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Infojus Noticias

31-8-2013|10:21|Censura Nacionales

Ideas a la hoguera: 33 años de la quema de libros de La Plata

Hace 33 años en La Plata se quemaron un millón y medio de libros en plena dictadura. Ardieron las obras de Trotsky, Walsh, Evita y Perón. Pero también los autores latinoamericanos que integraron el Boom editorial de los ’60 fueron considerados perniciosos para el “Ser Nacional”.

Por: Martín Cortés

En un terreno baldío de Sarandí, un millón y medio de libros del Centro Editor de América Latina fue tirado a la hoguera. Fue el 30 de agosto de 1980 y la dictadura mostraba otra de sus facetas represivas al intentar destruir el resultado de un florecimiento cultural que tanto había costado.

La represión intelectual no era nueva en Argentina. La dictadura del ultracatólico general Juan Carlos Onganía había cerrado el Instituto Di Tella y varias publicaciones como la revista “Panorama”. Doce años después, los mensajes de esta quema eran claros: una amenaza para los lectores potenciales y una advertencia  al mercado editorial que tenía que dejar de distribuir estos contenidos perniciosos para el “Ser Nacional”. Incluso se prohibieron libros como  “La cuba electrolítica” (un libro de física que lo único que tenía de subversivo era llamarse como el país) y otro sobre la enseñanza de la teoría de conjuntos, por sugerir comunismo.

A nadie sorprende que entre los autores quemados estuvieran los clásicos de la izquierda: Marx, Lenin, Trotsky o Bakunin, además de los vernáculos como Milcíades Peña, Osvaldo Bayer, Victorio Codevila o Rodolfo Walsh: todos ellos velaban por la “disgregación del tejido social”, en palabras de los militares. Más llamativa fue la quema de los libros del general Perón y su esposa Eva, cuya inclusión sólo pudo deberse a la lectura que hizo la juventud de izquierda que estuvo cerca de copar el movimiento.

Pero también estuvieron entre los quemados todos los autores del “Boom latinoamericano” de los ’60. Nadie es profeta en su tierra: mientras este nuevo fenómeno editorial abastecía los mercados europeos, aquí los libros de Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Augusto Roa Bastos y Mario Vargas Llosa eran arrojados al fuego. Este hecho representó un retroceso mayor si tomamos en cuenta que muchas de esas obras habían sido editadas en formatos económicos y accesibles por Eudeba, la mayor editorial en lengua española de su época. La década del ’60 trajo una democratización de la cultura: podían verse estos libros, además de en los círculos universitarios donde ya eran tradición, en las bolsas de compras, en el transporte público, en las plazas, en los bares. La dictadura vio un peligro en autores que escribían desde su propia realidad, rompiendo cánones tradicionales con imágenes exuberantes y, por momentos, surrealistas, del continente latinoamericano.

Unidos y adelante

El contexto geopolítico también debe tenerse en cuenta. La Guerra Fría, con su necesidad de alinear a todos los países en uno u otro polo del binomio capitalismo-comunismo había tenido varios efectos. Por un lado había instaurado, con el apoyo de ciertos sectores y ciertas embajadas, dictaduras por toda la región. Por otro, había creado un clima de ebullición social a lo largo de los años ’60, que en nuestro país tomó el nombre de “resistencia peronista”. Un rasgo novedoso, que se constató de París a Los Ángeles y de Buenos Aires a México DF, fue la alianza obrero-estudiantil. Así se llegó a la serie de protestas que asestaron un golpe de muerte a la dictadura de Onganía, siendo la más conocida el Cordobazo, en 1969.

Era evidente el peligro que significaba la alineación de los trabajadores, con su  larga tradición sindical, con la de universitarios con conocimientos teóricos de diversos campos. No sorprende que el ministro de Bienestar Social de aquella dictadura, el almirante Juan José Bardi, declarara a una periodista que era más común encontrar adolescentes drogadictos en el ambiente universitario que en el laboral, ya que “el exceso de pensamiento produce este tipo de desviaciones”.