La fotógrafa Inés Ulanosky tenía 17 años cuando ocurrió el atentado. Vivía junto a sus papás, Carlos Ulanosky y Marta Merkin, a metros de distancia de la mutual. Con el temblor todavía en el cuerpo, agarró una cámara pocket y comenzó a disparar. Las imágenes de un día cruento para la historia argentina.
Inés Ulanosky vivía a metros de distancia de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) cuando tuvo lugar el atentado de 1994 a la mutual. Tenía 17 años y el shock le impidió sentir los vidrios en sus pies, al andar. Sin embargo, con las manos temblando, agarró una cámara pocket que había en su casa, metió un rollo blanco y negro y comenzó a disparar. Ese registro inédito da cuenta de la dimensión del horror que se vivió en el corazón de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 21 años atrás. Un documento de la tragedia que, para Inés, tiene un valor particular: “Hoy sería absolutamente normal tener un registro de una situación así, todos con los celulares, no tendría ninguna cosa excepcional. Creo que tienen valor porque fue algo que sucedió hace 21 años, momento en que todavía vivíamos en una época analógica. Con el tiempo, pude rescatar esas fotos. Evidentemente, fue muy bueno haberlo hecho y tener los negativos que guardé y conservé”, cuenta a Infojus Noticias.
Inés hoy, a 21 años de la tragedia.
El 18 de julio de 1994, antes de las 10 de la mañana, en un departamento ubicado en la esquina de Viamonte y Pasteur, algo inquietó a Rita, la gata de Inés, que se metió de forma violenta adentro de su cama y la rasguñó. Inés estaba de vacaciones de invierno, tenía 17 años y cursaba 5to año en el Nacional N°4 Nicolás Avellaneda.
“Estaba durmiendo”, comienza por decir Inés, en un bar cercano a Plaza de Mayo. “La gata me despertó y pude ver que la cortina que tenía frente a mi cama se movía como en una especie de ola, metiéndose adentro de la casa. Logré taparme con el acolchado antes de escuchar el estruendo. Después, tembló todo”, recuerda sobre sobre el instante en que el atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) atravesó las paredes de su casa. El edificio donde vivía Inés, junto a sus papás, estaba en la misma cuadra que la mutual, a unos metros de distancia.
Desde la ventana, Inés y sus papás fueron testigos del derrumbe de la AMIA
Cuando la onda expansiva golpeó su hogar, los vidrios de las ventanas volaron como cuchillos. “El acolchado quedó totalmente lleno de vidrios, de cosas y de la cortina que se había empapado por el agua de una pecera que tenía y que también explotó”. Ensordecida, Inés se levantó de la cama y, descalza, caminó por la habitación. También, por el pasillo. “Estaba todo cubierto por una alfombra de vidrios, la adrenalina hizo que no me cortara” dice, y mira por la ventana del bar, la calle empedrada, la claridad de este mediodía, 21 años después de aquella mañana helada.
Inés dormía arriba, en una casa de dos pisos. Al llegar a la escalera, se encontró con sus papás y juntos miraron por una ventana cómo el edificio de la AMIA se derrumbaba. “Enseguida mi papá se dio cuenta que era un atentado terrorista, yo estaba en un estado de shock total, no entendía nada. Él empezó a decir ‘Es la AMIA, es la AMIA, es la AMIA’”, comparte. Los papás de Inés, el periodista Carlos Ulanovsky y la fotógrafa Marta Merkin, se fueron exiliados a México durante la última dictadura militar, donde Inés pasó sus primeros 6 años. Habían vuelto hacía once y vivían a metros de la AMIA desde entonces.
Los vidrios quedaron desparramados por todo el lugar.
–Antes del atentado, ¿había guardias en el barrio?
–Sí, desde que había explotado la bomba en la Embajada de Israel, en 1992, había un patrullero estacionado, pero siempre lejos. No daba mucha seguridad, a veces, estaba y, a veces, no. No había sensación de protección, para nada. Una semana antes le había dicho a un amigo, al pasar por ahí, “un día vamos a volar a la mierda”.
Minutos después de la explosión, Inés y su mamá salieron a la calle, miraron los escombros y vieron cosas tremendas. Pero, sobre todo, recuerda “una confusión muy grande de audio, como si todo hubiera adquirido otra dimensión. La gente hablaba mucho, muy alto, a los gritos y no se entendía qué decían”.
Regresó a su casa impresionada. Los vidrios de las ventanas del living estaban clavados como estacas en las paredes opuestas. “Tuvimos suerte de no morir en esa, que sí hubo víctimas así, que al pasar se les clavó un vidrio de esa manera” y agrega un sentencia cierta: “No era nuestro momento”. Inés fue a su habitación, de la pecera rota aún chorreaba agua, estaban los peces en el suelo, los puso dentro de un vasito y, en esa confusión, vio la cámara.
Inés y su mamá salieron a la calle, miraron los escombros, el ruido era tremendo. Volvieron a la casa impresionadas.
–¿Cómo fue que decidiste hacer fotos en ese momento?
–No fue una decisión. No era fácil quedarse sin hacer nada. Tuve el impulso de agarrar la cámara y registrar lo impresionante de ese momento. Me acuerdo que temblaba y no podía hacer algo tan simple como meter el rollo en la cámara, hasta que finalmente pude y saqué estas fotos en blanco y negro.
–¿Te acordás cómo fue la secuencia de fotos que hiciste?
–Fue un registro sin ningún tipo de plan o idea, fue una necesidad. Lo que hice fue sacar fotos de lo que pasaba, muy nerviosa y muy angustiada. Disparé algunas a mi alrededor, por la ventana y no mucho más.
"Fue un registro sin ningún plan", confesó la fotógrafa.
Inés Ulanovsky estuvo desde chica en contacto con la fotografía. Solía acompañar a su mamá en sus trabajos, donde pasaban horas y horas en cuartos oscuros de agencias de noticias, diarios, revistas. A los 14 años, empezó a hacer cursos y, junto a su madre, armó un laboratorio en esa casa, donde Marta le enseñó a revelar y ampliar. La fotografía pasó de madre a hija como herencia natural: Marta le regaló su equipo fotográfico a Inés.
–¿Las fotos las tomaste con esa cámara?
–No, las sacamos con una pocket que teníamos, porque creo que era la que estaba más a mano o no pude meter el rollo en la Nikon que tenía de ella, y se las pasé a la pocket, un rollo blanco y negro, de 36. Saqué diez fotos, pero se perdieron unas tiritas que presté. Por eso quedaron estas seis.
Rita, la gata de Inés, junto a la pecera, en una foto previa al atentado.
Inés explica que las tuvo que retocar bastante porque “el tiempo arruina las películas, aun si están bien guardadas”. Entre las imágenes registradas se ve también la esquina de Pasteur y Viamonte repleta de gente y la llegada de una ambulancia; y otra donde se ve una grúa y uno de los primeros equipos periodísticos que llegaron al lugar, algo que Inés señala con asombro por la inmediatez con que comenzaron a transmitir desde allí.
En pocos minutos, el lugar se colmó de ambulancias, policías, vecinos, periodistas.
Su casa, vinculada con los medios periodísticos, pasó a ser un lugar de mucho movimiento de prensa, al igual que la casa de enfrente, rememora mientras señala las esquinas dibujadas en el plano que está sobre la mesa del bar. Esos dos edificios fueron estratégicos para la cobertura de los rescates de los días subsiguientes. “Me acuerdo que vimos desde el sexto piso, en vivo, el momento del rescate de un hombre que creo se llamaba Jacobo, que fue quien sobrevivió entre los escombros varios días pero que, al poco tiempo, falleció”.
A partir de entonces, todos los 18 de julio, desde estas mismas ventanas desde donde Inés disparó temblando un par de fotos, muchos fotógrafos y camarógrafos repitieron el gesto, para no olvidar las huellas dejadas por uno de los actos terroristas más cruentos de la historia argentina. A 21 años de ocurrido, la sociedad todavía espera que se haga justicia y se condene a los responsables.
JB/LL