El debate oral comenzará en marzo en La Plata. Juan Agustín Segovia está acusado de golpearla y enterrarla viva. El hombre confesó el crimen. La familia dice que, cómo es diabético, no pudo actuar solo: sospechan del hijo mayor
En marzo, la justicia criminal platense comenzará a juzgar a Juan Agustín Segovia, de 53 años, acusado de golpear con un palo a Mónica Bauzá, su ex mujer, y enterrarla viva sesenta centímetros del suelo, justo debajo del que había sido, mucho tiempo atrás, el lecho de amor. El crimen sucedió el 18 de agosto de 2009, cuando –según el hombre- se fue a Gonnet donde trabajaba como empleada doméstica y fue durante ocho meses, para la policía y la justicia, un misterio sin respuesta.
Bauzá desapareció de su casa en agosto de 2009. Unos días después, los familiares denunciaron las desaparición. El ex esposo, peón de taxi y camillero de hospital, declaró que esa mañana la mujar había desayunado, saludó a sus hijos, se puso una campera verde y salió rumbo a Gonnet, donde trabajaba como empleada doméstica. Y que no había vuelto más. La justicia la buscó en comisarías, hospitales, morgues, fronteras y terminales de micros. “No obtuvimos nada. Es como si se hubiese esfumado”, decía entonces un investigador judicial.
Los padres de Mónica nunca creyeron en la versión de Segovia, y a medida que pasaba el tiempo sin noticias, aumentaban los recelos de que estaba implicado en la desaparición. Las marchas, los afiches, los pedidos de justicia se fueron repitiendo con cada mes de ausencia. Con el transcurrir de los meses, la familia de Mónica aportó prueba al expediente judicial –que llevaba la fiscal Ana Medina- que insinuaba que Segovia ejercía sobre ella una violencia constante. Había una presentación judicial del 2006 en la que la mujer pedía que se excluyera a Segovia del hogar. En el escrito, la mujer detallaba el calvario vivido durante dos décadas. “Ha utilizado almohadones para que no queden marcas en mi cuerpo de los golpes, me tira con vasos, platos, y elementos cortantes, con acoso sexual permanente, manoseos, toqueteos y palabras irreproducibles. Una vez me sacó al bebé, lo llevó a la habitación, volvió al comedor y comenzó a golpearme con almohadones sobre mi cuerpo, sin parar. Me tiraba del pelo y además de amenazarme diciendo ‘te voy a matar aunque termine preso’ y ‘vas a terminar bajo tierra, yo ya estoy jugado’”.
En diciembre de 2009, la fiscal consideró que las sospechas eran fundadas y ordenó requisar a fondo la casa de Mónica y la de Segovia –que vivía en el mismo terreno, pero en una construcción al fondo-. Segovia se mostró dispuesto a guiar a los bonaerenses en la búsqueda. En un momento dijo que iba a la habitación de sus hijos, en la casa delantera, y se esfumó sin llevar siquiera sus remedios de la diabetes. No se supo nada de él hasta que una comisión de la Brigada de Investigaciones Complejas de La Plata lo encontró mendigando, desarrapado, en la zona de Constitución.
Allí, luego de verse cercado, confesó: la había matado de un palazo y enterrado bajo tierra, en su propia casa. Las excavaciones que inmediatamente ordenó la justicia confirmaron el relato: el cadáver de Mónica Bauzá apareció vestido, calzado con zapatillas y tapado con una bolsa, debajo de un contrapiso donde estaba la cama matrimonial. La autopsia reveló que la víctima tenía tierra en los pulmones, es decir, había sido enterrada con vida.
Segovia fue detenido y ahora será juzgado por “homicidio calificado por el vínculo”, un delito que prevé una pena de prisión perpetua.
Una de las incógnitas que podría develar el juicio, que comenzará el 5 de marzo en el Tribunal Oral I de La Plata, es si el asesino actuó sólo o contó con la complicidad de alguien más. Los padres de Mónica, en aquél momento, plantearon sus dudas acerca del mayor de los tres hijos de la pareja, que tenía 26 años y trabajaba en la policía. "Creo totalmente que actuó como cómplice. Mi ex cuñado es una persona muy enferma, diabética, y no pudo cavar el pozo sólo", dijo Hugo Bauzá, el padre de Mónica, ante las cámaras de televisión.