Después de la sentencia que condenó a prisión perpetua a todos los acusados por la muerte del dirigente del PRT-ERP, familiares, compañeros de la militancia y del encierro, junto con organizaciones de derechos humanos recordaron al dirigente en el cementerio norte de San Miguel de Tucumán.
A las tres y media de la tarde Miguel y Ema De Benedetti, junto con amigos y compañeros de militancia de su hermano Osvaldo “Tordo” de Benedetti empezaron a llegar al camposanto norte de San Miguel. Tenían motivos para quebrar la siesta tucumana y caminar bajo el sol con un gesto poco habitual para esas peregrinaciones. Era un gesto parecido a la sonrisa, pero que nunca será pleno como la alegría. Se habían reencontrado unas horas antes en la sala donde el Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Tucumán condenó a prisión perpetua a los seis acusados de participar el 21 de julio de 1978 en lo que se probó no fue un enfrentamiento -argumento de la “versión oficial”- sino un homicidio: el de Osvaldo Tordo Sigfrido De Benedetti, militante del PRT-ERP (Partido Revolucionario de los Trabajadores, y su brazo armado, el Ejército Revolucionario del Pueblo).
Los primeros en llegar a la lápida la cubrieron con la bandera argentina. Al sol entre las franjas celestes lo acompañaba la estrella roja de los cinco dedos de la mano proletaria y los cinco continentes. Miguel, su hermano menor, acomodó sobre un arbusto la fotografía plastificada del Tordo con la leyenda “Presente”. Se sentó junto a la tumba y lo miró a los ojos. “Lo conocí muy poco para sufrir tanto”, murmuraba. Ema, la hermana mayor, lo abrazó, acomodó los crisantemos blancos y ofició de maestra de ceremonias. Ella y Miguel habían viajado desde la provincia de Santa Fe para escuchar los alegatos. Al mediodía, ya habían aplaudido, llorado y celebrado la condena y la revocación de las prisiones domiciliarias de los represores. Todavía no habían tenido oportunidad de contarle la noticia a su mamá, Elida, de 91 años -la mujer que luchó con todas sus fuerzas junto al marido para que les dieran el cuerpo de su hijo- ni al resto de la familia desperdigada por Francia y Barcelona, donde viven los dos hijos de Osvaldo.
A la tarde, cuando la procesión que formaron unas ochenta personas–madres y abuelas con pañuelos blancos en la cabeza, señores con bastones, hombres con mochila de oxígeno- rodeaba la tumba del Tordo, estaban de nuevo al borde de las lágrimas. El grupo era una muestra heterogénea de aquella militancia nacida en los 60: campesinos, obreros, universitarios transformados por el paso del tiempo. La mayoría había compartido algún tramo de la vida del Tordo, en Santa Fe, donde empezó a militar en el movimiento estudiantil del PRT, y donde se ganó el apodo por querer ser doctor, como su padre. Otros lo habían conocido en las diversas cárceles donde estuvo detenido o en los caminos de la militancia. Los compañeros habían llegado desde Córdoba, Santiago del Estero, Buenos Aires, Santa Fe.
Hace unas semanas, el fiscal del juicio le preguntó a Ema por qué su hermano está enterrado en Tucumán. La hermana respondió: “Creo que mis padres ya no tenían más fuerzas para sacarlo de donde estaba”. Las fuerzas de la familia se habían invertido en otros frentes. Después de su detención en 1974, el Tordo había quedado a disposición del PEN (Poder Ejecutivo Nacional). Que fuera un preso “legal” no le evitó las torturas ni el paso por centros clandestinos de detención. Quienes sobrevivieron a las celdas se convirtieron en testigos cruciales del juicio.
En la Unidad Penitenciaria N° 1 de Córdoba el Tordo estuvo en calidad de rehén, amenazado de muerte si se producía algún atentado contra Videla en una visita a la Fiesta Nacional de Trigo, en febrero de 1978. Compañeros del encierro contaron que del 10 al 20 de abril de 1978 fue llevado a La Rivera y a La Perla, con la intención de esconderlo -junto a otros prisioneros rehenes- ante una visita de la Cruz Roja Internacional. Fue en los centros clandestinos donde los militares supieron que el Tordo era un dirigente del ERP y que había participado del intento de copamiento del regimiento 17 de Catamarca en 1974. Al reconocerlo, las fuerzas se articularon para sustraerlo del Servicio Penitenciario de Córdoba y del Servicio Penitenciario Federal, entregarlo al Regimiento N° 19 de Infantería del Ejército de Tucumán -entonces a cargo de Colotti y Valdiviezo, dos de los condenados-, y asesinarlo el 21 de julio de 1978 en la zona de Caspichango. Así lo sostuvo la querella integrada por Pablo Gargiullo y Bernardo Lobo Bougeau, que además de patrocinar a los hijos de la víctima también representa a la Secretaría de Derechos Humanos.
Los dos abogados estaban entre los más jóvenes que se acercaron para rendir homenaje al Tordo. En los alegatos, Gargiullo había dicho: “Estoy seguro que una persona que es capaz de morir con la dignidad con la que murió Osvaldo Sigfrido De Benedetti, recibiendo los disparos en el pecho y no en la espalda, de frente como le dijo que iba a hacerlo a su madre, seguramente es una persona imposible de olvidar”. El día del homenaje, Gargiullo caminó hasta la tumba cabizbajo y con un ramo de flores rojas, y fue de los primeros en hablar junto a la lápida.
-No lo conocí pero le traje al Tordo estos seis claveles. Uno por cada uno de los condenados, dijo y se agachó para acomodarlos sobre la loza mientras pronunciaba los apellidos de los represores. “Este es por Valdiviezo, este es por Lucena, este es por González Navarro, este es por Chilo, este es por Gorleri, este es por Colotti”.
Los Tordos, una familia en lucha
Las lágrimas de Ema y de Miguel De Benedetti no eran solamente por su hermano. La Asociación Ex Presos Políticos de Tucumán, que participó del homenaje junto con Madres de Plaza de Mayo, Abuelas y militantes de la APDH, había preparado unas páginas impresas a modo de recordatorio familiar: “Formados en una típica familia argentina de clase media de los años 60, criados en completa libertad, Osvaldo y su hermano Gabriel eligen sumarse a una organización política con el objetivo de tomar el poder para transformar la sociedad”. Gabriel tenía 15 años, dos menos que el Tordo, cuando empezó a militar también en el PRT. Murió en el penal de Rawson el 19 de junio de 1980, después de padecer tormentos durante seis años y en circunstancias que hasta ahora no se esclarecieron. A las pérdidas de la familia se sumó también el asesinato de Bernardo Alfredo Depetris, compañero de Ema De Benedetti. Depetris había sido detenido y, como en el caso del Tordo, su muerte había sido maquillada como un enfrentamiento en diciembre de 1976.
"Gracias Tordo por tu fuerza y tu valor. Hasta la victoria siempre”, lo despidió Ema. Los presentes se acercaban a la tumba y recordaban la alegría, el humor, la solidaridad, una mente brillante. “En todas las miradas adivino el regocijo de haber logrado algo de Justicia. Los corazones deben de haber palpitado más fuerte al escuchar el veredicto de quienes te asesinaron. Yo hubiera querido más mirada pícara, risa socarrona, es bien poco el triunfo ante tu vida".
"El Tordo era un batallón completo. Hoy, a 45 años del Cordobazo, hubiera levantado el brazo”, señaló alguien. No necesitaron ponerse de acuerdo para que todos los puños se alzaran al final del acto, que cerraron cantando una zamba: “Un grillo feliz llenaba su canto de azul y enero/Y al regresar a los llanos yo le iba diciendo mi adiós al cerro”.
Entre saludos y despedidas, los hermanos de De Benedetti comentaban lo que hacía un rato les había contado un lugareño en la puerta de entrada. Que hace 40 años allá arriba, en el cerro, yendo para Tafí del Valle, había fosas. Pozos profundos a donde los camiones iban y venían a descargar algo que tapaban con cemento y tierra. “Sigan buscando ahí” les había susurrado el hombre al verlos llegar al cementerio.