Juan Suris, una celebridad reciente por ser dueño de una camioneta trucha conducida por Leo Fariña y un romance ruidoso con la vedette Mónica Farro, está prófugo y acusado de liderar la banda de narcotraficantes más importante de la historia criminal de Bahía Blanca.
“Nunca había habido una causa así en Bahía. Más allá de las cantidades, lo importante es que es por comercialización. Creo que hay pruebas suficientes para probar que había una actividad empresarial, con roles diferenciados”, explicó una alta fuente de la investigación a Infojus Noticias sobre el caso que involucra a Juan Suris, la pareja de Mónica Farro, acusado de liderar una banda narco en Bahía Blanca.
El fin de semana pasado se hicieron 13 allanamientos para desbaratar parte de la banda que traía la droga desde Buenos Aires y la distribuía en la ciudad portuaria del sur y los alrededores a través de un sistema en el que vendían puerta a puerta, y venta en boliches y otros locales nocturnos. Se secuestró cocaína, armas, automóviles, teléfonos celulares y documentación vital para probar la logística de la banda. Uno de los principales allanamientos fue en una casa quinta de Juan Suris, en la ruta 33, cerca de la rotonda de Bosque Alto. Los sabuesos detuvieron a cinco personas: Guillermo Suris –el hermano de Juan-, Yohanna Giménez, Sandro Miranda, Ezequiel Ferrari y Aníbal Arce. Esta mañana se entregó en el juzgado federal Santiago Ulpiano Martínez otro sospechoso: “Él y Campos estaban en los márgenes de la banda: eran distribuidores, casi mandaderos”, explicó el informante.
Además de Suris, hasta esta mañana quedaban dos prófugos: uno de ellos, Mariano Wagner –cuñado de Suris-, se entregó esta mañana en el juzgado. El otro es Gustavo Sequeira, que no era una pieza vital en el esquema de los traficantes.
Desde el jueves, además, estaban demoradas otras tres personas vinculadas a la causa: Carlos “el chino” Alberti, Juan Romero Miranda y Fernando Bond Stork. Los tres tenían causas en la justicia provincial por tenencia para comercialización. En una de ellas, a Alberti le habían incautado dos kilos de cocaína, una cantidad nada despreciable para ser tenencia simple. Aunque el fiscal federal Alejandro Cantaro pidió que esas causas se anexaran a la investigación actual, los jueces mantuvieron la competencia. A la luz de estos allanamientos, Cantaro volverá a pedirlas.
Según las fuentes judiciales consultadas por Infojus Noticias, Alberti era uno de los segundos mandos de Suris, con un rol jerárquico en la banda, y cuando fue detenido el jueves pasado su mujer Yohana Giménez –de nombre real Yolanda- fue quien ocupó su lugar en la organización. Alberti tenía una condena anterior por robo. Bond Stork, que tenía arresto domiciliario, seguía comercializando desde su casa, según las llamadas telefónicas que constan en el expediente.
La causa, que comenzó hace 15 meses y para la que el juez federal de Bahía Santiago Martínez encomendó a un grupo selecto de la división Drogas Peligrosas de la policía Federal, tiene al menos once cuerpos y decenas de legajos en los que se ordenaron intervenciones telefónicas.
El modus operandi
Mientras la policía lo esperaba su regreso a Bahía Blanca apostada a la vera de la ruta 51, Juan Suris, el líder de la banda, estaba en Buenos Aires con Mónica Farro. Lo tenían vigilado. Cuando salió para Bahía recibió una llamada poniéndolo sobre aviso de lo que iba a pasar. “Si es un alto mando de Gendarmería o un policía sobornado de algún destacamento policial, no lo sabemos”, consideró uno de los investigadores. “Evidentemente algún contacto tiene”, se lamentó.
Suris recibió la advertencia cerca de las 11.15 de la mañana. Enseguida digitó un número conocido:
-Me dijeron que me están esperando, que me quieren plantar droga. Me voy a la mierda, limpien todo- ordenó. La justicia aún no determinó quién fue el destinatario de esa llamada.
Lo que sí investigó la justicia es que la banda tiene una estructura piramidal con al menos tres estamentos, aunque podrían ser cuatro. Juan Suris estaba en la cima: en las cientos de horas de escuchas telefónicas que hay en el expediente, se lo menciona como quién toma las decisiones finales: unos y otros se amenazan con contarle a “Juan” las pequeñas mejicaneadas internas. Era, además, quién viajaba constantemente desde capital federal a Bahía –aparentemente- llevando parte de la droga.
Los investigadores están convencidos que era él quien estaba en contacto con el proveedor de la banda, pero no saben dónde ni a quién se la compraba. Su novia reciente, la vedette Farro, no será convocada por el momento a prestar testimonio, a pesar de que en algunas escuchas telefónicas la mujer le hace reclamos a su novio de los que se desprendería que conocía en qué actividad ocupaba su tiempo.
Por debajo de Suris había una serie de lugartenientes o segundos mandos: entre ellos, según las fuentes consultadas, se encontraban Carlos Alberti, Yohanna Giménez –su esposa- y Ezequiel Ferrari. Guillermo, el hermano de Juan Suris, no estaba en contacto con la droga y al parecer no tenía un rol vital. “Hacía algunos trámites y gestiones”, explicaron las fuentes, aunque podría revelares, por ejemplo, que se ocupaba de la contabilidad. El resto serían distribuidores con menos responsabilidad, de una tercera y cuarta línea. “Una vez que detectamos los deliverys, seguimos hacia arriba en la cadena de responsabilidades, por eso no nos ocupamos en detalle de los lugares en donde la vendían”, explicó un investigador. En las escuchas de un precio estimado de 200 pesos el gramo. El dato indica que apuntaba a un mercado de buen poder adquisitivo.
En las numerosas intervenciones telefónicas de la causa, también hay datos sobre los destinatarios de la cocaína: “Vos crees que yo vendo en la villa, eso es porquería, no lo puedo vender en los boliches”, se queja un narco con otro. “Ya vas a ver cuando se entere Juan”, lo amenaza.
“Hay una estructura empresarial destinada a la comercialización de drogas”, concluyó una fuente de la investigación. Otro dato refuerza esa hipótesis: cuando Alberti cayó preso, pidió que Suris pagara un monto para mantener a su familia el tiempo que permanezca tras las rejas.