste o no, es un hecho– forma parte de la materia de la vida social y eso lo sabe todo el mundo. A mí me parece que lo más interesante de la filosofía política de Hegel para acá es el reconocimiento de que el conflicto es el motor positivo de la historia. Ahora que haya conflictos no significa que no deban ser procesados, es decir: no quiere decir que no deba existir la política exactamente como el conjunto de artificios, de instrumentos, de habilidades, de movimiento tendientes a hacer que la sangre del conflicto no llegue al río, como dicen las tías. La política es lo que hace que la sangre no llegue al río, nos detiene un paso más acá del abismo del sinsentido trágico. La tragedia ocurre cuando no hay política o es impotente. Por eso me gusta tanto esa escena de Hamlet, en que Laertes y Hamlet forcejean, se agarran a trompadas al borde de la tumba donde yace el cuerpo de Ofelia. Esa me parece que es una metáfora exacta de qué es la Historia, hombres luchando al borde del abismo pero siempre, por suerte, del lado de acá del borde; del otro lado no hay política, ni hay vida, hay la nada.