El crimen de la adolescente, del que hoy se cumplen dos años, marcó un punto de inflexión: no sólo en la cobertura periodística sino también en la percepción social de los femicidios. Algunos medios no aprendieron nada y siguen presentando los asesinatos de chicas como un espectáculo.
Nunca olvidaremos la cara desencajada del padrastro de Ángeles Rawson. Tampoco las distintas fotos de la adolescente de 16 años, ni el jogging verde que tenía puesto en las filmaciones de las cámaras de vigilancia, horas antes de que la mataran. No olvidaremos la fachada de granito de ese edificio tan porteño de Ravignani 2360, donde la prensa montó un campamento durante quince días en junio de 2013. Jorge Mangeri, el portero que ahora se enfrenta a cadena perpetua por el femicidio, siempre vestirá una remera blanca. Todas estas partes- tomas- se fueron transformando en símbolos y al “caso Ángeles” entramos como a una sinécdoque, pero confundiéndolo todo. Las 594 horas de aire de los primeros quince días de cobertura mediática –un récord televisivo- se ocuparon gracias a repeticiones de imágenes y conjugaciones verbales imposibles. Había que explicar el asesinato de una chica de clase media tirada entre la basura de la CEAMSE. No era el primer femicidio del año, ni mucho menos, pero ahora se trataba de una colegiala de Palermo. Había que entenderlo y sobre todo apuntar al culpable. No importó si para esto se echaba mano a métodos lombrosianos (“el padrastro tiene pinta de loco”, “Mangeri tiene cara de bueno y juega con el dinosaurio Barney”) las noticias iban más rápido que los acontecimientos, y se revictimizaba con morbo a una niña muerta. Una y otra vez.
El asesinato, posterior a un probado ataque sexual, se trató desde lo mediático como un caso policial doméstico que “conmocionó” a la sociedad y no como un femicidio inserto en la trama de violencia machista. Después de que bajaron un poco las aguas, y toda la mugre quedó a la vista, nos dimos cuenta por qué, exactamente, el cuerpo arañado, golpeado y asfixiado de Ángeles marcaría un punto de inflexión, tanto en lo periodístico como en la percepción social de los crímenes contra mujeres.
En la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual recayeron dos denuncias contra canales y programas de noticias. El organismo que dirige Cynthia Ottaviano elaboró y envió a las redacciones un informe de once páginas que podría usarse como manual de lo que no hay que hacer a la hora de cubrir femicidios.
Un año y pico después del hallazgo del cuerpo de esta adolescente, apareció envuelto en una bolsa de basura el cuerpo de Melina Romero, de 17 años. Dos chicas despachadas como restos no podían ser presentadas al mundo de forma más distinta. Si Ángeles fue la víctima blanca inocente de colegio privado, Melina fue la descontrolada del conurbano que “algo habría hecho”. La prensa no apuntó contra la familia sino contra el territorio -“su entorno”- donde convivían los transas con los rituales umbandas. Aunque los dedos apuntaban a lados diferentes, el femicidio fue vuelto a tratar como un policial y no como otro crimen de una chica en manos de varones.
A dos años del crimen de Ángeles, que marcó el pico de rating en femicidios, se sigue violando sistemáticamente la ley de protección integral a las mujeres y se sigue presentando el asesinato de chicas como un espectáculo. Sólo cambia la modalidad dependiendo de la clase social de la víctima. A pesar de las regulaciones, denuncias y legislaciones, el morbo siempre acecha y tenemos que estar alertas. Si cada 32 horas muere asesinada una mujer en manos de un varón, los periodistas tenemos la posibilidad, cada 32 horas, de visibilizar un problema social desde una perspectiva de derechos o de revictimizar a las mujeres, sumándonos al espectáculo disfrazado de indignación.
A dos años del crimen de Ángeles, todos recordamos sus fotos de Facebook, el jogging verde y la cara del padrastro pero todavía no sabemos -con un juicio oral en curso- dónde fue asesinada y cómo fue trasladada al basural. El único imputado sigue negando su participación en el asesinato. Supimos todo, de la peor manera, pero seguimos sin saber nada.