Hijos de dos militantes desaparecidos del PCML, los hermanos Josefina y Francisco Giglio declararon a partir del secuestro de su abuelo Polo, el hombre que los crió y estuvo un mes en El Vesubio. La noche del 8 de junio los militares secuestraron a varios integrantes de la familia para dar con la mujer más buscada de la provincia.
La noche que seis tipos secuestraron a su abuelo Polo a punta de fusil en la casa en Tres Arroyos, Josefina Giglio tenía seis años, vivía sin domicilio fijo y sus compañeritos de la escuela primaria la llamaban María José Roldán. Su mamá, Virginia Isabel Cazalás, era la mujer más buscada de la provincia de Buenos Aires. Dormía donde podía, con Josefina y un embarazo de ocho meses a cuestas. Su marido Carlos Giglio, el papá de los chicos, había sido secuestrado veinte días antes. Tuvieron que pasar años – y más secuestros y más desapariciones familiares- para que Josefina supiera que ocurrió ese 8 de junio de 1976, cuando el jefe de una patota empujó a su abuelo Eduardo Cazalás –Polo- en un auto sin patente “para hacer unas averiguaciones” y lo depositó en el cruce de la autopista Riccheri y Camino de Cintura, en el centro clandestino de detención el Vesubio, donde pasaría un mes interminable. Treinta y ocho años después, Josefina y su hermano Francisco –nacido en algún lugar de la provincia el 8 de julio de 1976- declararon por primera vez en un juicio oral por el cautiverio en El Vesubio del hombre que los crió desde que los militares dieron, finalmente, con Cazalás.
"Terminé de armar el mapa de lo que había sido la persecución de mi familia"
“Cuando nos pusimos a pensar en lo que íbamos a contar, terminé de armar el mapa de lo que había sido la persecución de la familia. Un dispositivo planificado para buscar a mi vieja”, dice Josefina después de la declaración, en el octavo piso de Comodoro Py. Aunque el almuerzo en el restaurante de un tribunal no se parezca en nada a las ravioladas dominicales en Tres Arroyos -donde pasaron parte de su infancia- los hermanos Giglio conversan íntimamente. “Entre que se llevan a mi padre, el 19 de mayo de 1976, y caemos con mi madre el 5 de diciembre de 1977, hubo un dispositivo de pinzas para buscarla. La noche del 8 de junio se llevaron en La Plata a mi abuela paterna, Tecla, a mi tío que estaba con ella, en Tres Arroyos a Polo, y en Mones Cazón, cerca de Carlos Casares, a mi tío Oscar Bossie, el cuñado de mi padre”.
-¿Cómo terminaron esos secuestros simultáneos para llegar hasta su madre?
-J: Cuando secuestraron a mi papá, mi abuelo habló con un cuñado suyo que era Brigadier. Le dijo dos cosas: que mi papá había caído herido pero estaba vivo, y que mi mamá era la mujer más buscada de toda la provincia. Cuando mi abuelo estaba en el Vesubio, un tipo que dijo ser abogado y lo interrogó, le preguntaba donde estaba Vibel, mi mamá.
Carlos y Vibel –el padre y la madre de Josefina, Coco y Coca para sus compañeros de partido- militaban en el Partido Comunista Marxista Leninista (PCML). Carlos era arquitecto, había caído el 19 de mayo de 1976 en una reunión del partido en Combate de los Pozos y Pavón, por un vecino que lo denunció. Cuando intentaba huir por la terraza, fue herido en una pierna y cayó al pozo de luz. Nunca más se supo de él. Desde entonces, Vibel –psicoanalista- peregrinaba entre una sombra y la otra mirándose las espaldas. Los militares la alcanzaron un año y medio después, en un departamento de Belgrano R. No estaba sola: Josefina tenía 7 años, Francisco uno y medio. Estaban además otros militantes del PCML. Los militares lo llamaron Operativo Escoba.
“La noche del 5 de diciembre de 1977 acabábamos de cenar, mi madre estaba con dos compañeros del partido, Mariano Montequín y Patricia Villar. Golpearon la puerta, pero la terminaron rompiendo. Mi madre estaba en camisón y pidió cambiarse, no se lo permitieron. A nosotros nos dejaron con la vecina de al lado. La mujer se puso histérica. Su marido fue a la comisaría, volvió con un oficial y la máquina de escribir. El policía preguntó si podía dejarnos esa noche porque ya estábamos dormidos. A la mañana siguiente, vino una asistente social con un cana. Les dije que tenía un libro en casa con la dirección de mis abuelos. Abrieron la puerta fajada, sacaron ropa para nosotros y una bolsa con fotos. Al día siguiente vino Polo a buscarnos. ‘No le puedo decir nada, esto fue un operativo del ejército. Una zona liberada’, le dijo el comisario Gustavo a mi abuelo”.
El año pasado Josefina y su hermano lograron ubicar a la vecina. “Fue lindo. Su visión con el paso del tiempo era muy distinta. Nos dijo que cuando nos entregaron, ella vio a mi mamá y la pareja tirados boca abajo mientras les apuntaban a la cabeza”, dice Josefina. Su hermano Pancho cuenta: “En una sensación de terapia tuve como una excavada profunda, una sensación de angustia muy grande en la que me largué a llorar muy fuerte. Salí de ahí y compuse una canción, camisón de flores, que habla de ella”.
Vibel fue vista en dos centros clandestinos del circuito ABO, El Banco y El Atlético, y continúa desaparecida. Pancho es músico solista. Su primer disco se llama Desvelos.
El Vesubio
En 2004, Francisco se sentó con su abuelo y lo grabó mientras relataba el mes que había pasado en el Vesubio. “Me tuvieron un mes sentado al lado de una estufa con los ojos vendados. Escuchaba la radio permanentemente, ponían música. Cada tanto me desataban. Estaba esposado”, se lee en la desgrabación del relato. “Me mandaron un abogado (?) a interrogarme y me dijo: ‘¿usted tiene las mismas ideas que su hija?’ ‘No -dije yo-, yo soy afiliado radical, ¿tienen algún problema con los radicales?’ ‘No, por favor, con los radicales no tenemos nada, me dijo’”, dice otro pasaje.
-¿Lo torturaron?- le preguntaron a Josefina los jueces del tribunal que se ocupa del proceso oral por los crímenes cometidos en El Vesubio.
-No, él decía que porque era muy viejo. Pero estuvo comiendo polenta todos los días. Bajó nueve kilos. Estuvo un mes escuchando la radio fuerte y cómo torturaban a los demás.
Algunos sobrevivientes del centro clandestino lo recordaron como “el sodero de Tres Arroyos”. Polo contó al salir que en El Vesubio tuvo contacto con dos chicas. Una llegó la primera noche y lloraba mucho, la habían bajado de un colectivo. La otra era universitaria y estaba muy sorprendida de que un hombre tan grande estuviera ahí. Lo liberaron el 8 de julio de 1976, en Constitución. Su hija todavía vivía de casa en casa.
Un día de 1977 Vibel se comunicó con él a través de un mensajero para arreglar una cita furtiva en una cabina telefónica de Mar del Plata. Después de los abrazos y las lágrimas, sobrevino el apremio. Polo, que había conocido un centro clandestino de detención, le rogó que se volviera con los chicos a la casa de Tres Arroyos:
-Venite que te escondemos.
Ella le explicó que la casa de infancia era el lugar más peligroso para cualquier militante. La parra de uvas chinche del fondo, las calles de tierra, el vergel de los campos maduros del sur, todo se había vuelto una trampa mortal.
-Te sacamos del país- insistió su padre.
Ella fue inapelable.
-Quiero quedarme por Carlitos.
La segunda clandestinidad
“En estos quince días, después de la citación, estuve hablando con mis primas, preguntando por fechas, refrescando nombres y hechos –explica Josefina-. Y ellas no sabían que mi abuelo había estado secuestrado un mes. Para mí, la desaparición del resto de mis familiares terminaba en una anécdota porque la desaparición de mis viejos era demasiado definitiva. Lo que tienen de bueno estos juicios es también eso: pueden sacarte de la clandestinidad una vez más. Abren el obturador, porque antes las víctimas eran puntuales y ahora hay un interés social. Es como tirar una piedrita al agua: los círculos concéntricos llegan”.
-¿Qué pensaron cuando recibieron la citación para declarar por el secuestro de su abuelo?
-F: Al principio no estaba seguro. Me sigue dando temor que los tipos estén ahí, aunque uno sabe que no pueden hacer nada,yendo al extremo tenemos el ejemplo de Julio López. Enseguida pensé ‘por el abuelo lo tengo que hacer’. Y después me di cuenta que es por el abuelo, pero que también es por mí, por mi hermana Jose, por todos.
-J: Me parecía que nuestro testimonio iba a ser igual. Después me di cuenta que no era el valor jurídico lo más importante. Era su efecto reparador. Que yo pudiera hablar ante un tribunal de la integridad de mi abuelo, que fue capaz de decirle a sus captores que le dieran una cuenta bancaria para devolverles la plata de la camisa que le daban después de tenerlo un mes con la misma ropa, tiene un valor simbólico fundamental.
Polo era un hombre conocido en el pueblo, tenía una fábrica de sodas. Radical yrigoyenista, se horrorizaba con la corrupción de la década infame y confiaba candorosamente en la seguridad de las instituciones. Durante la audiencia, Josefina y su hermano usaron la misma palabra para definirlo: “un hombre decente”. En los noventa, una comisión de familiares organizó en Tres Arroyos un homenaje para los 33 desaparecidos de la ciudad. Francisco participó de la organización. Consistía en una placa de homenaje y en sembrar en una plazoleta del pueblo un árbol por cada desaparecido.
“Él no quiso acercarse -recuerda Francisco-. Yo veía a todos los padres plantando el árbol, pero con él no hubo caso. Tuve que plantarlo yo con la ayuda de otra gente”. Años más tarde de aquel tributo en la plaza, su abuelo le contó un secreto: cada tanto iba a dejarle una flor al árbol que había plantado su nieto.
Los hermanos Giglio posan con sonrisas infantiles para la sesión de fotos con Infojus Noticias. Es un regodeo liberador e inconveniente: un chiste cómplice entre niños, un santo y seña para llevar el pasado trágico muy lejos, un instante. En las últimas tomas, Francisco sostiene una imagen del abuelo Polo. Se lo ve vestido de traje negro, con un bigote cano y el gesto marcial y satisfecho. Atrás hay una parra que rebosa de uvas violetas. La foto fue una suerte de festejo: el año en que volvió a dar frutos después de quince de estar seca. La última vez había sido el verano de 1977: unos meses antes de que desaparecieran a Vibel.