El juzgado federal de instrucción 3, de Daniel Rafecas, dictó su procesamiento como jefe del centro clandestino "El Vesubio". Unos meses antes había sido detenido por su rol en "La Cacha". En ambos juicios se buscará probar si "El Francés", que comandaba tanto los interrogatorios como las operaciones de infiltración de las organizaciones guerrilleras, es Gustavo Adolfo Cacivio.
El “Francés” –un hombre alto, fornido, de bigote recio, que no alcanzaba los cuarenta años- puso la cinta en el pasacasete. Sonrió por unos segundos, cuando empezó a sonar una ópera, o tal vez una sonata o una sinfonía. Después se puso serio y apagó el reproductor.
–¡Este ya lo trajiste tres veces!- gritó enfurecido.
Le tiró el casete en la cabeza a Néstor Cendón, un penitenciario que había estado preso en Caseros por robo y le habían dado la opción de “regenerarse” integrando la patota. Él y los demás salieron de la casa sin congraciarse con el jefe de “El Vesubio”. Siempre que salían a “chupar” gente, “reventaban” una casa y se llevaban las cosas de valor, tenían la previsión de separar para él los discos o casetes de música clásica.
“El Francés era un tipo muy culto, que andaba siempre perfumado y le gustaba la música clásica: la patota le llevaba discos y casetes robados y él los escuchaba en el chupadero”, rememora 36 años después Jorge Watts, en diálogo con Infojus Noticias. El testigo, de memoria prodigiosa, sobrevivió 53 días en El Vesubio y siete largos meses en dos cárceles a disposición del Poder Ejecutivo Nacional.
En agosto de 2010, después de un año de cotejar pruebas y testimonios, la justicia federal concluyó que el “Francés” era el coronel retirado Gustavo Adolfo Cacivio. El juzgado federal de instrucción 3, de Daniel Rafecas, dictó su procesamiento como jefe del centro clandestino desde enero hasta septiembre de 1978, la tercera y última fase operativa del campo de concentración en el que fueron fusilados y desaparecidos más de mil personas. La Cámara de Apelaciones confirmó la medida.
En ese momento, estaba juzgándose –luego serían condenados- a siete generales y guardias de los dos primeros años de funcionamiento del centro clandestino, entre 1976 y 1977. El jefe anterior, Pedro Durán Saenz -alias “Delta”-, murió el 6 de junio de 2011, un mes antes de la sentencia. A fines de 1977, los generales del Primer Cuerpo decidieron su reemplazo: no porque violara a las detenidas, sino porque una de ellas –aprovechando un descuido- telefoneó a su casa y habló con su esposa. El asesino cayó en una depresión y tuvieron que hacerle un lavaje de estómago en el Hospital Militar para salvarlo del frasco de pastillas que se había tomado.
El Francés lo reemplazó con apenas 34 años, y ningún sobreviviente ha podido olvidarlo. Ahora, además de juzgar a los ex coroneles Jorge Raúl Crespi, Federico Antonio Minicucci y Faustino José Svencionis, y al ex penitenciario Cendón, el Tribunal Oral Federal N°4 -integrado por los jueces Néstor Costabel, Horacio Barberis y Eduardo Carlos Fernández- deberá dilucidar Cacivio integra el banquillo de los sospechosos junto para dilucidar si el nombre y el apodo hablan de la misma persona.
La Cacha
Y sin embargo, Cacivio no fue detenido por su presunta gestión funeraria al frente de El Vesubio. La justicia federal de La Plata, que también le seguía los pasos, se anticipó y lo detuvo el 20 de febrero de 2010 entre un grupo de doce policías, penitenciarios y agentes de inteligencia que habían operado en La Cacha. El juez Manuel Blanco puso el acento en el rol vital del Destacamento de Inteligencia 101 en el funcionamiento de ese campo de concentración de las afueras de La Plata.
Cacivio era un capitán de Infantería incorporado a la Centra de Reunión de Información (CRI) de ese destacamento el 23 de diciembre de 1975, después de haber hecho el curso número 5 “Técnico de Inteligencia” en la escuela de Inteligencia del Comando de Institutos Militares del Comando General del Ejército, del que había egresado con “Aptitud Especial de Inteligencia”. En 1977, sus tres jefes en el Destacamento lo consideraron “uno de los pocos sobresalientes para su grado”. “Quienes tenían la condecoración de ‘aptitud especial de inteligencia’ eran quienes diseñaban los interrogatorios: elegían las preguntas y las maneras de preguntar, analizaban esa información y decidían qué seguía, aunque no implica en modo alguno que no pudieran manejar la picana”, graficó a esta agencia una fuente judicial que ha estudiado los protocolos durante la dictadura de la inteligencia militar.
Durante 1977, El Francés estuvo dedicado a operaciones de infiltración de las organizaciones guerrilleras en La Plata, logrando la “colaboración” de algunos secuestrados a fuerza de torturas, amenazas de muerte y promesas de liberación que nunca cumplió. Para esas operaciones -que incluyeron un régimen enloquecedor de visitas entre los secuestrados y sus familias- utilizó como base la Brigada de Investigaciones y el nombre de cobertura “Federico Asís”. A fines de 1977, cuando ya no servían esas simulaciones demenciales, les pidió muchos dólares a las familias para sacar a los secuestrados del país. Todos fueron asesinados.
El ex detenido Ricardo Victorino Molina, un delegado de la fábrica Kaiser Aluminio secuestrado en su casa el 14 de abril de 1977, vio al Francés comandando el rapto. Llevaba una campera de buzo, botas y ropa de combate. Era rubio, alto, de pelo corto y tenía “una voz muy imperiosa” y “metálica”, que volvió a oír en la sala de torturas de La Cacha dirigiendo el interrogatorio.
Unos días antes de que lo llevaran a la comisaría 8va de La Plata para empezar a legalizar su detención, el Francés lo llevó a una casa rodante que estaba fuera del edificio principal, y le pidió que se levantara la venda:
- Mirame a la cara, yo soy el que te detuve, el que te secuestré y torturé, mirame bien porque si nos encontramos en la calle, tirame primero porque sino te voy a tirar yo.
Pocos días después, lo llevó desde la Cacha a la Brigada de Investigaciones a ver a su mujer Liliana Galarza que había parido a su hijo en cautiverio. “Soy yo”, les dijo, simplemente, a los guardias de la entrada.
Ahora, Cacivio debe repartir sus excursiones semanales de la cárcel a los estrados de la justicia federal entre La Plata y Comodoro Py: los miércoles y los viernes ocupa el banquillo por los crímenes de La Cacha; los jueves por el juicio Vesubio II.
Vesubio
El Vesubio era un predio pensado para el recreo de la oficialidad penitenciaria que empezó a operar como centro clandestino a mediados de 1975 en el cruce del Camino de Cintura y la autopista Ricchieri. Eran tres chalets coloniales de tejas rojas: en uno vivían los represores y se reunía la Central de Reunión de Inteligencia –que manejaba el campo-, en otro estaban las salas de tortura, y en el tercero los secuestrados. Por último, había una habitación prefabricada llamada la sala Q: muchos conjeturan que el nombre se debía a que ahí estaban los detenidos “quebrados”, que tenían más comida y cigarrillos.
La participación de “El Francés” en la ruta de la desaparición era completa: comandaba algunos secuestros, participaba de casi todos los interrogatorios y decidía quién sobrevivía y quién no. Tanto tiempo después, en el proceso que se lo enjuicia, ya no cultiva esa vanidad. Más bien lo contrario. El 15 de mayo, después de recordarlo “elegante, culto, cristiano”, Alejandra Naftal dijo “creo que lo estoy viendo, allá en el fondo. El señor que me esquiva la mirada. Yo recuerdo su cara, como un dibujo tridimensional”. Siete días más tarde, Adrián Brusa contó que tuvo tres conversaciones con él sin la capucha. Mirando a Cacivio, dijo: “es una cara que no me olvidar más, está ahí. Es el ‘Francés’”.
En la última audiencia, el jueves pasado, Jorge Watts relató ante el TOF 4 las penurias que pasó ahí.
–En un momento me pusieron un caño redondo en la boca, y como la electricidad contrae los músculos, me rompí todos los dientes de arriba mordiendo el metal. Sentía como se rompían uno por uno, lo único que podía hacer era escupirlos para no tragarlos- relató.
Watts, que actualmente dirige Memoria Abierta y entonces militaba en Vanguardia Comunista, afirma que cuando los interrogadores no conocían bien a la víctima –como era su caso-, buscaban en las sesiones interminables de tormentos, dos cosas: “que te autoincriminaras, por eso muchas veces te preguntaban lo mismo, y que cantaras a compañeros”.
A mediados de septiembre de 1978, con los rumores de la visita de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos (Cidh), los jefes del El Vesubio decidieron desmantelarlo. El Francés arengó como si fuera parte de un Comando Anticomunista
Sobre el final de su alocución, mirando hacia donde estaban los imputados, Watts dijo:
–Yo quiero decirle a los jueces de este tribunal y a todos los presentes en la sala: la inteligencia de estos criminales no era la de Sherlock Holmes, sino la de Jack El Destripador.