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Infojus Noticias

15-3-2014|13:05|LIbro Nacionales
El libro se presenta el jueves 20 de marzo a las 19hs en Thames 1762 CABA

"Maltratadas", un libro sobre la violencia de género en Argentina

La periodista Mariana Carbajal reconstruye la violencia de los hombres hacia las mujeres a partir de historias de vida, de charlas íntimas con víctimas, de entrevistas con especialistas, y de una investigación profunda. Este adelanto es un extracto del capítulo 2 "No hay que meterse en los problemas de pareja”

Por: Mariana Carbajal

Algunas veces las mujeres no perciben el riesgo al que están expuestas. Y puede ser un familiar quien trate de buscar ayuda para protegerla. Eso justamente fue lo que hizo desesperadamente, en Tucumán, Rut Tomatis, la madre de María Medina, al advertir que el novio de su hija la maltrataba y que ella no tomaba conciencia de esa situación: María tenía 32 años y se ganaba la vida dando clases particulares de inglés en su casa y haciendo traducciones de artículos científicos para una médica psiquiatra, cuando en noviembre de 2011 empezó a salir con Armando Antonio Martín, también de 32 años, tío de uno de sus alumnos. María vivía en el barrio Ciudadela, de San Miguel de Tucumán, con su madre y su abuela; las ayudaba también a ellas con su negocio de helados y postres artesanales.

Desde el inicio de la relación, la madre de la joven percibió que el novio de su hija era un hombre violento, y si bien trató de abrirle los ojos, ella no quiso escucharla. Armando vivía a pocas cuadras de la casa de María. Había empezado a ir a buscar a su sobrino cuando terminaba las clases de inglés que ella le daba. Así se conocieron. Al principio, Rut se puso muy contenta porque la veía contenta a su hija. Pero pronto —dice— empezó a observar algunas actitudes que no le gustaron. A Armando le moles- taban sus preguntas. Contestaba mal. Una sucesión de situaciones le fueron dando señales de que la relación podía terminar del peor modo, como naturalmente sucedió.

“Una vez, por ejemplo, sonó el celular de mi hija y atendió él. Yo me sorprendí”, recuerda la madre, “miré a mi hija pero ella bajó la cabeza”. Esa escena fue una de las primeras que la hizo desconfiar del novio de María. “Al cortar la llamada le hice un comentario de por qué atendía el celular de mi hija y me respondió que no tenía que meterme en la relación de ellos”, dice Rut. El recuerdo la entristece. “María era una chica tímida. Había tenido un novio hacía unos cinco años y alguna relación más. Y lo que más quería era estar de novia. Era muy pegada a mí. No tenía la experiencia que tienen las mujeres a su edad”, la describe su mamá. Antes de que conociera a Armando, charlaba mucho con ella y con su abuela; solían reírse juntas. Pero después su actitud cambió. Se empezó a distanciar de su madre y de su abuela. Andaba aún más callada. Rut dice que su hija era una mujer muy sensible, que escribía poe- sías, que le gustaba la música de Pedro Aznar. “Esa era mi hija. Pero él la cambió”, reafirma.

La mujer reconoce que era muy sobreprotectora con su hija y también sabe que a los 32 años era una mujer adulta para decidir sobre su vida. Pero era muy difícil para ella hacer la vista gorda. Los cambios en María, las actitudes de él, y enterarse al poco tiempo de que comenzaran a salir, de que Armando era jugador le fueron sumando preocupación. Los hechos violentos aparecían, irrumpían en la vida de Rut. Por más que no quisiera meterse, eran evidentes y hubieran llamado la atención y generado la preocupación de cualquier madre. Pero su hija parecía no prestarles atención: “Un día, como otros, María llegó llorando a casa y, cuando la abuela la estaba consolando, sonó el teléfono y era Graciela, una de las hermanas de Armando, que le dijo que fuera a su casa, que él le quería pedirle perdón”, cuenta Rut.

Ella le pidió que cortara pero, si bien le hizo caso, la cuñada volvió a llamar y la convenció. María no volvió durante cuatro días. Luego, otro día cualquiera, apareció con un moretón en la cara. Rut se desesperó. Sabía, conocía la respuesta, pero preguntó. Insistió. No hubo forma. María seguía sosteniendo que se había golpeado sola, una respuesta, que suelen inventar las mujeres en situación de violencia. Es paradójico: la víctima de violencia doméstica es la única que se avergüenza de ser víctima; ni las víctimas de terrorismo de Estado ni las de tortura llegan a ocultar de esa forma las marcas que les deja su victimario. Si una mujer se golpea accidentalmente, no se le ocurre esconderlo; si, en cambio, quien le causa el magullón es su esposo, hace todo lo posible para ocultarlo, y miente.

Las situaciones que ponían a Rut en alerta se guían presentándose una tras otra. “El 2 de enero de 2012, sorpresivamente, vinieron María y Armando a casa y él me dijo que se irían de vacaciones. Ella no hablaba, solo lo miraba. Esa semana no tuve ninguna noticia de ellos”, dice Rut. Después supo que habían ido a las Termas de Río Hondo, en Santiago del Estero. Fue entonces cuando Rut decidió pedir ayuda en varias comisarías de la zona, pero le dijeron en cada una que no podían hacer nada, que ella no podía denunciar al novio de su hija, que debía hacerlo la propia damnificada.

Desesperada, obstinada, después de la feria judicial de enero, la madre se dirigió a la Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema de Tucumán, en donde fue atendida por Marta Palazzo, directora del organismo. Había llegado allí recomendada. “En la Oficina de Violencia Doméstica me repitieron que tenía que concurrir mi hija a hacer la denuncia, que ya tocaría fondo. Solo anotaron los nombres míos, de mi hija y de Armando en un papel, pero no quedó nada registrado”. Palazzo, sin embargo, da otra versión de los hechos: si bien reconoce que atendió a Rut, asegura que le dio la alternativa de que presentara una denuncia contra el novio de su hija. Rut lo niega rotundamente: “Si yo había ido justamente a denunciar y no me toma- ron la denuncia. Si me hubiera dado esa alternativa, la hubiera hecho. No es cierto lo que dice”, se enoja la mamá de María.

Luego del viaje a las Termas de Río Hondo, María y Armando se fueron a vivir juntos a una casa de la familia de él, ubicada en la calle Corrientes 3271, en San Miguel de Tucumán. Ya avanzado enero de 2012, las llamadas de la joven a su madre se volvieron esporádicas. “María me rogaba que no la llamara porque Armando se enojaba muchísimo y ella sufría porque la castigaba”, cuenta la madre. Para tranquilidad de Rut, unos quince o veinte días después de iniciar la convivencia, la pareja se separó y María volvió a su hogar. Pero él no quería terminar con la relación. Al poco tiempo, la joven recibió un mensaje de texto de Armando que decía: “Desde la oscuridad y el silencio te sigo amando”. El texto del SMS figura en el expediente judicial. Cuenta Rut que María se sorprendió tanto por el mensaje que decidió ir a verlo para despedirse. Pero después de ese día, la joven no regresó a su casa. Tampoco llamaba. No podía hacerlo. Si lo hacía, si hablaba con su familia, Armando la castigaba. Una noche, Rut recibió noticias de su hija a través de un mensaje de texto en el que le contaba que él estaba dormido y que ella ya iba a irse pero que todavía no sabía cómo hacerlo.

Ilustraciones: kitsch

Se acercaba marzo y como habían comenzado los primeros fríos Rut llamó a su hija para decirle que fuera a buscar un bolso con ropa más abrigada a su casa. María fue. Mientras él la esperaba afuera, llegó a decirle a su mamá y a su abuela que Armando le había roto el celular contra una pared, tirándoselo, enojado, cuando se enteró de que se había comunicado con ellas. Ante la mirada de preocupación, María se apresuró a aclarar que después le había pedido perdón y le había prometido que le iba a comprar otro, en una actitud típica de un maltratador: pretender reparar el daño provocado. Una escena similar vivió Analía en su primera cita, como vimos en el capítulo anterior.

Tres días después de que María le contara aquel episodio, Rut recibió un llamado anónimo de una mujer que le gritó: “Tu hija está muerta”. Rut cortó. Esa voz anónima se había contactado con Rut varias veces antes. La mujer siempre decía que ella era la novia de Armando y no María. El teléfono volvió a sonar. “Me dijo que Armando la había llamado y que le había dicho que la había matado por amor a ella”, recuerda Rut. Aquel día, rogando que todo fuera mentira, Rut llegó hasta la casa de Corrientes 3271 en un taxi, acompañada de su madre y un amigo. Cuando llegaron todavía salía humo de la casa. Aterrada, le gritó a Armando que le entregara a su hija. Él negó que ella estuviera allí. Le dijo que había habido un cortocircuito y se había incendiado una habitación. Rut ingresó a la vivienda, corrió a la habitación pero por el humo no pudo ver nada. El aire era irrespirable.

“Estaba todo quemado, las ventanas tapiadas y lleno de escombros”, según afirma en el expediente judicial. Los vecinos ya habían llamado a los bomberos y a la policía. Cuando llegaron, los uniformados encontraron el cadáver calcinado de María. Los peritajes forenses determinaron que antes había sufrido una brutal paliza que la había dejado inconsciente. Un informe de la Dirección General de Bomberos concluyó que el fuego se inició y desarrolló en el cuerpo de la víctima. “Descartándose que el mismo (por el fuego) haya sido originado como consecuencia de un accidente eléctrico, determinándose además la existencia de recipientes con restos de nafta y fósforos en el lugar, indicios que demuestran la forma intencional de la combustión y que, sumados a los restantes, me permiten sostener que fue el imputado el autor del mismo”, escribió la fiscal Marta Mariana Rivadeneira, al requerir la prisión preventiva de Armando por “homicidio agravado por alevosía”. Hacía apenas cinco meses que María había empezado su noviazgo.

Armando Martín quedó detenido. Tuvo un intento de suicidio en prisión y fue trasladado a un hospital psiquiátrico, pero luego volvió a una celda en la cárcel de Villa Urquiza. Su causa ya fue elevada a juicio oral pero todavía no está definida la fecha para el debate oral y público. Para Rut fue muy difícil aceptar la pérdida de su hija. Durante semanas, entraba a la habitación de María, se sentaba en su cama, olía su ropa y lloraba. Lloró durante seis meses sin  poder parar. Hasta que su madre le hizo entender que debía seguir adelante. A mediados del 2012, Rut donó la ropa de María y se levantó. Desde entonces, empezó a pedir justicia por una muerte que ella misma anunció.