Fue el fundador de Pelota de Trapo y uno de los creadores del Movimiento Nacional Chicos del Pueblo. Era uno de los mayores referentes en infancia de la Argentina. Solía decir que “los delitos grandes no los hacen los chicos”. Fue uno de los impulsores de la Asignación Universal por Hijo.
Ninguno de los pibes de arrabales a los que cobijó puede creer que “el Viejo” se fue. “Qué solos nos quedamos”, decía uno apretando fuerte los labios al enterarse de la muerte de Alberto Morlachetti, el fundador de Pelota de Trapo y uno de los impulsores de la Asignación Universal por Hijo. “Ahí está Papá Noel”, gritaban los chicos de esa Casa del Niño de Avellaneda cuando asomaba con una bolsa de llena de caramelos. Esa casa que Alberto Morlachetti fundó hace décadas y a la que siguen asistiendo unos 200 pibes. La última gran carcajada se la provocó una nena que caminaba imitándolo alrededor de la cama con una mochila como panza y un paraguas de bastón.
Alberto Morlachetti crió chicos de varias generaciones. Llegó a la vida en el campo cordobés hace más de siete décadas y creció bajo la influencia de su abuelo Antonio, aquel anarquista que participó del Grito de Alcorta y que le hablaba de los niños como sujetos políticos forjadores de destinos y derechos. A los 7 años desembarcó con su familia en Gerli, en donde vivió en conventillos mientras vendía diarios y devoraba a Marx, Camus o el Nuevo Testamento.
“La utopía de construir una sociedad más justa tiene mucho de pensamiento mágico” solía decir. Y agregaba que “los chicos son como heraldos que traen algo nuevo”.
Su historia está llena de grandes hitos: chicos a los que salvó de las garras de la miseria humana y junto a los que aprendió que no existe pedagogía sin ternura. “Una vez vienen a contarme que en una excursión uno de mis chicos había robado manzanas de un puesto. Lo agarré al pibe y le dije: ¿cómo se te ocurre hacer eso? Momento, Alberto, me contestó. No es así. Yo vi las manzanas rojas y sentí que me llamaban. Lleváme, lleváme, me decían las manzanas. Yo no las robé, sólo accedí a lo que me pedían”.
Una y otra vez repetía que “los delitos grandes no los hacen los chicos”. Y concebía que las villas son “cárceles a cielo abierto”, que “la droga, más allá del lucro, es funcional al sistema de dominación” y que la condición humana –a contramano de todo lo imaginable- terminó asumiendo al capitalismo como la nueva gran utopía.
Es que cuando “el Estado de bienestar se despidió para siempre, nos dejó un estado neoliberal, feroz, que convirtió a los chicos en excedentes demográficos. Antes los chicos, con los oficios, trabajando, eran parte del ejército de reserva del que hablaba Carlos Marx. Estaban prontos para reemplazar a los trabajadores en sus fábricas. Pero hoy, con la cantidad de chicos que nace, no sirven ni para ejército de reserva, desde esa concepción darwinista de la historia. Por eso aparece el paco y una especie de exterminio que los va matando con balas y hambre”, escribió alguna vez.
Alberto Morlachetti fundó Pelota de Trapo, una obra nacida en el mismo potrero en el que Armando Bo corría detrás de una pelota en aquel clásico del cine nacional dirigido por Torres Ríos. Una Casa del Niño, dos hogares, una imprenta, una panadería y una agencia de noticias (“para hacer visible y consciente el hecho -lacerante- de que hemos desterrado a millones de niños”). Hacia finales de la década del 80 junto al sacerdote platense Carlos Cajade fundó el Movimiento Nacional Chicos del Pueblo con el que atravesó provincias enteras con las marchas protagonizadas por niños de organizaciones sociales de todo el país. “El hambre es un crimen”, decía con la convicción de que “todo niño que muere de hambre, muere asesinado”.
El testamento a sus niños –muchos ya hombres y mujeres- parte de la base de que “nadie está a resguardo de la esperanza humana”. Y él mismo hoy constituye la figura fundamental de ese puzzle del que hablaba siempre: “cada niño es una piecita del gran rompecabezas de la condición humana. Cada niño que muere deja un espacio ausente. Y nada volverá a ser igual”.
Y nada en la historia de la infancia volverá a ser igual sin Alberto Morlachetti.
CR/SH