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Infojus Noticias

28-9-2014|12:30|Olavarría Nacionales
Este lunes, la cuarta audiencia

"En Olavarría pocos sabían que existió un centro clandestino"

Lidia Araceli Gutiérrez es una de las victimas en el juicio oral por los crímenes de Monte Peloni. Fue la única mujer que pasó por ese centro clandestino. Este lunes, prestará declaración ante el Tribunal. En su relato, se cree, habrá detalles sobre episodios de violencia sexual.

  • Sol Vázquez
Por: Laureano Barrera

En los días previos a su declaración en el juicio oral por los crímenes de Monte Peloni, la más importante de su vida, Lidia Araceli Gutiérrez amaneció con un fuerte dolor de espalda. No eran los nervios por su cita con la justicia, sino una enfermedad que ciertos días le ataca los huesos. “Mi mejor amiga está de visita y me está haciendo masajes para ponerme impecable. Tengo que estar fashion para el lunes”, le dijo a Infojus Noticias.                                            

El humor al otro lado del teléfono no suena impostado: su voz transmite serenidad. Aunque llegue desde su casa, a metros del sitio donde hace 37 años pasó los peores dos meses de su vida; el sitio que deberá rememorar a partir del lunes a las dos de la tarde cuando se siente ante el Tribunal Oral. “Estoy más tranquila, porque me siento muy acompañada”, afirmó.     

Desde que comenzó, el lunes 22 de septiembre, Araceli tuvo varias emociones. “Volví a ver a compañeros que no veía hace años. Hay una buena movida en el lugar del juicio, con bastante participación”, se alegró. El relato sobre su secuestro y su cautiverio, que evocará ella misma y varios familiares y compañeros en las próximas tres audiencias –lunes, martes y miércoles- será, sin dudas, uno de los casos medulares de la trama. No sólo porque los recuerdos están frescos en el lugar donde vive, sino porque conserva algunos rostros, escenas comprometedoras y voces nítidas de aquel horror. 

Araceli no fue la única de su familia que pasó por Monte Peloni. Su hermana Amelia y su cuñado Juan Carlos Ledesma estuvieron ahí, fueron trasladados a La Plata y continúan desaparecidos. Su padre, que entonces era comisario en Tandil y estuvo en una comisaría de Las Flores, también fue llevado a La Plata y luego fue liberado. “Va a quedar muy clara la conexión de La Plata con Olavarría y Tandil”, auguró.

En marzo de 2013, Araceli se mudó de La Plata –donde vivía- a Monte Peloni. “Fue por una especie de ataque de angustia. Acá en Olavarría no se conocía mucho que había habido un centro clandestino, que había gente desaparecida, gente muerta. Por la memoria de los compañeros, por un montón de cosas me vine al Monte”, dijo hace unas semanas en una charla con esta agencia. Define a ese casco de estancia en la localidad de Sierras Bayas como “un lugar muy bonito con una muy triste historia”.

El último verano, entró al galpón que está pegado a la casa donde vive. Mirando los trastos, en el aire húmedo del lugar, se encontró con uno que le congeló la sangre. Era un elástico con “cuatro rulitos de metal” inconfundibles: el camastro donde sus secuestradores, durante semanas interminables, le pasaron la electricidad. “Me quedé paralizada; y me corrió un frío bárbaro por la espalda”, contó. Convocó a sus compañeros de cautiverio para cerciorarse de que no era una mala pasada de su memoria en la proximidad temporal del juicio. Ellos se lo confirmaron: era la picana que usaban los militares con un generador eléctrico.

Araceli fue, además de todo, la única mujer que pasó por el centro clandestino. En su relato, se cree, habrá detalles sobre episodios de violencia sexual. “Es importante que se sepa. Porque para justificar las torturas, que eran aberrantes, dijeron que éramos subversivos y tenían que sacarnos información. Pero los abusos no entran en ningún plan de nada”, explicó Araceli.

Entre los recuerdos del horror pasado, a Araceli le queda tiempo para la piedad: “El Pájaro Ferreyra vomitó sangre. A mí me sangró la úlcera cuando estaba en Devoto. Además de que es muy impresionante, es muy doloroso. Sentí lástima, porque lo pasé”, dice. Muchos sobrevivientes recuerdan a un guardia con el mismo apodo como uno de los verdugos más sádicos del campo de concentración.
 

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