Un escrito presentado en el juzgado federal de Rosario pidió la detención de dos sacerdotes y un gendarme por el secuestro y las torturas al ex cura tercermundista Santiago Mac Guire a partir de 1978. El documento -al que accedió en exclusiva Infojus Noticias- detalla el rol que tuvieron en su cautiverio, en el marco de la megacausa Guerrieri.
Hace un mes que Lucas empezó preescolar. El 18 de abril de 1978 vuelve de la escuela en la sillita trasera de la bicicleta. Santiago Mac Guire, su padre, es un ex cura tercermundista y sabe que lo buscan en Rosario. Va por la calle con peluquín y el bigote teñido, pero alguien lo reconoce. Dos autos frenan, lo encapuchan y lo meten en un auto. A Lucas le pisan la bolsa con la merienda. Un rubio alto lo mira llorar. Lo deja sentado en el cordón de la vereda y una vecina lo lleva a casa. Santiago pasará doce días de cautiverio y torturas en la Casa Salesiana Ceferino Namuncurá de Funes (Santa Fe); un mes y medio en el Batallón de Inteligencia 121 de Rosario, y casi seis años en cárceles. Ayer los hermanos Lucas, Martín, Federico y Bárbara Mac Guire pidieron a la Justicia la detención y declaración indagatoria de dos sacerdotes, el ex capellán Eugenio Zitelli y el diácono Rodolfo Yaquinto, y un comandante de Gendarmería, Adolfo Kushidonchi, por considerarlos “autores penalmente responsables de los delitos de privación ilegítima de la libertad y tormentos” sobre su padre, fallecido en 2001.
El escrito – al que accedió Infojus Noticias- llegó ayer al juzgado federal de Rosario de Marcelo Bailaque. Allí tramita la megacausa “Guerrieri” (que investiga los crímenes del Segundo Cuerpo de Ejército con sede en Santa Fe), en la que en 2013 los hermanos Mac Guire se presentaron como querellantes. El pedido de indagatoria detalla cuál fue el rol de cada uno en la trama del secuestro de Mac Guire. Zitelli fue a verlo mientras estuvo cautivo y con signos de tortura en el Batallón 121 de Rosario. Rodolfo Yaquinto –entonces secretario del obispo Guillermo Bolatti- condujo a la madre de Lucas a encontrarse con su esposo secuestrado. Adolfo Kushidonchi fue el interventor de la cárcel del Coronda, donde Mac Guire estuvo preso, pero también se lo vio en el Batallón, y hoy está detenido por otros delitos de lesa humanidad.
La Casa Salesiana en Funes
Santiago Mac Guire se ordenó como sacerdote del seminario San Carlos Borromeo, en la ciudad santafesina de Capitán Bermúdez, y se sumó el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Pronto se enfrentaron al arzobispo de Rosario, Guillermo Bolatti. Mac Guire se enamoró y dejó los hábitos. El arzobispo de Santa Fe, Vicente Zazpe, lo casó con María Magdalena Carey –también querellante en la causa-, y tuvieron cuatro hijos.
Cuando Mac Guire ya no vestía sotana, en agosto de 1971 (durante la dictadura del general Alejandro Lanusse), fue encarcelado junto a otros curas tercermundistas, todos purgados de sus parroquias por el arzobispo Bolatti: Juan Carlos Arroyo, José María Ferrari y Néstor García. A Santiago lo desplazó de la capilla donde hacía su actividad pastoral, en Bajo Saladillo, y lo reemplazó con Eugenio Zitelli, con quien había compartido el seminario. Zitelli está procesado por crímenes de lesa humanidad en la causa "Feced". Pero pagó una fianza de 50 mil pesos, vive en una casa de reposo del Arzobispado en Zavalla (cerca de Rosario) y celebra misa. A fin de 2013, el fiscal Gonzalo Stara pidió al juez Marcelo Bailaque que lo indagara por las torturas contra Santiago. No hubo respuesta.
Cuando llegó la dictadura, Mac Guire estaba fichado: en enero de 1976 toda su familia había cruzado el río Pilcomayo a la ciudad de Nanawa en un lanchón, y se había refugiado dos meses en un convento vacío en las afueras de Asunción. Santiago funcionó como enlace de militantes de Montoneros refugiados en el exterior: salió con documentos falsos a Brasil y a Perú. Los militares llegaron a conocer sus movimientos porque su contacto había sido quebrado en la tortura.
Lucas, el menor de los hermanos Mac Guire, tiene 42 años y el espíritu militante de su padre: desde 2005 coordina la Casa de Cultura y Oficios de Parque Patricios de la Asociación Miguel Bru. A Lucas todavía le tiembla la mano al recordar aquel día en que llegó de la escuela: “evidentemente yo no podía entender que un grupo de tareas estaba secuestrando a mi papá. Mi mamá quería tranquilizarme y yo lloraba porque me habían pisado la merienda: los chicos tienen que simbolizar el dolor por algún lado”.
Después del secuestro, Santiago pasó doce días en la casa Ceferino Namuncurá en Funes, que estaba en manos de la congregación salesiana de Rosario. Allí funcionó un centro clandestino de detención. Mac Guire due encapuchado, esposado, e interrogado bajo torturas. Compartió una pieza minúscula con otros militantes: Roberto Pistacchia y Eduardo Garat, quien continúa desaparecido. En la casa de Dios, había ganchos de la pared donde colgaban a los cautivos. Después de que los hermanos Mac Guire se sumaran a la querella de la causa Guerrieri, Pistacchia y la familia de Garat ya declararon ante la Justicia. En su testimonio Pistacchia confirmó los suplicios narrados por Santiago en la CONADEP y también la presencia de Garat.
Con la esperanza de conseguir algún dato sobre su marido, María Carey cargó a sus hijos y fue al Arzobispado de Rosario y pidió a Bolatti por su esposo. El arzobispo le transmitió: sus interlocutores creían que Santiago había sido secuestrado por Montoneros. Días después, el general Luciano Jáuregui -entonces máxima autoridad del Segundo Cuerpo- fue a la casa de Carey con varios soldados, repitió la teoría del secuestro a manos de Montoneros, encerró a los chicos en el dormitorio, y la interrogó sobre las actividades de Santiago.
Al poco tiempo, ella recibió un llamado de Rodolfo Yaquinto, secretario de Bolatti: Santiago había “aparecido” en el Batallón 121. Yaquinto la acompañó y María encontró a Santiago en una cama, atado de pies y manos. “Estaba muy lastimado, estaba muy mal realmente. Lo vi, mucho no hablamos. Estaba como si lo hubieran torturado, él me dijo que lo habían maltratado, que le habían pasado picana y que lo habían golpeado mucho”, declaró la viuda del cura el 5 de diciembre de 2013. Muerto Bolatti, la querella cree que la intervención de su secretario “denota un grado de compenetración con la represión ilegal” suficiente para detener e indagar a Yaquinto. En la causa también fueron procesados en febrero Pablo Vera, Walter Pagano, Ariel Porra, Jorge Fariña y Juan Daniel Amelong, ex miembros del Destacamento de Inteligencia 121.
El Batallón
Mientras su familia lo buscaba, deshecho por los golpes y las torturas, y a pedido de Bolatti, Mac Guire fue llevado al Batallón de Inteligencia 121 de Rosario. Recibió visitas inesperadas, de las que dejó constancia en su declaración ante la CONADEP. “A tres metros estaba Zitelli con Kusidonchi. ¿Saben quién es Kusidonchi? Fue el director de la cárcel de Coronda más cruel de la historia”, declaró. “Fumando, tomando café los dos, Zitelli y el director, por fin me hacen pasar, eran dos pares” agregó.
-¿Qué tal?, ¿cómo está? - le preguntó Zitelli, antiguo compañero de seminario de Mac Guire, ahora capellán de la policía santafesina.
-¿Y cómo puedo andar? Muy mal, el Señor me asiste- respondió Santiago.
Allí dos suboficiales (de apellidos Gauna y Berra), le confirmaron que el lugar en el que había estado antes era en Funes: el hogar salesiano. Un año más tarde el predio fue vendido a la Fuerza Aérea. Esposado a una cama del batallón durante un mes y medio, Mac Guire fue sometido a una parodia de juicio en el Comando del Cuerpo II, en el que resultó condenado a 15 años de prisión. De allí fue a las cárceles: Coronda, Sierra Chica, La Plata, Villa Devoto, Caseros y Rawson, de donde lo liberaron una semana antes del regreso de la democracia con la asunción de Alfonsín, el 3 de diciembre de 1983.
“Queremos verle la cara a los responsables del secuestro de mi viejo. También que los culpables de la desaparición de Garat rindan cuentas en la Justicia. Pero además, que nos dejen como querellantes participar de las indagatorias”, dice Lucas. Y completa: “Tenemos la certeza de que la Iglesia no fue cómplice silenciosa, sino partícipe necesaria”.