Mónica era empleada doméstica, hacía arreglos como modista, tenía esposo y tres hijos. Hace casi dos años, el 4 de agosto de 2011, nunca llegó a su casa. El martes encontraron un cadáver en una villa serrana de Córdoba. La fiscal del caso está segura que es el de Mónica. Hay dos hombres detenidos.
Un misterio de un año, once meses y once días parece haber quedado resuelto luego de que la policía cordobesa, el martes por la tarde, desenterrara un cráneo humano en bajo un montículo de piedras. Estaba a la sombra de un árbol, en Colanchanga, una pequeña villa serrana a pocos kilómetros de Río Ceballos, Córdoba. Los investigadores no tardaron en toparse con el resto del cuerpo. La fiscal del caso, Mónica Liliana Copello, tiene casi confirmado que se trata de Mónica del Valle Molina, una mujer que fue vista por última vez hace dos años, después de subir a un colectivo de línea en Villa Allende, un barrio de la capital. “Todo indica que es ella: la ropa que llevaba, la dentadura, una pulserita que tenía puesta”, confiaron fuentes del caso a Infojus Noticias. Los estudios de ADN confirmarán de manera científica la identidad.
Para la fiscalía, la muerte de Mónica fue un femicidio. Uno de los dos detenidos hace una semana, Ítalo Herrera, era un hombre de la construcción que había sido el primer novio de Mónica, durante su juventud. El segundo detenido es Gustavo Castillo, un empleado suyo que –creen los pesquisas- le habría ayudado a ocultar el cuerpo. Ahora decretaron el secreto de sumario por diez días, para atar los últimos cabos sueltos, y le dictaría la prisión preventiva a Herrera. La situación de Castillo, en cambio, aún es incierta.
Mónica era empleada doméstica, hacía arreglos como modista, tenía esposo y tres hijos. Hace casi dos años, el 4 de agosto de 2011, se puso un jean azul, un pullover de lana blanca, campera y zapatillas negras. Se calzó la cadenita dorada con la figura de un santo y salió de su casa por última vez. Pasó la tarde en lo de su padre, que esa noche la llevó hasta la parada del colectivo. Allí, frente al estadio Orfeo Superdomo, cerca de las diez de la noche, Mónica escribió un mensaje de texto: “Poné la comida para las 23, que a esa hora llego”. Fue su última prueba de vida. Las cámaras del estadio la captaron subiendo a una unidad de la línea N4, que la iba a llevar hasta su casa en el barrio de Villa Empalme. Algo la hizo bajar antes.
“Desde el inicio de la investigación hubo un sospechoso”, contó una fuente del caso. Era Herrera. Con la intervención de la Unidad Judicial Homicidios, luego de cruces telefónicos e interrogar a sus círculos íntimos, los investigadores pudieron saber que Herrera había sido el último en ver a la mujer. Se conocían bien: tanto, que la hermana de Mónica y el hermano de Herrera están casados entre sí y viven hace siete años en España.
La semana pasada, la fiscalía lo detuvo junto a Castillo, un ex empleado suyo. Sin el cadáver de Mónica, “sólo podíamos imputarle una privación ilegítima de la libertad”, contó la misma fuente. La fiscal decidió imputarle, de todas maneras, el homicidio simple. Pero antes de dictarle la prisión preventiva, le pidió al juez una orden para allanar los campos en Colanchanga, Ítalo, su madre, y algunos primos tienen propiedades. “Fue una suerte: podrían haberlo tirado al lago San Roque, o cualquier otro, y jamás lo hubiéremos encontrado”, confesó la fuente.
Ahora, confían, el misterio está casi resuelto.