Un centenar de vecinos del barrio Ciudad Evita, donde vivía el joven asesinado, marcharon el lunes para pedir justicia. A más de un mes y medio del crimen, no se hicieron pericias balísticas.
Javier Rodríguez, de 20 años, fue la primera víctima fatal de los hechos de violencia que desataron las protestas policiales en el interior del país. La noche del 3 de diciembre de 2013, en el barrio Deán Funes de la capital cordobesa, una bala de plomo calibre 9 mm le entró por la espalda y le salió por el pecho. Un amigo suyo, Eduardo Bustamante, fue herido de tres disparos. “Pedimos Justicia por la forma en la que lo mataron, hasta ahora no hay ningún responsable y nosotros pensamos que fue la policía”, dijo Ricardo, hermano del joven asesinado, al encabezar una marcha el lunes pasado. A más de un mes del crimen, la causa no tiene imputados ni sospechosos.
Un centenar de vecinos del barrio Ciudad Evita, donde vivía el joven asesinado, partieron el lunes a las 19 desde la escena del crimen -el descampado de Deán Funes- hasta el Arco de Córdoba, sobre la avenida Sabattini. La madre de Javier, Sandra Carrizo, se ubicó detrás de una bandera que decía “Justicia X Javi”. La acompañaban algunos de sus hijos y una decena de amigos. "La Policía lo mató como un perro", dijo Sandra.
“Pasó un mes y todavía no sabemos nada, nos dicen que están investigando pero no sabemos nada”, contó Ricardo, hermano de Javier. La causa judicial avanzó poco en este mes y medio. Eduardo Bustamante declaró dos veces en calidad de testigo. La primera vez, a pocos días del crimen, lo hizo en la Jefatura de Policía. Ningún funcionario judicial estuvo presente en el acto. Antes de comenzar la testimonial, un agente le dijo: “Vos y yo sabemos que no fue la policía”. Un rato más tarde entró otro uniformado, tiró un bolso en la mesa, frente al joven y su madre y gritó: “Habría que haberlos matado a todos o dejarlos paralíticos para que no puedan ni moverse”.
Eduardo no se sintió amenazado. Durante varias horas contó lo que pasó aquella noche y acusó a la policía de haber matado a su amigo. Omitió un dato: que había un tercer joven con ellos, Johnatan Olmedo. Semanas después, en la ampliación de su declaración, dijo que evitó nombrarlo por miedo.
La noche del 3 de diciembre, al enterarse de los saqueos, los tres amigos partieron en moto hacia uno de los supermercados que estaba siendo atacado. Manejaba Johnatan, Eduardo iba en el medio y atrás, Javier. Una cuadra y media antes de llegar vieron decenas de personas que corrían cargando mercadería. “Llegó la yuta”, gritaron algunos. Antes de dar media vuelta para escapar, Eduardo alcanzó a ver a unas cinco personas apuntando hacia la multitud. Vestían pantalones azules de combate. Después, los disparos. Javier recibió un tiro en la espalda que le salió por el pecho y se clavó en el cuerpo de Eduardo, cerca del pulmón. Otras dos balas le dieron a Eduardo en la pierna izquierda. Los tres amigos avanzaron unos veinte metros. Javier cayó de la moto, ya inconsciente. Entre Eduardo y Johnatan lo cargaron de nuevo en la moto y lo llevaron al dispensario, donde llegó muerto.
En la escena del crimen, cerca de una de las esquinas, quedaron las vainas servidas, eran calibre 9 mm. El trabajo en el lugar recién se hizo varios días después. La fiscal Adriana Abad, a cargo de la causa, envió a un grupo de Homicidios de la Policía de Córdoba a pesar de que unas horas antes, en su declaración, Eduardo había contado que a su amigo lo había matado un grupo de uniformados. Los cuatro agentes de Homicidios, vestidos de civil, llegaron en una camioneta blanca con vidrios polarizados.
La causa no avanzó. A un mes y medio no hay sospechosos individualizados. Tampoco se hicieron pericias balísticas: los únicos dos plomos que hay están alojados en el cuerpo de Eduardo. Allí permanecerán hasta que la Justicia ordene la extracción. Mientras tanto, los familiares, vecinos y amigos de Javier reclaman justicia.