El 28 de diciembre de 1906, el entonces jefe de policía Ramón Falcón hizo circular una ordenanza que impedía "que nadie sea molestado ni provocado con ademanes o palabras que infieran ofensas al pudor”. El acoso verbal ya molestaba a principios del siglo XX.
En 1983 Néstor Perlongher escribió en la revista Alfonsina, dirigida por María Moreno, la nota “Nena, lleváte un saquito”. No era la primera vez que escribía sobre los edictos policiales que lo habían dejado, como a muchos y muchas, a merced de los policías de la Federal.
Hasta no hace mucho tiempo reinaron esos códigos de dudosa legalidad que regulaban las costumbres callejeras dejadas a la interpretación del agente de turno: oralidad, vestimenta, mirada o compañías. Cronista de su época, también Ángel Villoldo se ocupó de la ordenanza que el jefe de policía Ramón Falcón hizo circular el 28 de diciembre de 1906:
“Se recuerda al personal de policía el deber que le está atribuido por la reglamentación vigente, para velar constantemente por la moral y buenas costumbres, así como el de impedir que nadie sea molestado ni provocado con ademanes o palabras que infieran ofensas al pudor”.
La finalidad de esta ordenanza era proteger a las señoras y niñas de los que “les eyaculen palabras al oído”, como escribió Oliverio Girondo. Si a Falcón le faltaba un año en ese momento para mostrarse con su casco de corcho blanco en la huelga de inquilinos y ordenar que tiraran a las huelguistas agua fría en pleno agosto, y le quedaba otro par de años para disparar por la espalda a los obreros en la Semana Roja, su apego al orden público había comenzado dejando letra escrita en 1906.
Así nació el tango “Cuidado con los 50”, de Ángel Villoldo, que esgrime advertencias a los acosadores callejeros: "Una ordenanza sobre la moral / decretó la dirección policial / y por la que el hombre se debe abstener / decir palabras dulces a una mujer. / Cuando una hermosa veamos venir / ni un piropo le podemos decir / y no habrá más que mirarla y callar / si apreciamos la libertad. / ¡Caray!... ¡No sé / por qué prohibir al hombre / que le diga un piropo a una mujer! / ¡Chitón!... ¡No hablar, / porque al que se propase / cincuenta le harán pagar!".
Seguramente es de la misma época el tango “La reja”, muda testigo de un amor callejero interrumpido por la luz de “un botón en recorrida”. Porque, hay que aclarar, los policías avanzaban con un código moral subjetivo y discriminador que subsistió hasta bien entrada la democracia de la que Perlongher fue testigo.
Villoldo es recordado por sus tangos "El choclo" o "La morocha". Es uno de los primeros letristas y compositores de tango que tuvo, además, innumerables oficios: desde linotipista hasta cuarteador y payaso. Escribía en Caras y Caretas, P.B.T. y Fray Mocho. Nació en 1861 y murió en la pobreza y triste. Pionero en la defensa de los derechos autorales, recibió un primer cheque de Francia cuando ya había muerto. Pero su desgracia fue otra, su gran amor no lograba recordarlo luego de una enfermedad en la que perdió la memoria.
El acoso verbal, como latiguillos injuriantes, molestaban ya a principios del siglo XX. Quien distingue entre piropo y acoso verbal debe considerar que el orden machista indica justamente que a las mujeres por el solo hecho de serlo se les puede decir cosas en la calle. No se trata de establecer una gama de posibilidades entre el halago y la brutalidad. Se trata de que previamente se consideró a la mujer como “adorno” de la vida social y por tanto que están para ser dichas. Y que además, su subjetividad tiene que ser moldeada para recibir los comentarios no como agresión sino como halago.
Por las dudas, hasta el “Padre del tango” abrió el paraguas y aclara al final de “Cuidado con los 50”: “Yo, por mi parte, cuando alguna vea, / por linda que sea, nada le diré”.