Blaustein sostiene que sí existen diferencias entre la la inseguridad real y la sensación de inseguridad. Y que establecer esa diferenciación no significa ni negar ni satanizar las demandas de seguridad. "El delito no creció en los últimos años en comparación con lo que asegura la tabla de multiplicación mediática", afirma.
Muy de vez en cuando un título de tapa atractivo y una frase feliz abren la cabeza. En 1986 me hice de un ejemplar de una muy buena revista de debate catalana: Saber. Uno de los títulos de tapa era simple: “El miedo en las ciudades”. Uno de los articulistas que ayudaban a pensar el tema era Jordi Borja, un geógrafo y urbanista que supo visitar varias veces Buenos Aires, particularmente en tiempos de la gestión de Aníbal Ibarra como Jefe de Gobierno. No encuentro ahora la frase redonda que me abrió la cabeza. Pero básicamente se sugería al pensamiento “de izquierdas” no satanizar al pepe las demandas de seguridad legítimas y entendibles de la sociedad, aún cuando esas demandas entraran en zona de riesgos graves: paranoias, intoxicaciones, pérdidas de libertad, xenofobias, desconfianzas, aceptación de prácticas violentas o ilegales por parte del Estado o los ciudadanos, microfascismos.
Las demandas de orden y seguridad a menudo incomodan al discurso llamémosle progresista, transformador, inclusivo. Al punto que esa incomodidad a menudo conduce a parálisis, a confusiones, a eventuales retrocesos. Voy a detenerme en un problema en particular que es el mal resultado de una batalla cultural relativamente perdida ante el poder de la comunicación y la política conservadora. Esa batalla es la que intenta reflexionar sobre la diferencia que media entre inseguridad real y percepción de inseguridad. Por si no quedó claro: establecer esa diferencia no significa ni negar ni satanizar las demandas de seguridad, aún las demandas de seguridad entendidas meramente (o neciamente) como las referidas a un campo particular del delito y del crimen: robos callejeros, narcotráfico, homicidios en ocasión de robo, violaciones.
Se sabe: plantear públicamente la mera idea de la “percepción de la inseguridad” es exponerse a la burla agresiva no sólo de la potente artillería de actores políticos y comunicacionales, sino ganarse la bronca de extensas porciones de la sociedad. Sin embargo la diferencia entre realidad y percepción existe y la negación de esa diferencia es un acto político y una construcción cultural perversa.
Hasta hace unos años existió entre otros un interesante espacio de reflexión y seguimiento acerca del problema seguridad/percepción de la inseguridad abierto por dos docentes de la universidad de Belgrano: Virginia García Beaudoux y Orlando D’Adamo, el segundo de ellos director del Centro de Opinión Pública de la UB. El trabajo solía renovarse anualmente y establecía una comparación entre lo publicado por la prensa escrita en torno de violencia y delito y un cruzamiento de ese seguimiento con datos elaborados por organismos oficiales. García Beaudoux y D’Adamo hablaban de un Índice de Violencia Social Percibida (IVSP), derivado de ciertas prácticas concretas de los medios desde las cuales ellos establecían un sistema de puntajes: ubicación de la noticia dentro del diario, tratamiento periodístico, modos de titulación, gravedad presunta establecida según los resultados de encuestas hechas mediante focus group, algo así como: cuánto temor desata cada delito.
Algunas pistas del trabajo hecho por D’Adamo y García Beaudoux. Si en marzo de 1997 se estableció un índice con base 100, apenas cuatro años después ese índice de percepciones había dado un salto aterrador: 254 puntos (276 en diciembre de 2006). Para hacerla corta: lo que demostraba el trabajo es que el seguimiento informativo que hacen los medios sobre la violencia es cualquier cosa menos científico. O dicho de otro modo: que el famoso “espejo mediático” suele deformar a lo pavo. A menudo los medios generan una percepción de violencia mucho mayor a la real. Pero también puede suceder lo contrario: que la violencia o el delito real crezcan en un mes determinado y que los diarios luzcan páginas mansas y tranquilas. Sucedió, dicen los autores del trabajo, cuando el atentado a las Torres Gemelas, que ocupó las suficientes páginas como para desaparecer toda preocupación por la inseguridad en Argentina (aquella única vez el índice de percepción bajó de la base 100 a 90).
Últimas pistas: casos sonoros como el secuestro y asesinato de Axel Blumberg, o el asesinato del empresario Mariano Perel y su esposa, hicieron saltar la percepción de la inseguridad a niveles de infarto, por aislados o no que pudieran aparecer esos leading cases en relación con las estadísticas globales del delito.
Aún en un marco de cierta incertidumbre estadística, existen seguimientos oficiales que muestran que el delito no creció en los últimos años en comparación, como mínimo, con lo que asegura la tabla de multiplicación mediática. Acaso la discusión social, política e institucional mejoraría en términos de rigor y calidad si se crearan observatorios estatales sobre el delito que resultaran confiables para la sociedad, tal como lo propuso hace ya varios años el CELS, con apoyo de legisladores de muy distintas extracciones partidarias. A falta de esas y otras herramientas de discusión posible, y de mejores diagnósticos sobre la inseguridad, la ruidosa discusión social y mediática naufraga en el espasmo permanente y la casi absoluta ausencia de rigor.