En el otoño de 1912, Luis Cattaneo, de 22 años, sedujo a una joven de 17, la raptó y la obligó a prostituirse en un burdel de Ensenada. Un policía encubierto la encontró. El caso fue a juicio y el proxeneta recibió la máxima condena que podía recibir hace un siglo: dos años y medio.
Poco antes de cumplir 17 años, en el fragor de los carnavales porteños, Adela Lagomarsino conoció a Luis Cattaneo. Él tenía 22 años, una causa abierta por ebriedad y una condena por hurto. La empezó a visitar y “con halagados y abusando de su pasión, consiguió raptarla”, dijo el fiscal que investigó la desaparición de la joven. Una noche de sábado, en pleno otoño, Adela se encontró con Cattaneo. Su padre, Juan Lagomarsino, no volvió a saber de ella. La encontraron dos meses después, en julio de 1912,“trabajando” como prostituta en un burdel de la provincia, a pocos kilómetros de La Plata.
“Más que el amor, impulsábalo la codicia”, dijo el fiscal que acusó a Cattaneo por el delito de corrupción de menores. La causa se inició porque la noche en la que Adela no volvió, su padre se desesperó. Lagomarsino, era un inmigrante italiano, viudo, que se ocupaba de sus dos hijas con lo que ganaba como capataz de una tropa de carros. En el barrio, pronto todos se enteraron que buscaba a la menor.
Las primeras pistas llegaron de boca de los hombres que frecuentaban el prostíbulo de Garay 1431, en la capital: la habían visto vestida como “prostituta”. Lagomarsino, les pidió que lo contaran ante el Juez del Crimen, Sotero Vázquez; pero, cuando fueron a buscarla Adela ya no estaba. Ángela Nicolai, una francesa de 32 años que regentaba el lugar, la reconoció en las fotografías que le mostraron, pero aseguró que en la “Libreta Sanitaria” figuraba con el nombre de “Carmen Blanco, de 22 años”.
La pesquisa entonces quedó a cargo del policía de la capital, Juan González. El agente, bajo el disfraz de “truhán”, comenzó a recorrer burdeles hasta dar con ella en una habitación de “El Troval”, un prostíbulo de propiedad de Lina Inca, que funcionaba en la esquina Europa e Industria, en La Ensenada.
Cattaneo la había llevado allí, luego de haberla obligado a inscribirse en el Registro de la Inspección General de Asistencia Pública, donde le asignaron “número” de prostituta. Por la Ordenanza del 21 de diciembre de 1898, de la municipalidad de La Plata, Adela no podía ausentarse de la casa de citas “por más de 24 horas sin muñirse de un permiso firmado por la Inspección general”.
Cuando la encontraron, Cattaneo estaba con ella, pero ante el juez negó rotundamente haberla “inducido a llevar esa vida por medio de amenazas con un revolver”. En el allanamiento el agente González secuestró las cartas que el hombre le había escrito, donde le decía: “vos deberás entender que no hay más remedio para poder salir del fango en el que estamos metidos”. Y otra en la que insistía: “decime si es que ya empezaste a trabajar, mándame decir si se trabaja bien”. Pero no será hasta su última declaración -después de haber sido careado con el padre de la joven y con la propia Adela-, que el hombre reconoció que “el 5 ó 6 de julio último entregó la joven a la patrona de un prostíbulo de la Ensenada”. Aun trató de excusarse afirmando que “lo hizo por pedido de la misma Adela”.
El juez, no le creyó. En el expediente quedó dicho: “toda su actuación en este asunto es tendiente al fin del lucro, para lo cual seduce, engaña, envilece y pierde a una pobre muchacha”. Y lucrar con el cuerpo de Adela le valió una condena de dos años y medio, la máxima pena por el delito de corrupción de menores.
Si Cattaneo afrontara un proceso penal hoy, sería acusado por el delito de trata de personas, y como Adela era menor, cuando él engaño, secuestró y trasladó para obligarla a prostituirse, podría cumplir hasta 15 años de prisión.