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Infojus Noticias

18-12-2013|9:30|Juicios Lesa Nacionales
Habían sido contratados por la oficina de Inteligencia para tareas de espionaje

La Cacha: cómo operaban los espías civiles que serán juzgados desde hoy

Empieza el juicio por los delitos cometidos en este centro clandestino de detención que funcionó bajo la órbita del Servicio de Inteligencia del Ejército. Entre los imputados están estos agentes civiles, uno de ellos, el veterinario más querido de La Plata.

  • Fotos: Helen Zout / Archivo CPM
Por: Laureano Barrera

La Cacha -el centro clandestino de detención que funcionó entre diciembre de 1976 y octubre de 1978 junto a la cárcel de Olmos, en las afueras de La Plata- le debe su nombre a una ironía funesta. Los represores lo bautizaron así en honor a Cachavacha, la bruja de un dibujo animado de Manuel García Ferré. Su escoba tenía poderes mágicos: era capaz de hacer desaparecer aquello que barría. Hoy empiezan a ser juzgados parte de los delitos de Lesa Humanidad cometidos allí contra 147 víctimas durante 1977.

El debate está a cargo del Tribunal Oral Federal N°1 de La Plata -integrado por los jueces Carlos Rozanski, Pablo Vega y Pablo Jantus- que decidió unificar tres causas en este proceso que tiene a 21 imputados. Entre ellos hay personal que perteneció a la Armada, el Ejército, el gobierno de la provincia de Buenos Aires, la Policía y el Servicio Penitenciario Bonaerense como Jaime Lamont Smart o Miguel Etchecolatz. También estarán en el banquillo tres de los civiles contratados por la oficina de Inteligencia para cumplir tareas de espionaje: Claudio Raúl Grande, Rufino Batalla y Raúl Ricardo Espinoza.

Se sabe que La Cacha estaba en manos del Servicio de Inteligencia del Ejército (Destacamento 101) y casi no tenía injerencia la policía del coronel Ramón Camps. El Destacamento dependía operacionalmente de la Décima Brigada de Infantería de La Plata, y reportaba a su vez a dos estructuras militares: al Primer Cuerpo de Ejército y al Batallón de Inteligencia 601. Dentro del esquema represivo de la ciudad era un engranaje vital: acopiaba, procesaba y distribuía a las patotas –de todas las fuerzas- la información que sus dobles agentes obtenían en diferentes ámbitos.

El personal civil -contratado especialmente- hacía cursos de formación y tenía un escalafón propio: cuadro A, B y C. El cuadro A lo integraban los “profesionales con título otorgado por universidades nacionales o privadas” que eran “afines a las tareas de inteligencia”. El cuadro B estaba integrado por auxiliares: cerrajeros, cocineros, choferes, chapistas, electricistas, mayordomos, mecánicos, peluqueros y sastres. La categoría C comprendía a los agentes de calle, operativos que cumplían funciones de “conducción de inteligencia, actividades especiales de inteligencia y eran ingenieros militares y profesionales universitarios, especialistas en el sistema de computación automática”, según los define el protocolo castrense. Se dividían C1, C2 y C3; y a su vez, en IN de 1 a 20.

De acuerdo a la investigación de la justicia federal, los espías que alcanzaban el rango C3, recibían un juego de documentación apócrifa que utilizaban para insertarse en la sociedad: un nombre de cobertura –con las mismas iniciales que el nombre real-, aportes jubilatorios y asignación por hijos. Pero en La Cacha estos agentes cumplieron un rol más participativo que en otros lugares: integraron las guardias rotativas que celaban a los secuestrados en el chupadero. En sus legajos aparecían cursos de inteligencia, contrainteligencia, subversión, contrasubversión, explosivos y técnicas de maquillaje, apertura de cerraduras, fotografía y dactiloscopía. Algunos sobrevivientes, incluso, creen haberlos oído en los interrogatorios bajo tortura. Tres de ellos serán juzgados a partir de hoy.

Los espías: Jota y Pablo
 

A Raúl Ricardo Espinoza muy pocas personas lo conocían por su verdadero nombre. Si iba a cursar a la Facultad de Odontología, se hacía llamar “Ramón René Escobar”. Cuando Cristina Fernández ordenó desclasificar los nombres del personal civil contratado por el Ejército, su legajo universitario se cruzó con otros datos. Su foto fue reconocida por varios sobrevivientes como un guardia que en La Cacha se hacía llamar “Jota”: era fanático de River y parecido su ídolo “Jota Jota” López.

La versión de Espinoza fue que él había sido un empleado administrativo raso: hacia “explotación de prensa, recortaba los diarios” porque “era un pinche, tenía 22 años”. Además, dijo, era el correo que llevaba información al Edificio Libertador y al Primer cuerpo de Ejército. Cuando le preguntaron por su nombre en clave, Espinoza dijo: “no sé, desconozco, yo nunca tuve eso, yo laburaba acá, recortaba diarios, no sé nada de eso”. Cuando lo detuvieron, el 17 de febrero de 2010, Espinoza había encontrado otro rebusque: era empleado de la empresa de Seguridad SHYA, en la Ciudad de Buenos Aires.

Según los registros oficiales, el “Toro” Rufino Batalla trabajó en el Destacamento once años: de 1976 a 1987. Aunque tenía el grado de subcuadro C- 2, In 14, disponía de su propio nombre de cobertura: Ricardo Balboa. Durante 1977, fue agente del Grupo Actividades Especiales de Inteligencia. Ese grupo se ocupaba, entre otras cosas, de “allanamientos, secuestros y traslados”, según el auto de elevación a juicio del juzgado federal 1 a cargo de Humberto Blanco. Sus superiores lo calificaron con “sobresaliente”.

Eduardo Cédola, que estuvo secuestrado desde el 13 al 26 de septiembre de 1977 recordó a un guardia con el sobrenombre de “Toro”. Ese apodo figura también en la ficha identificatoria decadactilar de su legajo microfilmado, al lado del nombre falso. Batalla sólo tenía estudios primarios. Cuando lo detuvieron, trabajaba de remisero haciendo el trayecto de Laguna Blanca a Clorinda, en la provincia de Formosa.

Claudio Raúl Grande era, hasta su detención en aquella redada de febrero de 2010, el veterinario más querido de La Plata: popular y bien dispuesto, adorado entre las cinco asociaciones proteccionistas de Animales. Quizás lo siga siendo.

—Claudio es el amor de todas las proteccionistas —dijo hace algún tiempo Sonia, la fundadora de la asociación Grupo Proteccionista Amigos, cuando se conoció su captura.

Las hazañas profesionales de Grande tuvieron mucha prensa entre sus clientas: Claudio era capaz de operar a las tres de la madrugada a la perra de Sonia, que había sido atropellada. Claudio, el que cruzaba Ensenada con su camioneta, bajo un diluvio, para atender un animal enfermo. Claudio, el que al amanecer se ocupaba de llevar a la dueña de uno de sus pacientes al hospital.

Grande cursó los estudios primarios y secundarios en La Plata. A los 16 años entró a trabajar en el área de mayordomía del Consejo de Ingeniería del Ejército. Se casó muy joven, en 1970, y tuvo cuatro hijas con dos mujeres distintas. Casi al mismo tiempo se inscribió en la Facultad de Ciencias Veterinarias de la que se graduó en 1982. La vocación había nacido, tal vez, en aquella infancia en la modesta finca de su padre, en la periferia productiva de la ciudad.
Cuando estaba por graduarse del secundario, un principal del Ejército -de apellido Podestá- lo recomendó al Destacamento de Inteligencia. El momento exacto es difuso, aunque las listas oficiales su fecha de ingreso “transitorio” es el 1 de diciembre de 1975. Grande dice haber ingresado como IN16, Cuadro A2: redactor dactilográfico. En su declaración indagatoria, dijo que hacía seguimientos de las áreas gremiales y políticas.

Al graduarse en la Facultad, Grande pidió a sus superiores “tener la posibilidad de ejercer tareas docentes que me facilitarían el acceso a las actividades que desarrollan las organizaciones de izquierda dentro de la Universidad donde cursé los estudios, facilitándose producir valiosas informaciones”. Así está escrito en su legajo. Su superior resolvió que “se acceda a lo solicitado en razón de considerar que su infiltración entre el elemento universitario resultaría de gran valor para esta Unidad”.

Durante 33 años, Grande fue un veterinario amado. Llegaron hasta él de la misma forma que llegaron a “Jota”: su foto en el legajo universitario y el reconocimiento de algunos sobrevivientes que hablaron de un guardia que se hacía llamar Pablo. Su abogado, Juan José Losino, dice que es inocente, que lo confunden con otro hombre casi idéntico que es el verdadero verdugo, y pidió que se prohibiera exhibir su imagen. El TOF deberá expedirse. Hoy comenzarán a develarse ésa, entre otras muchas incógnitas.

La lista completa de imputados que serán juzgados por los delitos de La Cacha:

1. Carlos del Señor Hidalgo Garzón
2. Claudio Raúl Grande
3. Emilio Alberto Herrero Anzorena
4. Carlos María Romero Pavón
5. Gustavo Adolfo Cacivio
6. Jorge Héctor Di Pasquale
7.  Raúl Ricardo Espinoza
8. Héctor Raúl Acuña
9. Luis Orlando Perea
10. Juan Carlos Herzberg
11. Jaime Lamont Smart
12. Roberto Armando Balmaceda
13. Ricardo Armando Fernández
14. Rufino Batalla
15. Isaac Crespín Miranda
16. Anselmo Pedro Palavezzati
17. Miguel Angel Amigo
18. Miguel Osvaldo Etchecolatz
19. Julio César  Garachico
20. Eduardo Gargano
21. Horacio Elizardo Luján

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