La periodista Soledad Vallejos acaba de publicar "Trimarco. La mujer que lucha por todas las mujeres". Investigó al clan Ale en Tucumán y acá cuenta cómo funciona y cómo es el poder sólido y omnipresente que detentan en la provincia. Negocios turbios, tráfico y explotación sexual.
En febrero de este año, cuando se realizaron los allanamientos, yo estaba en San Miguel de Tucumán. Era temprano, me avisaron unos colegas de quienes me había hecho amiga durante la cobertura del juicio por Marita Verón. Yo salía de una entrevista y estaba de camino a la Fundación María de los Ángeles, para hacer una más. Apenas entré, comenté los operativos que habían comenzado: nadie sabía nada. La primera reacción de Alejandra Rasgido, la prima de Marita Verón que tiene su misma edad y un aire a la hija de Susana Trimarco, fue levantarse de un salto, ir a la puerta de calle. “¿Dónde está el gendarme?”, preguntó. Temía que, sin la custodia, algún allegado a los Ale tomara represalias contra ellas, el lugar, las chicas rescatadas. Aun en 2013, tantos años después de denunciado públicamente, el poder de Ale parece blindado.
Su abogado lo dijo el año pasado: La Chancha está enfermo, muy enfermo. Se sabe que le cuesta caminar, porque el parkinson y la obesidad mórbida que le ganó el apodo le hicieron mella. Que aunque tenga apenas 51 años, su salud es extremadamente frágil.
Pero todavía hoy La Chancha es un poder sólido, omnipresente, invisible. En Tucumán, aunque Trimarco lleva más de 10 años pronunciando su apellido junto con la expresión “la mafia”, sólo ella y un ex legislador bussista, Jorge Lobo Aragón, se animan a referir los negocios turbios, el tráfico y la explotación sexual, a recordar las muertes tumultuosas y nunca del todo aclaradas vinculadas al clan. Lo mismo sucede con los robos de tierras, las cabezas de ganado que desaparecen misteriosamente.
Investigar a La Chancha no es fácil, porque se escurre. En Tucumán está en todos lados y es invisible a la vez. Cualquiera puede tomar en la calle un remis con el sticker de “5 estrellas”, la agencia que regentea o regenteó, nunca queda claro, con su ex esposa, María Jesús Rivero. En el Mercofrut, heredero del Mercado de Abasto donde el abuelo y el padre de Ale iniciaron la fortuna familiar, todavía se habla de él y su hermano Ángel, El Mono.
Los archivos periodísticos están llenos de noticias policiales que los nombran. El club San Martín sigue imbuido de su influencia, aun ya terminada –al menos en lo formal- la gestión de la pareja como gerenciadora. En 2012, durante el juicio por Marita Verón, más de un asistente señaló que los señores corpulentos presentes de repente en la sala del tribunal, en fechas clave, eran barrabravas del club. Rivero se empeñó en señalar que no eran tales, sino muchachos agradecidos, ex empleados de su gestión.
A Rubén La Chancha Ale le gusta ser mentado como empresario. Eventualmente, también como dirigente deportivo. Pero no le gusta que se digan otras cosas. Como a Rivero, su ex mujer, la noción de respetabilidad burguesa y la idea de ser reconocido como emprendedor lo pueden. Su debilidad, notablemente, pareciera ser el honor.