La muerte del fiscal Alberto Nisman interrumpió la rutina de enero en los tribunales de Retiro. Los magistrados que están de turno se llaman por teléfono, almuerzan juntos o intercambian opiniones en sus despachos. También aparecen en escena los periodistas. "Todo está revolucionado", dijo una fuente judicial.
Un observador poco atento podría creer que en Comodoro Py todo transcurre con la quietud de cualquier mes de enero: el estacionamiento del frente está semivacío, el hall central -en pleno mediodía- se parece a una iglesia sin fieles y por los pasillos interiores sólo circulan unos pocos jóvenes llevando expedientes o escritos de una ventanilla a la otra; y los albañiles de planta permanente que aprovechan para hacer los arreglos edilicios que dificulta la rutina vertiginosa del año.
- Es lo mismo que cualquier enero de los últimos veinte años- dice un empleado de mayordomía, uno de esos que conoce hasta el último recoveco de Comodoro Py.
- Lo único que cambió es que hay un poco más de periodismo, y que hay un juzgado más- dice, mientras esboza una sonrisa, el policía sentado en el escritorio del tercer piso. Y hace un ademán leve con la cabeza.
Sin embargo, hay un desfasaje entre lo que dice y el rol que cumple. El uniformado de la policía Federal muestra un celo inusual para la tranquilidad de la feria. Se interpone en el camino de todo el que enfila hacia el ala izquierda, donde está el despacho del juez federal Ariel Lijo, y no encaja con el dress code de los operadores judiciales. Anota en un pequeño papel quién es y qué quiere. Unos segundos más tarde, vuelve por el pasillo con la custodia personal del magistrado, un hombre alto y fornido, de más de 50 años.
La procesión que desató la muerte del fiscal federal Alberto Nisman en los tribunales de Comodoro Py va, silenciosa, dentro de los despachos. Los teléfonos de los jueces federales que están en funciones suenan seguido, cruzándose de un piso del edificio al otro, como esas redes de monitoreo vecinal que se traman en los barrios de clase media para cuidarse entre todos las espaldas. Los magistrados aprovechan para almorzar juntos, intercambiar impresiones, o se visitan discretamente en sus propios despachos. Tantos periodistas tampoco encajan en la naturalidad del mapa: bolso al hombro, trajinan los pasillos y se apostan frente a las puertas.
“Nadie se esperaba esta bomba”, confiesa una alta fuente judicial. “Todo está un poco revolucionado”, completa. Una empleada judicial, entre risas, se encomienda a Dios para que ese expediente –si va a sorteo- no caiga sobre su jefe: eso sería multiplicar la presión y el estrés.