La desaparición de Magaly de su casa durante 17 horas expuso otra vez la matriz machista que filtra todo lo que se expone sobre las víctimas, en este caso una nena de 12 años. "Una mirada que todo lo sensualiza". Pasó con el Candela Rodríguez, Ángeles Rawson y Araceli Ramos.
Magaly estuvo fuera de su casa 17 horas. En ese tiempo supimos, a través de la cobertura mediática, que era adoptada, que iba a la escuela Santa Magdalena de los Olivos. Conocimos su selfie frente al espejo y otra imagen donde viste ropa deportiva blanca y rosa. Y hasta supimos los grupos que integra en Facebook. Todo esto sobre una nena de doce años que no puede votar, tomar alcohol, manejar un auto, irse del país sola y todas las limitaciones que hacen a su condición de menor.
Un primer análisis pone en la mira a las prácticas periodísticas. Sin embargo, pensar en una crítica a la cobertura mediática es limitado. El horizonte es más amplio. Las anteojeras de la naturalización no dejan ver la matriz, una matriz machista que sensualiza todo lo que pasa alrededor de una chica bonita que estuvo fuera de su casa una noche. Una mirada que reproducen tanto hombres como mujeres.
El morbo es sexista. Opera de una manera distinta cuando se trata de un caso policial protagonizado por mujer. “Aparenta más grande de lo que es”, “Es linda”, “No parece una chica de su edad”, “Seguro que se fue con un noviecito”. Todos los comentarios que se hicieron alrededor de la imagen de Magaly encierran machismo. Una mirada que no puede dejar de sexualizarlo todo, aún cuando se trata de una menor de edad. Pasó en 2011 con Candela Sol Rodríguez y el año pasado con el crimen de Ángeles y el de Araceli Ramos. Otra vez, los cuerpos femeninos son territorios en disputa.
Magaly eligió mostrarse al mundo en shorts y camisa tocándose la nariz. Esa foto estaba en su Facebook. Ninguna mujer nace para víctima. Ahora se la ve saliendo de la fiscalía encapuchada como alguien que cometió un delito. Aparece en los medios con su cara pixelada, en mosaico o con una cinta negra en los ojos. Durante su búsqueda, la difusión de la imagen fue útil para encontrarla. De hecho, la vecina la vio en la parada de colectivos donde la encontraron, la reconoció por la foto que publicaron los medios. Tras su aparición, muchos portales decidieron sacar de circulación esa imagen. Ese es, tal vez, el único aprendizaje que dejó la cobertura del caso Ángeles Rawson, el crimen más televisado de los últimos tiempos. En esa oportunidad tuvo que intervenir la Defensoría del Público para que dejaran de publicar la imagen de la chica muerta.
Las observaciones que se desprenden de la cobertura mediática son fotocopia de otros casos. Quizás con menos intensidad porque la chica, por suerte, apareció rápido. Se repiten patrones de conducta como una trama universal única: intentar juzgar a la familia, vulnerar la intimidad y la vida privada de una niña, hurgar en la sexualidad de una nena, no aportar información útil. El periodismo es uno de los frentes pero casos como el de Magaly desnudan la necesidad de un cambio social y cultural profundo que va más allá de la buena intención de un manual de buenas prácticas.
Hacer periodismo es formularse preguntas, porque todo periodismo es de investigación. No es casual que las imágenes de las niñas que desaparecen son siempre fotografías sensualizadas. ¿Podemos preguntarnos eso? ¿O tenemos una cinta negra como la que le ponemos a Magaly en los ojos?