El proyecto comenzó en 2011 cuando Jorge Giles fue convocado a hacer el guión del primer museo del Estado argentino dedicado exclusivamente a Malvinas. Había diseñado el Museo del Bicentenario y le proponían una consigna, que no fuera el museo de la guerra. Infojus Noticias lo visitó.
El Museo de Malvinas no es un lugar de cosas quietas y objetos muertos. La primera panorámica vista desde la Avenida Leopoldo Lugones muestra un espejo de agua con el contorno de las Islas en roca y una escultura fragmentada del Crucero ARA General Belgrano: un anuncio del movimiento que reverbera adentro. Pantallas táctiles gigantes, hileras de tablets, salón interactivo para niños, montículo de televisores y la avioneta de Miguel Fitzgerald –piloto civil que viajó a las Islas en 1964- pendiendo del techo, son algunas de las cosas que se encuentran en el interior del museo.-
–Para que la historia compleja de Malvinas no fuera una cosa abrumadora pensé el diseño en cuatro estaciones: vida, pasión, muerte y resurrección de las Islas Malvinas- cuenta Jorge Giles, director del Museo, sentado en una silla de su oficina.
En el centro de planta baja hay un salón circular, hermético y oscuro al que llaman Sala Prólogo, un preámbulo de las estaciones imaginadas por Giles. En sus paredes se proyecta agua, mucha agua de mar acompañada por el silbido del viento. Los niños recostados en la alfombra miran de un lado a otro con la boca abierta. Al principio son olas serenas intercaladas con olas feroces, animales que nadan o vuelan, después sigue el estruendo, una cascada de imágenes que recorre la historia de las Islas desde 1833. USS Lexington, Arturo Umberto Illia, la Operación Cóndor, Margaret Thatcher, Galtieri, el Cementerio de Darwin. Los niños siguen recostados, pero ahora miran a los adultos, como esperando una explicación. En la última imagen proyectada, una balsa en miniatura ondea la bandera argentina sobre el mar.
El proyecto comenzó en 2011 cuando Jorge Giles fue convocado a hacer el guión del primer museo del Estado argentino dedicado exclusivamente a Malvinas. Había diseñado el Museo del Bicentenario y le proponían una consigna, que no fuera el museo de la guerra.
–Es un museo que no sólo invoca la paz sino que la expresa en todos sus rincones en su clima y en su misma presencia. Para nosotros la paz es una convicción muy honda.– Dice Giles frente a una bandera argentina estampada con la silueta de las Islas.
Aunque el Museo es un escenario descentrado de la guerra, rinde homenaje a los hombres que participaron en ella. Como dijo Daniel Filmus, secretario de Asuntos Relativos a Malvinas, a Infojus Noticias.
–Aquí se recuerda a quienes perdieron la vida por las Islas y a quienes llevan sobre sus cuerpos las marcas de la guerra, pero también es un museo que habla de la paz y de un futuro donde, sin lugar a dudas, Argentina va a recuperar el ejercicio de su soberanía sobre las islas.
La fauna soberana
La vocación del Museo es la interacción del público con todos sus espacios. Luego de la Sala Prólogo comienza el recorrido por la riqueza natural, la historia, la memoria y la actualidad de las Islas. Una de las primeras paradas del trayecto en planta baja es la imagen de un zorro tras un cristal. “Lobo de Malvinas”, dice el pie de foto, “era el único mamífero autóctono de las Islas Malvinas. Los británicos lo exterminaron en 1876”.
El lobo de Malvinas tenía pelaje pardo, orejas chicas y punta de cola blanca. Los viajeros del siglo XVIII cuentan que era amistoso, casi doméstico. Cuando llegaba la noche y los hombres buscaban cama, el zorro chico se acostaba a sus pies y amanecía con ellos. Dicen que fue exterminado por los británicos porque atacaba a las ovejas.
Las especies y los ejemplares de Malvinas son los mismos del continente. En la Península de Valdez, por ejemplo, se avistan los mismos elefantes marinos de las Islas según comprobó el Conicet de Patagonia.
–No es que tenemos la misma especie, tenemos los mismos ejemplares. Esta es una nueva manera de expresar nuestro reclamo por la soberanía. Los pájaros, los peces y los lobos marinos dicen que Las Malvinas son argentinas. –argumenta Giles en un tono pausado y tranquilo.
El primer piso sigue con un mural plateado y largo, y una pantalla que pasa un video 3D de ballenas, moluscos y krill, miles y miles de krill en el fondo del mar. “Una ballena puede comer hasta dos toneladas de krill por día”, dice la guía como sacándose un as bajo la manga. “Kelpers, el nombre nativo de los habitantes de las Islas, es tomado de kelp, algas que abundan en el Atlántico Sur”, continúa la guía frente a los niños boquiabiertos. “No termino de entender cómo asocian el nombre de los habitantes con el de las algas”, pregunta una señora grande. “Porque kelpers significa recolectores de kelp”, responde la guía.
Cada sección y cada piso tiene una persona que conoce y amplía la información puesta frente al visitante. Junto a ellos, como símbolo de soberanía, circulan los Granaderos a Caballo del General San Martín que ejercen la escolta presidencial. Andan en traje de gala, como recordando el componente histórico y soberano del Museo.
Memoria y derechos humanos
En el segundo tramo del primer piso se cuentan historias en video y en audio interactivos. El avistamiento de las Islas en 1520 por un barco de la expedición Magallanes, el arribo de los españoles, los franceses e ingleses y el paso de los holandeses. Se narran historias como la del indio guaraní Pablo Areguati que comandó Malvinas, o la del gaucho Antonio Rivero, uno de los isleños que dio batalla tras el arribo de los ingleses.
Cuando llegan los británicos en 1833, Antonio Rivero trabajaba en una mina para el gobernador Don Luis Vernet. Las ilustraciones lo pintan con mentón anguloso, sombrero alto y barba poblada. Su primer reflejo ante la incursión es organizarse y resistir. Ocho gauchos más lo siguen y el 26 de agosto de 1833 toman el comando hasta que son capturados por marinos ingleses tras la llegada de sus refuerzos.
Junto a personajes como éste hay una enorme maqueta artística que recrea la vida en Puerto Luis, capital de Malvinas, durante 1831, y una sala que revive las manifestaciones populares de 1982 en la Plaza de Mayo.
–Esta parte es la unión de la defensa de los Derechos Humanos y la causa Malvinas. No es casual que el Museo de Malvinas e Islas del Atlántico Sur esté en el Espacio de Memoria y Derechos Humanos, ex ESMA. Tiene que ver con rescatar la causa Malvinas para la memoria del pueblo y no para la tragedia de la guerra desatada por la dictadura.
En segunda planta están los recuerdos de la guerra. “Consideramos que este es un espacio de reflexión y por eso creemos que debe recorrerlo cada uno a su ritmo”, dice la guía frente a un montículo de televisores, radios y revistas de la década del 80. “Si quieren venir que vengan”, se escucha de uno de los televisores.
En la sala contigua hay una serie de objetos donados por ex combatientes. Cascos, botas, cucharas y platos oxidados o descoloridos que hablan del paso del tiempo y de la vida que reverbera en ellos. Plástico derretido como lava de volcán, lapiceras perforadas como punta de bombilla y revistas pálidas impresas en papel periódico: “Estamos en guerra”, “Estamos ganando”, “Seguimos ganando”.
La gente se dispersa y comienza el revoloteo de los niños alrededor de las tablets enormes en la mediateca. Los padres merodean y acompañan hasta que los chicos saciados de tablets, les siguen hasta el último artefacto del Museo: El puente de la soberanía. Una estructura metálica con vista al espejo de agua, al contorno de las Islas en roca y a la escultura fragmentada del ARA Crucero General Belgrano. Escultura fragmentada, o como diría Jorge Giles:
–Entera, según el punto visor desde el que se pare el visitante.