Rodríguez Otero es doctor en Historia. Es profesor de la carrera de Historia de la UBA, de la cual fue director. Señala las diferencias entre la dictadura argentina y los años del franquismo. Y explica los procesos de transición democrática entre ambos países.
Mariano Rodríguez Otero es doctor en Historia. Es el titular de Historia Contemporánea y de Historia de España en la carrera de Historia de la UBA, de la cual fue, además, director. Vivió cinco años en España. En esta entrevista con Infojus Noticias, comenta entre mate y mate algunas de las cosas que se deben tener en cuenta para comparar el franquismo y la última dictadura argentina, además de aportar las claves para entender los procesos de transición democrática, la búsqueda de la verdad sobre las violaciones a los derechos humanos y el enjuiciamiento de sus responsables.
-¿Son comparables la dictadura argentina y el franquismo?
-La dictadura argentina siempre jugó con tomar algún modelo del caso español, con la idea, además, de evitar una guerra civil. La dictadura argentina ocultó la mayor parte de sus crímenes. Incluso quienes aparecían como apologetas de la dictadura te decían “tendrían que haber hecho una lista como España”. Lo importante de Baltasar Garzón es que demuestra que en España ni siquiera había tal lista. Había alguna, sí, de gente ejecutada con juicio falso, pero hay muchos más enterrados en canaletas. Entonces al poner en concordancia ambos procesos, se demuestra que es mentira que el franquista era un modelo ya que ocultó dos tercios de sus muertos. También hay que pensar que Franco venía de una guerra colonial en África y había hecho algo que hicieron todas las potencias coloniales: causar un daño tan grande que durante más de una generación la población civil se quede acojonada. La idea es que, además, el que perdió la guerra toda la vida se va a acordar. Una guerra civil consigue que el que gana es amo del que pierde. Una anécdota: Heinrich Himmler visitó a Franco en el ’41 o ’42 y le dijo a las autoridades españolas: “Ustedes están fusilando demasiada gente”.
-¿Se quisieron juzgar las violaciones a los derechos humanos en España?
-Garzón lo intentó. El problema es que hace un auto judicial que enjuicia el final de la guerra civil y una parte del franquismo que no llega al ’75 (muerte de Franco) o ’77 (año de la amnistía). Eso le trajo grandes problemas judiciales porque incluso juristas, abogados y hasta jueces declarados de izquierda condenaron ese límite. Puso una fecha tal que todos los posibles condenados estaban ya muertos. Con respecto al fantasma de la Guerra Civil, hay una discusión: los crímenes de derechos humanos serían juzgables en todo el mundo, o debieran ser. Pero en la práctica no están siendo juzgados en todo el mundo. Sí es valioso que algo que arrancó como una veleidad española hoy la pueda continuar Servini de Cubría. Y una última cuestión: los políticos españoles de derecha, en su inmensa mayoría, no están dispuestos ni a condenar crímenes franquistas que hoy no tendrían culpables para ir presos. Que no lo hagan quiere decir que electoralmente les vale.
-¿Cómo fue la transición después de la muerte de Franco?
-Después de 40 años, fue necesario un esfuerzo para recordar el principio del franquismo. La canción de Ismael Serrano, “Papá cuéntame otra vez”, nos hace un flaco favor: la idea de que Franco es un viejecito tartamudo, un dictador oxidado y su padre fuerte peleaba contra él nos hace pensar en un franquismo en retirada. Pero ojo: ese franquismo pudo engendrar a algunos capaces de negociar con sus opositores. La transición fue negociada entre los viejos de la guerra civil y los jóvenes del franquismo. Todos estaban dispuestos a ceder algo, pero los franquistas seguían con un fierro en la mano y así decían: arreglemos que no me vas a juzgar y yo no le sigo pegando a tus hijos. Si no vemos así la transición, no hablamos de la realidad. No fue un boludo comprando un coche usado. España es una sociedad que no llegó a la transición de casualidad, así como no llegó a la guerra civil por casualidad. Más allá de toda la épica poética en la guerra civil, ésta se explica por los 50 años previos. Cuando la sociedad española se llama a olvido, lo decide a izquierda y a derecha.
-¿Cómo piensan España y Argentina las violaciones a los derechos humanos en sus respectivas dictaduras? ¿Hay teoría de los dos demonios en España?
-Es un problema comparar. España se planeó como un golpe de estado que terminó en guerra civil. Acá fue un golpe de estado que salió golpe de estado. Sería insensato aplicar la teoría de los dos demonios donde hubo guerra abierta. Sí podés decir: una parte de las crueldades atribuidas al republicanismo fueron excesos que el mismo gobierno republicano quiso controlar e incluso aplicarles (como pudo) formas judiciales. Entonces lo ves estadísticamente: las matanzas atribuidas al republicanismo se dan entre julio y diciembre del ’36. Cuando el gobierno consigue controlar su territorio, tenés presos, algunos muertos, pero no sembraron el terror matando adversarios. Ahora bien: nosotros tuvimos juicios y ellos no tuvieron nada parecido. Éste es uno de los pocos lugares del mundo donde hubo juicios, quizás el único. Corresponde reivindicarlos.
-¿Qué críticas se le hacen hoy a la transición española?
- Los países no van a parar a la guerra civil porque sí, por accidente. Nos encanta la poesía épica, el morir de pie, pero fue una derrota catastrófica, del proletariado y de toda la izquierda. Esa derrota tuvo consecuencias en la transición: dijeron “demos vuelta lo que pasó”. Y lo que pasó no se puede dar vuelta. Hoy la democracia está madura para criticar la transición, pero eso significaría criticar, por ejemplo, al rey. Hoy, con la crisis, sale a la luz una serie de quejas, protestas y limitaciones señaladas a la transición. Si no fuera por la crisis, esas voces seguirían igual de solas. Había cosas que se podían denunciar de la transición antes y que se están denunciando más ahora, con más oyentes, porque parte de la transición era “mirá qué bien nos va con la economía”.
-¿Hay una idealización de los pactos de La Moncloa?
-No están sólo idealizados sino que están mentidos. No hablan de justicia, desarrollo, etc. Hablan de contener demandas salariales que hubieran provocado inflación y dado por tierra con la transición. Lo único que se firmó es que los sindicatos no pidan más de tanto aumento y las patronales negocian de tal manera para que no se desboquen los precios. Todos dicen qué maravilla los pactos y no existieron como tal. En realidad se sentaron una madrugada Santiago Carrillo, líder del PC, con Adolfo Suárez, líder del gobierno de la UCD. Dijeron: “Vos sos un consagrado dirigente comunista y yo soy un hijo del régimen. ¿Qué hacemos?”. Los dos pasaron a la historia como traidores a su causa. Sólo tres personas se quedaron sentadas en el hemiciclo sin esconderse cuando fue lo de Tejero. Carrillo, Suárez y Gutiérrez Mellado, el vicepresidente, un viejo militar de la guerra civil. Son los que no se esconden. Eso sí es garra torera, y no andar corriendo una vaquita. Y los tres pasan a la historia como traidores: Gutiérrez Mellado al Ejército español, Suárez al franquismo y Carrillo al PC. Qué raro, ¿no? Eso es porque en el fondo es una negociación. Desequilibrada, sí: “Si no aceptás la bandera bicolor y al rey, no hay transición”.
-¿Es comparable el fallido intento de golpe de Estado liderado por Antonio Tejero en el ’81 con el levantamiento carapintada?
-Sí. Todos los que hoy reivindican apertura de fosas y demás soslayan que entre el ’77 y el ’81 hubo un montón de movimientos de ese tipo. Y que el intento de golpe de Tejero retrajo a todos. Eso después se neutralizó porque el Ejército español se integró en la OTAN y se ultra profesionalizó. El Tejerazo se parece al levantamiento carapintada, sí. Por eso es injusto considerar a Alfonsín un timorato. En el ’87 la cosa pudo ir a peor. El peronismo no estaba en el gobierno ni se comportó con demasiada lealtad republicana. Hoy nos olvidamos de que las primeras búsquedas de cuestiones de memoria y verdad se dieron del ’77 al ’81. Quienes hoy reivindican esas cosas creen haber inventado todo de la nada. El laburo de los historiadores es decirles que no es verdad eso.