Abuelas de Plaza de Mayo despidieron al fundador del Equipo Argentino de Antropología Forense, que falleció ayer. Las exhumaciones que hizo e impulsó desde el EAAF, cruciales para la búsqueda de nietos y los juicios por delitos de lesa humanidad.
Clyde Snow, fundador del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), falleció ayer por la madrugada. El EAAF -que desde mediados de la década de 1980 intenta recuperar e identificar los restos de víctimas de violaciones a los derechos humanos- y las Abuelas de Plaza de Mayo, dieron a conocer su profundo pesar a través de comunciados en sus sitios. "Muchas gracias, nuestro querido Clyde. Honramos tu memoria. Que en paz descanse nuestro fundador, nuestro maestro y nuestro amigo", expresó el EAAF. Desde el grupo de profesionales, destacaron el "privilegio de haber sido entrenados por Snow" y por "haber compartido con él 30 años de trabajo en Argentina, Chile, Perú, El Salvador y Guatemala, entre otros" países. "Familias de personas desaparecidas y asesinadas en conflictos alrededor del mundo encontraron en Snow la posibilidad de una investigación forense independiente, la identificación de los restos de sus seres queridos y el aporte de pruebas a la justicia", señalaron.
Las Abuelas de Plaza de Mayo también despidieron a “nuestro amigo Clyde Snow, un hombre comprometido con nuestra lucha y que, con su saber, realizó un aporte fundamental para la identificación de nuestros hijos e hijas desaparecidas. A mediados de los ochenta, Clyde Snow fundó el Equipo Argentino de Antropología Forense y nos dio, entonces, herramientas para comprobar científicamente si nuestras hijas embarazadas habían dado a luz a nuestros nietos”.
En 1984, cuando Abuelas de Plaza de Mayo y organismos de DDHH buscaban cómo aplicar las técnicas de la genética a la búsqueda de desaparecidos, se invitó a un grupo de científicos a Buenos Aires. Para el tema de la antropología forense llegó el doctor Clyde Snow. “Las Abuelas fuimos a buscar lo nuestro sin pensar en la exhumación de cadáveres. Pero nuestras actividades se cruzaron: ellos buscan huesos de los muertos, nosotros buscamos vivos. A ambos nos impulsa la búsqueda de la verdad”, dice Estela de Carlotto en el libro sobre su hija, Laura, vida y militancia de Laura Carlotto.
Clyde Snow era entonces un señor de rostro pálido, sombrero Stetson y botas texanas. Ya había soplado el polvo de los restos de Mengele y había limpiado con su escobilla los huesos de ese nazi refugiado en Argentina y otros países de la región. Snow llegó a las pampas sin la menor idea de dónde se metía, quizás creyó que venía a la selva, porque traía en la valija repelente para ahuyentar a los monos. Quiso armar un equipo y reclutó a un grupo de jóvenes estudiantes de Medicina, Antropología y Arqueología. Así, a instancias de Abuelas, fundó el Equipo Argentino de Antropología Forense.
Snow enseñó a los jóvenes a tratar los restos óseos con delicadeza, a manipularlos con respeto e inteligencia, a leer sus datos para reconstruir la historia. En aquellos momentos, en distintos escenarios de la Argentina, aparecían NN: cuerpos para inhumar. En algunas jornadas de trabajo extenuantes, los ayudantes de Snow soltaban los instrumentos y buscaban un rincón apartado donde sentarse a llorar. Por entonces Snow acuñó una frase: “Debemos excavar de día y llorar de noche”.
Volvió a la Argentina para declarar en el Juicio a las Juntas, el 24 de abril 1985. Estela de Carlotto le pidió si podía inhumar el cuerpo de su hija Laura. Fueron juntos al cementerio al día siguiente. Una mañana de otoño, el antropólogo y su equipo caminaron por el cementerio de La Plata munidos de escobillas, estacas, sogas y baldes. Con Laura no había que determinar la identidad. Snow realizó su trabajo como siempre, en silencio y con parsimonia para tratar el cráneo destrozado, las cápsulas de Itaka, los perdigones de un arma menor, de 9 mm, en el arco donde había estado el ojo derecho, las piezas dentales. De pronto le hizo señas a Estela de que se acercara y le mostró los huesos. Después la llevó aparte y le dijo: “Estela, eres abuela”. Le señaló las pequeñas huellas de los huesos de la pelvis, las que quedan para siempre cuando el bebé se apoya antes de salir del cuerpo de su madre. Estela ya lo sabía, pero ahora tenía las pruebas. Desde ese día no necesitó seguir yendo cada domingo al cementerio, como había hecho durante siete años.
El antropólogo se quedó aquella vez ocho meses en la Argentina. Se interesó por la estadística que iban arrojando las exhumaciones. Las exhumaciones realizadas por su equipo fueron utilizadas en varios juicios por delitos de lesa humanidad.