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Infojus Noticias

3-10-2014|12:21|Abuso sexual Buenos AiresProvinciales
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Piden informes de Giménez al Arzobispo de La Plata

Después de 34 años, una mujer denunció por abuso a un cura de La Plata

Julieta Añazco se presentó como querellante en la causa que instruye el fiscal Marcelo Romero, que investiga las denuncias contra el sacerdote Héctor Giménez por abuso sexual, y pidió la imprescriptibilidad del delito. Denunció que el cura la abusó entre los 8 y 10 años, en los campamentos que organizaba cerca de La Plata. Piden que se desarchiven otras dos denuncias.

  • Fotos: Gerardo Villacorta.
Por: Milva Benitez

Desde los 8  y hasta los 10 años ―en 1980, 1981 y 1982―Julieta Añazco pasó parte del verano en los campamentos que el sacerdote Héctor Ricardo Giménez organizaba en una estancia en Bavio, a 30 kilómetros de La Plata. El año pasado, recordó los abusos sexuales a los que la sometió el sacerdote. Después de 34 años, esta semana lo pudo denunciar penalmente. Se presentó como querellante en la causa que se instruye en la Unidad Funcional de Instrucción N°6 (UFI6), en La Plata. Y, por tratarse de una violación grave a los derechos humanos pidió la imprescriptibilidad de los delitos que allí se investiguen. Además, le exigió al arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, que le informe sobre las medidas adoptadas por las denuncias que involucraron al sacerdote en abusos cometidos contra niños y niñas, en 1985 y 1996

“Lo conocí en los campamentos que organizaba como sacerdote de la iglesia Madre de la Divina Gracia, en Gonett. Y en 1982 fui al último, cuando Giménez ya estaba en la iglesia Sagrado Corazón de Jesús, en City Bell. Íbamos con otros chicos―unos 15― a una estancia en Bavio (una localidad rural en el partido de Magdalena)”, recordó Julieta y dijo que por las noches el sacerdote se metía en las carpas donde dormían. “Todavía me acuerdo del ruido del cierre cuando entraba para acostarse donde estábamos nosotras”, contó Julieta a Infojus Noticias y explicó que a veces se hacía la dormida, entonces veía a Giménez meterse donde dormían otras nenas. Los abusos se repetían en el momento de la confesión; “cuando me acordé, eso fue lo que más me enojó”, confió Julieta y contó que después constató que otros niños y niñas pasaron por lo mismo.

El año pasado, después de escrachar la casa donde vive el sacerdote en el barrio platense Los Hornos, en calle 68 número 2859 entre 152 y 153, junto a otra víctima (M.G.) que lo señaló por abuso y acompañadas por organizaciones de mujeres, una mujer  de poco más de 50 años, se contactó con Julieta. Le contó que en la década del setenta, el sacerdote estuvo en el barrio porteño de Flores, en la Iglesia Santa Clara; le describió los mismos tipos de abusos en el momento de la confesión y el alejamiento del sacerdote de la parroquia en medio de un escándalo.

Consultada por esta agencia, M.G. recordó que para confesarlos el cura los hacía pasar a un cuarto –“cerrado, donde no había nadie” – y los sentaba entre sus piernas. “Cuando entré a internet para ver si se trataba de la misma persona me impactó ver su foto, es el mismo, lo recuerdo perfectamente”, concluyó.

En la causa N° 36391/13, además de Julieta, otra mujer contó que siendo niña participó de los campamentos en Bavio y dijo que “el párroco las enjabonaba en la ducha (SIC)”. El padre de esta niña (ahora una mujer de más de 40) declaró como testigo en el expediente y recordó que siendo pequeña su hija le contó lo mismo. El hombre explicó que cuando enfrentó al cura este le dijo que lo hacía porque “las niñas se bañaban mal”.

En la causa que instruye el fiscal Marcelo Romero, también declaró la madre de Julieta. Contó que cuando Julieta cumplió  diez años, les dijo que “vio al padre Ricardo tocando a un nene” y decidieron no volver a mandarla. A los 18 años, les confió lo que le había pasado a ella, pero cuando consultaron con la entonces jueza de menores de La Plata, Gloria Gardella, la magistrada les recalcó que el delito estaba prescripto. “Nos dijo que era mejor no investigar porque se estaba saliendo de la dictadura” y entonces prefirieron no volver a hablar; hasta el año pasado, cuando Julieta pudo poner sus recuerdos en palabras otra vez.

En el escrito que presentó a Julieta como querellante, las abogadas del Colectivo La Ciega que la asisten, son claras: los abusos sexuales cometidos por Giménez, “en ejercicio de su ministerio de fe”, fueron “generalizados y constantes hacia niños y niñas que se acercaban a la Iglesia”. Y, además de los testimonios ya citados, pidieron que se desarchiven de otras dos denuncias por abusos deshonestos que involucraron al sacerdote, en 1985 y 1996.

Los casos de City Bell

La de Julieta no es la primera denuncia penal que tuvo Giménez, desde que se consagró como sacerdote en 1957. El año pasado, después de obturar el recuerdo durante largo tiempo, el nacimiento de su nieto (por el que sintió miedo de que le ocurriera “algo”) y una serie encuentros personales, pusieron a Julieta frente a lo que vivió hasta los 10 años de edad. A partir de hacer público su caso, otras víctimas se contactaron con ella. “Somos más de veinte”, contabilizó.

En los años ’80, Giménez estuvo en la parroquia Sagrado Corazón de Jesús de City Bell, donde otras niñas describieron situaciones de abuso. En 1985, fue denunciado por abuso deshonesto ante el Juzgado de 1º Instancia en lo Penal Nº 1 de La Plata. En la causa (93.515/85), a la que tuvo acceso Infojus Noticias, nueve niñas ―de entre 8 y 10 años ―relataron que se estaban preparando para la comunión cuando Giménez las hacía pasar a un “cuartito” para confesarlas y describieron los manoseos.

En ese expediente, una religiosa y una catequista confirmaron que el sacerdote cerraba la puerta de esa oficina cuando entraba a confesar. Y otra niña, de 13 años, declaro como testigo, y también habló del momento del baño en los campamentos en Bavio. Dijo que el sacerdote se metía en la carpa cuando se estaban bañando y les “echaba agua” y que “enjabonaba” a las más chicas y a una nena, un poco más grande, que tenía un retraso. Giménez también declaró en esa causa; habló de “muestras de afecto” hacia las niñas.

Finalmente, el 28 de agosto de 1986 el sacerdote fue provisoriamente sobreseído por el juez Eduardo Carlos Hortel, que consideró que “insuficientes” como medios de prueba las “versiones de pequeñas niñas” y como “muestras de afecto” los “besos y caricias que se le atribuyen (a Giménez) y él mismo reconoce”. En el escrito donde Julieta se presenta como querellante, las abogadas que la asisten, Lucía de la Vega y Estefanía Gelso, calificaron esa sentencia como “lamentable”, “arbitraria” y “vergonzosa”.

En Magdalena, once años después

En los 90, Giménez actuaba como párroco en Magdalena, una localidad rural a pocos kilómetros de la capital provincial. En marzo de 1996, en esa parroquia, una mujer lo denunció en la comisaría por tocarle los genitales a su hijo y tratar de besarlo en la boca. A esa denuncia se sumaron los padres de otros cuatro niños.

Por disposición del juez Emir Caputo Tártara el cura fue preventivamente detenido; pero en enero de 1997 por insistencia de sus defensores y con la garantía –bajo caución juratoria – del arzobispado platense, en manos entonces de monseñor Carlos Galán, Giménez obtuvo la libertad con el compromiso de no obstruir la investigación, ni fugarse. El caso llegó a la Cámara de Apelaciones y los jueces Raúl Delbés y Horacio Piombo le concedieron la excarcelación.

Por las denuncias en Magdalena, consignaron las abogadas de La Ciega, el sacerdote “fue incluso condenado en la causa Nº 54813/96 caratulada “M., M.R. c/ Giménez por abuso deshonesto agravado”. Pero, finalmente en 2001, después de marchas y contramarchas, el sacerdote obtuvo la absolución por estos hechos. Este expediente también formará parte de la investigación que ahora se abre en la UFI6 a instancias de la denuncia presentada por Julieta.

Las preguntas al arzobispado

En la causa penal el fiscal Romero solicitó al Arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, que le informe sobre los destinos parroquiales y la actividad de Giménez a principios de los ’80, porque oficialmente, en la página del arzobispado, figura como uno de sus sacerdotes. Julieta no tiene muchas expectativas; sabe que en los tribunales eclesiásticos su causa también es considerada prescripta, pero también sabe que hacerla pública le da fuerzas.

Con el asesoramiento del abogado, Carlos Lombardi, este mediodía solicitó en el arzobispado que le informen “por escrito” si de acuerdo a lo normado por el derecho canónico se llevó a cabo una investigación “a fin de esclarecer y/o juzgar en sede canónica los abusos sexuales cometidos contra mí por el presbítero Héctor Ricardo Giménez” y sobre las “medidas canónicas y/o pastorales adoptadas para reparar el daño causado y restablecer la justicia”.

Presentó el escrito este mediodía acompañada por una nutrida columna de integrantes del equipo de Profesionales Latinoamericano/as contra el Abuso de Poder, que integra Lombardi, y militantes de la Casa de la Mujer Azucena Villaflor, la Unión por los Derechos Humanos, el Espacio de Género del Frente Darío Santillán y otras organizaciones platenses, que ya el año pasado la ayudaron a mostrar que Giménez seguía dando misas en el hospital San Juan de Dios (donde hicieron el primero de los escraches, después fueron a su casa en Los Hornos). “En ese momento,  le dije en la cara que no se iba a olvidar nunca de mí, y eso fue muy liberador”, dijo Julieta al recordar los escraches.

 “Poder hacer la denuncia es parte de nuestra sanación. Es un camino que empecé y quiero terminar”, confió  la mujer, con la esperanza de que su testimonio le allane el camino a otras víctimas, niños y niñas que como ella podrían haber sido víctimas del sacerdote. Una sentencia del año pasado de la Cámara Primera en lo Criminal de Paraná, le da un poco de esperanza, allí los jueces determinaron que resultan “imprescriptibles por configurar una grave violación a los derechos humanos” los abusos sexuales cometidos por funcionarios eclesiásticos y Julieta espera que la Justicia platense tome nota de ello. 

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