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25-9-2013|11:19|Bulacio Opinión
Los Redondos en el ‘91, entre la violencia y la masividad

Bulacio: una muerte que el rock veía venir

“Estamos solos, y lo que va a venir es peor”, dijo el Indio Solari luego de una pelea entre la policía y los ricoteros en un recital en La Plata. Fue un año antes de la muerte de Bulacio. La represión en el rock en los primeros ’90 y la actitud -¿coherente? ¿fría e indiferente?- de la banda ante el asesinato de un seguidor.

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Como un tajo del que todavía drena injusticia –y por lo tanto dolor-, el 26 abril de 1991 murió Walter Bulacio y partió en dos la historia de la lucha contra la represión juvenil en la Argentina. Aún cuando los procedimientos se siguieron repitiendo, aún cuando la muerte continuó presente, nada fue igual a partir de entonces, quedando revelada la crueldad policial, remedo nefasto de la dictadura.

Aquel fue un año de combustión, que marcaría para siempre la biografía de Patricio Rey, tanto en lo musical como en la relación con su público. A los recitales de abril en Obras la banda llegó tras uno de sus tantos períodos de ostracismo autoimpuesto. Hacía más de dos años que sus integrantes no hablaban con la prensa. Al tiempo que se maceraba el gran salto hacia la masividad absoluta, también se cocinaba, en sus recitales y adyacencias, la atroz experiencia de la violencia. Asomaba la década y mostraba sus peores dientes: represión, falopa y desempleo. Ya un año antes, en mayo de 1990, tras un concierto en el club Atenas de La Plata, el Indio Solari, tras una pelea en la puerta entre fans sin entradas y policía, advertía, profético: “No sé si se dieron cuenta pero estamos solos. Y lo que va a venir es peor”.

Fue mucho peor. En los shows de octubre y de diciembre del 90 no hubo mayores episodios de agresividad, pero palpitaba en el ambiente la sensación de una calma tan precaria como impostada. Al tiempo que el menemismo consagraba su doctrina de ajuste y privatización, en cada recital un ejército de represores con credencial iba a la caza de un raudal creciente de desclasados sin tickets. A dos décadas de distancia, la de Bulacio parece la crónica de una muerte anunciada.

Lo curioso –o no tanto- es que esa muerte no funcionó como pináculo macabro de la escalada de violencia sino como una estación más –la peor- de un recorrido que acompañaría cada presentación de la banda hasta su disolución. O sea, durante todo el menemismo hasta su big bang social, con De la Rúa.

La intriga y el silencio público –una constante en toda su existencia- dominaron el comportamiento de PR en relación a la muerte de Bulacio. Desde su familia y su defensa –en especial la Correpi y su madre- tomaron esa actitud como una manifestación de indiferencia, una percepción que se fue potenciando a medida que la banda crecía en convocatoria, estrellato y recaudación.

Esa sensación también fue absorbida por una porción de la opinión pública y por parte de un sector que comenzaba a tomar a los Redondos –su música y su impronta- como un movimiento molesto o irrelevante artísticamente. Sin embargo, de acuerdo al entorno de PR, los contactos entre familiares y el grupo existieron, a la manera ricotera claro: de forma subrepticia, sin cámaras, como parte de un policial de suspenso.

En octubre de aquel año, días antes de la publicación de La Mosca y la Sopa, el disco que le daría a la banda la pátina de popularidad que el destino le venía prometiendo –el salto a los estadios era inminente-, Solari decía con respecto a Bulacio: “Nosotros estuvimos en el lugar que tuvimos que responder, pero no podemos hacer de campana de resonancia de un montón de gente (…) que empieza a hacer circular una descripción de las cosas que está totalmente alejada de la intimidad de los hechos”. Y agregaba, apuntando directo: “Hemos visto cosas muy raras (…) Vos estabas llorando por tu hijo hace media hora, ahora quizás ya no, pero vuelve la cámara y hay que llorar otra vez. Y todo el mundo se acostumbra a eso”.

Paradojas de un país que agudizaba su sometimiento televisivo –la noticia y su espectacularización-, el mismo día que Bulacio moría, Diego Maradona era detenido por la policía en su departamento de Caballito por posesión de cocaína. La convicción banal del menemismo –un rasgo de época- se manifestaba en toda su dimensión: todos los canales de TV filmaron a Diego subiendo a aquel auto policial, aturdido y narcotizado. Ya nada sería igual. Siete meses después asumía como gobernador de la provincia Eduardo Duhalde, el duque en sus dominios.

En abril de 2001, una década después de su muerte y con Bulacio devenido mártir, durante uno de los últimos conciertos de una banda que ya se había convertido en leyenda, Solari tomó el micrófono para presentar una canción. “Hace 10 años ya –dijo Solari en ese show de Montevideo- y los asesinos están sueltos. Y está el cariño genuino de la abuelita y de los amigos. Por eso teníamos ganas de dedicarle este tema a Walter”. La banda tocó “Juguetes perdidos”.
 

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