Arturo Pinto acompañaba a Enrique Angelelli el día en que, según confirmó la Justicia, el obispo fue asesinado. Vivió en Río Negro primero y en el Conurbano después. “Yo nunca dije quién era ni qué me había pasado; era un modo de clandestinidad”, le dijo a Infojus Noticias en esta entrevista.
Después del asesinato del obispo Enrique Angelelli, sus pastores quedaron a la buena de Dios. Arturo Pinto -el hombre que lo acompañaba en la camioneta embestida en la ruta provincial 38 aquél 4 de agosto de 1976- empezó a escapar. Pidió una dispensa (licencia) temporaria y se fue: a Río Negro, donde trabajó en una empresa de servicios de Pérez Companc que recuperaba herramientas para pozos petroleros; a la casa de una amiga en Banfield, donde trabajó en la parte de ventas de una fábrica de amortiguadores; a una metalúrgica en Lomas del Mirador -después de un tiempo desempleado en el que vendió reflectores- que rectificaba motores para la empresa Transportes del Oeste. “Yo nunca dije quién era ni qué me había pasado. Era un modo de clandestinidad”, contó Arturo Pinto a Infojus Noticias, el día siguiente a la sentencia en la casa de retiro de la diócesis riojana.
Pinto dejó los hábitos, se casó y tuvo tres hijas con la única mujer de su vida. Esas formas de escaparse terminaron el viernes, cuando el Tribunal Oral Federal de La Rioja condenó a prisión perpetua a Luciano Benjamín Menéndez y Luis Fernando Estrella y concluyó que Angelelli había sido asesinado. “Tenía como una rajadura, una grieta adentro: no está más”, dijo el testigo clave del juicio, que en esta entrevista afirma que “hay complicidades no sanadas dentro de la Iglesia”.
¿Cómo decidió ser cura?
Por influencia familiar. Yo tenía un pariente que era estudiante para cura, el padre Aciar, y fue mi catequista cuando era chico. Se ve que me inclinó. Y también es verdad siendo candidato a cura era un modo de poder estudiar en una familia pobre como la mía. Ciertamente que después, cuando vos te criás y ves otra cosa, aflora lo que cada uno trae como persona.
¿Por ejemplo?
Yo en determinado momento cuestioné el celibato. Y yo le fui a plantear esas dudas vocacionales a Angelleli cuando fue mi rector en el Seminario de Córdoba. Así lo conocí. Le dije que podía ser útil para familia. Y él me dijo: ‘mirá Arturo, vos no vas a solucionar las carencias económicas de tus padres, porque vos sos uno. Así que planteate bien las cosas, yo no tengo problemas de hablar de esto’.
¿Usted se inclina a la iglesia tercermundista por Angelelli?
Sí. Ya en los últimos años del seminario en Córdoba, quienes estábamos a punto de egresar, nos salimos del seminario y nos fuimos a las parroquias. Yo estuve en Bellavista. Tomamos la decisión de salir amparados por la imagen de Angelelli.
¿Qué podría contar de Angelelli que no se haya dicho hasta ahora?
Todas las cosas se han dicho, creo. Una de las identidades de Angelelli es haber logrado aproximarse al riojano. Él logró realmente captar la profundidad de un habitante riojano con esas particularidades de religiosidad profunda, de ansias de libertad, porque yo creo que el riojano tiene dentro de sí las ansias de libertad que tenían el Chacho (Peñaloza) y Facundo (Quiroga). Muy montonera. Que se dice con cuidado, porque el montonero se convirtió en una palabra mala y en realidad no es una palabra mala. Es una palabra libertaria. Curiosamente, tanto Facundo como el Chacho terminando siendo ajusticiados por la libertad. Luchaban desde el federalismo verdadero para que sus pueblos fueran libres, porque eran hegemonizados por el puerto. Y Angelelli hace exactamente lo mismo dentro de la Iglesia. Y fue demonizado por la misma jerarquía eclesiástica: era el loquito dentro de los obispos. Y vale la pena decir que Angelelli era bien subversivo. En el buen sentido, porque subvertir las leyes establecidas para igualar las cosas es bueno. Angelelli puso patas para arriba a la Iglesia de La Rioja. Para que se le cayera todo lo que le sobraba. Cuando él llegó, puso en estado de asamblea todas las instituciones religiosas. Dijo ‘se terminó todo. No hay más estructura. Vamos a mezclar y dar de nuevo. A pensar qué queremos’.
El crimen
Cuando el 18 de julio fueron asesinados los curas Carlos Murias y Gabriel Longueville, Angelelli había convocado a un encuentro de curas y monjas de la diócesis. Allí les avisaron lo que había pasado. Después de la misa se decidió que Pinto iría a cubrir la parroquia de los muertos. “Me fui al hospital de El Chamical a reconocer los cuerpos de los curas. Después fue Angelelli a presidir las celebraciones y el sepelio”. A la vuelta, como Pinto volvía a la parroquia de Aimogasta, combinaron para ir juntos. “Me dijo que controlara la camioneta, cargara combustible, asique yo hice esa tarea el 4 a la mañana, almorzamos con las monjas y salimos de viaje para la ciudad”.
¿Tenían alguna inquietud sobre la seguridad?
Sí, el 3 que nos reunimos, nosotros le aconsejamos por qué no tomaba distancia para descomprimir un poco la cosa. Él nos había dicho que la cosa estaba brava. Y que el que quisiera irse lo ayudaba a salir. Le dijimos que no. Él tenía una invitación para ir a Perú pero no quiso. Dibujó en un papel un círculo en espiral donde fue ubicando todo lo que había pasado –la muerte de los curas, la muerte de Wenseslao (Pedernera, un laico), la amenaza de matar una monja- y señaló el centro y dijo ‘éste soy yo, me buscan a mí y me van a encontrar’. Era muy consciente de que estaban buscando su muerte.
¿Imaginaban que podía ser en ese viaje, tan pronto?
No imaginábamos que podía ser tan pronto. A pesar de que tomamos la previsión de salir por la calle lateral y no por el frente, la de la Base Aérea, creo que no llegamos a pensar que era inminente. Viajábamos distendidamente, yo iba de acompañante con el obispo, conversando de lo que había pasado esos días y no teníamos temor de ir mirando para atrás, ni nada. Yo no sé si el vehículo que nos alcanzó venía sobre el asfalto o salió de algún lado. No lo puedo afirmar. Pero sí que fue una maniobra rápida. Conscientemente sé que ahí fue el último momento que recuerdo con vida a Angelelli, mirándolo así (gira su cabeza a la izquierda). Después nunca más.
¿Usted recobra el conocimiento ya en el hospital?
Cuando salía del hospital de El Chamical para trasladarme a Córdoba, en la ambulancia, recobré el conocimiento. Me quisieron hacer reconocer que yo firmé una declaración en la que decía que había sido un accidente. La niego rotundamente. Había una firma que supuestamente sería mi firma. La negué y sigo negándola. Yo no la hice.
La grieta
Recién ahora, con el fallo del Tribunal, la justicia dijo que fue un asesinato. ¿Cómo vivió todo este tiempo en el cuál se puso en duda su relato?
Yo declaré once veces en esta causa, y fui siguiendo el proceso y me alegraba mucho, porque curiosamente en las testimoniales, yo me fui dando cuenta, sobre todo en el último tiempo, que era como un rompecabezas que se iba armando sin ponernos de acuerdo. Porque lo declaraba alguien calzaba justo con lo que yo había dicho. Creo que eso fue armando una esperanza de que este fallo iba a ser positivo.
¿Qué mensaje cree que puede tener la sentencia al interior de la iglesia?
Este fallo viene a ratificar post martirio la imagen de Angelelli, y creo que tiene que provocar una conversión. Espero que produzca una conversión institucional, una lección profunda a la jerarquía, que tuvo un mal comportamiento porque Pío Laghi tuvo un mal tratamiento de una alerta que podría haber hecho mucho bien a iglesia. Podría haber salvado incluso vidas. Espero que esto también sea redención para ellos. Yo creo que hay complicidades no sanadas dentro de la Iglesia. No dichas. Necesitamos la transparencia de que la Iglesia diga éste, éste y éste, son cómplices. Aunque estén muertos.
¿Cuál es legado más importante que dejó Angelelli?
Un pastor tiene que ser sensible a lo que le pasa a las ovejas. Si las ovejas la están pasando mal, es lo que dice Francisco ahora: tengan olor a ovejas. Yo creo que lo mejor que Angelelli dejó como imagen es un pastor sacrificado por su labor. Hasta dar la vida.
¿Cree que le faltó algo al fallo? Se habló mucho de una presunta complicidad civil…
Lástima que el tribunal no lo dijo con todas las letras.
¿Qué tuvo de diferente esta mañana posterior al fallo a las mañanas de los últimos 38 años?
Estoy relajado. Totalmente. Me siento con una energía bárbara. No tengo más miedo. Andaba como con un dolor interno, y se me fue. Tenía como una rajadura, una grieta adentro: no está más.