Un fuerte estruendo sacudió ayer a la ciudad de Pehuajó. Se pensó que había sido un accidente: no lo fue. Aldo Oriani (68) mató a su mujer Olga Medina (64), la metió en el baúl del auto y quiso escapar. Antes, intentó incendiar el comercio familiar porque no quería dejarles nada a sus tres hijos. Pero algo salió mal y la explosión lo mató también a él.
El humo aún se huele desde la calle y Graciela, a un día de la explosión que convirtió la esquina céntrica de Bartolomé Mitre y José Hernández en un espectáculo dantesco, mira como miran todos los vecinos de Pehuajó: silenciosa, con los ojos hundidos en los escombros negros de “Casa Pewar”, la colchonería más antigua de esta pequeña ciudad de 30 mil habitantes.
-Ahí vienen los hijos. Estaban peleados a muerte con el padre -dice Graciela.
Dos de los tres hijos de Aldo Oriani, de 68 años, que era el dueño del comercio junto a su esposa Olga Medina, de 64, bajan de un Fiat Palio, saludan a tres mujeres policías y caminan entre las ruinas del negocio. Parecen empleados que buscan algún objeto de valor. Se respira un aire caliente, como si las llamas se hubieran apagado hace unas horas. Corren unas chapas con las manos y pronto encontrarán lo que fueron a buscar: la caja fuerte. Sin prestar atención a que están siendo observados por dos filas de vecinos, que los miran atónitos detrás de las cintas amarillas de la policía, traban la caja con un fierro. Luego entran a la casa de dos pisos donde vivían sus padres, que está pegada al negocio y que se quemó a la mitad, y salen rápidamente. A los pocos minutos, un remolque se llevará la camioneta Chevrolet Spin del garage. La camioneta lucirá destruida: no servirá ni para chatarra. Los cuerpos estaban calcinados dentro de ella.
Para el fiscal Luis Caldentey, a cargo del departamento judicial de Pehuajó, no hay dudas. La mañana del 30 de octubre, cerca de las 8.30, se escuchó una fuerte explosión en la colchonería. Los vidrios estallaron. Pronto, las llamas destruyeron los colchones, las paredes y el cielo raso. Los vecinos escucharon el estruendo y se imaginaron lo peor: algunos pensaron en un escape de gas parecido al que ocurrió en Rosario y que ocasionó la explosión de un edificio; otros, creyeron que había explotado un camión.
Los medios hablaron de un accidente, pero luego surgieron dudas. Si alguien escribía "Pehuajó" en el Google, ya no aparecía la historia de la tortuga Manuelita ni los campos de soja ni los clubes de pesca ni los comercios del centro. Aparecía un negocio céntrico pero no mostraba ofertas. Había llamas a su alrededor. Y misterio.
Con el correr de las horas, la investigación encontraría dos detalles extraños: Olga estaba en el baúl de la camioneta, con una soga al cuello, y su marido estaba en el asiento trasero. Debajo de él, había un arma. Con esos elementos, los medios pusieron el foco en un posible homicidio. Un portal (elintransigente.com) hizo circular un rumor inquietante: "los dos muertos habrían sido asesinados la noche anterior".
Sin embargo, para el fiscal, el hecho está claro: el hombre lo planificó todo. Él solo, sin ayuda de nadie.
-Si la explosión hubiera ocurrido una hora después, estaríamos hablando de una catástrofe. Es una de las esquinas más transitadas de Pehuajó -dice Caldentey, y explica que nunca antes tuvo un caso semejante. Salvo, dice, cuando investigó la desaparición de Germán Casarini, un joven que fue asesinado en 2011 y cuyo cuerpo aún sigue siendo un enigma.
La hipótesis del fiscal es que Oriani mató a su mujer, la metió en el baúl de la camioneta y quiso escapar. Según la investigación, murió sorprendido por la explosión. De acuerdo a esta teoría, algo le habría salido mal en su plan criminal. Pese a ello, la carátula actual de la causa es “homicidio calificado agravado por el vínculo seguido de suicidio”.
-¿Por qué, entonces, Oriani quiso incendiar el local? -preguntó Infojus Noticias.
-No le quería dejar nada a sus hijos. Y su mujer lo estaba dejando. Temió quedarse solo. Premeditó todo: asesinar a su mujer y quemar el negocio.
Oriani era un hombre robusto, serio, poco amistoso con los vecinos. El matrimonio estaba en crisis: hace tiempo que ella le había pedido el divorcio. Oriani –confió un vecino- la había amenazado en los últimos meses, aunque ella no lo denunció. Medina planeaba irse a vivir sola a su pueblo natal, Mones Cazón, a 40 kilómetros de Pehuajó. Allí, la mañana después del crimen, la enterraron sus hijos. La noche antes de su muerte, el tercer hijo, que es músico en La Plata, habló por teléfono con ella y la escuchó rara. El matrimonio habría discutido fuertemente. La separación era inminente.
De acuerdo a la autopsia, la mujer tuvo un fuerte golpe en el cráneo. Para el médico del departamento judicial, esa fue la causa de la muerte. Aún no saben con qué objeto la pudo haber golpeado su ex marido.
La mujer falleció antes del incendio. El hombre murió luego, por asfixia. Los investigadores están tratando de demostrar por qué la mujer tenía una soga en su cuello. Y, aún más, qué nexo había con el arma que se encontró en los pies de Oriani.
La explosión se inició cerca del garage de la casa. Había un termotanque chico cerca de un pasillo. Y otro cerca de la cocina, que tenía el cable de gas perfectamente cortado con una sierra. Las hornallas de la cocina estaban prendidas. En el negocio también estaba cortado el caño de gas. Oriani hizo todo.
El estruendo se escuchó veinte cuadras a la redonda. En la escuela “San José”, que está a escasos metros, tembló el piso. Los chicos fueron evacuados.
Del local no quedó nada: se cayó la losa, se resquebrajaron las paredes y las puertas volaron. Los bomberos, que tardaron cerca de veinte minutos en llegar, pusieron unos pilotes para que las columnas no se derrumbaran. Y enfriaron las paredes de las construcciones linderas.
La noche anterior a la explosión, Oriani compró 120 litros de nafta en una estación de servicio. Había llenado seis bidones. Y le había ordenado a la mujer de limpieza que suspendiera su visita diaria. Lo único que llegó a salvarse fue el piso superior de la casa, aunque las tejas se quebraron por la explosión. Los colchones de la habitación estaban impregnados de nafta. El hombre quiso destruir el negocio y después la casa. Si se hubiera prendido el piso de arriba, las llamas habrían alcanzado los departamentos contiguos.
Ahora Caldentey se prepara para tomar indagatoria a los hijos de Oriani. Cree que, con sus declaraciones, podría estar una de las claves del caso. Dos de los tres hijos -el otro vive en La Plata, sin conexión con los negocios familiares- tienen cerca de treinta años y abrieron su propio negocio, a dos cuadras del de su padre. Aldo Oriani tenía una mueblería que luego se convirtió en una colchonería. Sus hijos trabajaron con él. Hasta que decidieron independizarse. Abrieron una mueblería llamada “MDG”. Eso generó conflictos. El local no podría ser más semejante a la ex colchonería: ocupa otra esquina céntrica de Pehuajó, con el mismo diseño arquitectónico.
A Caldentey le suena el teléfono: el intendente lo llama por celular. Está preocupado. Le dice que hay que tranquilizar a los vecinos, la mayoría comerciantes que perdieron algún vidrio: temen que la ex colchonería se desplome completamente. El intendente pregunta sobre los avances de la investigación. El lugar corre riesgo de derrumbe. Desde el municipio están analizando si lo demolerán en los próximas horas.
El pueblo de Pehuajó, a 360 kilómetros de Buenos Aires y famoso por la tortuga “Manuelita” creada por María Elena Walsh, está shokeado. Los que se acercan a la esquina del desastre se hacen chistes para no repetir expresiones del tipo “Aldo era terco pero Olga te trataba bien en el negocio”, “parece una película”, “el Aldo se volvió loco”, “mirá qué lástima cómo se quemaron los colchones”. Hay vecinos que dicen que los hijos deberían venderle los derechos de la historia a un cineasta. Otros recuerdan a Ricardo Barreda, el asesino serial que se cargó a su familia en La Plata. Un señor le dice a su esposa: “Mirá lo que te puede llegar a pasar. Tené cuidado con dejarme”. Y el resto de los vecinos ríe, sin quitar los ojos de la casa de un matrimonio que nadie llora.
Los dos hijos nunca se separan y no quieren hablar con la prensa. Caminan con desgano y parecen abombados, como si estuvieran en otro lugar.