A Horacio Maggio lo secuestraron en febrero de 1977. Fue el único hombre que logró escapar de la ESMA, el 17 de marzo de 1978, en el descuido de un guardia, cuando los dos habían salido a hacer un trámite. Una vez afuera, hizo una carta pública en la que denunció los crímenes y mencionó a 23 represores por sus nombres o apodos. Lo buscaron y lo acribillaron siete meses después. Su cuerpo fue exhibido a los detenidos-desaparecidos.
Entre el 10 y el 12 de abril de 1978, en su casa de Caseros, “El Nariz” garabateó: “El que suscribe, Horacio Domingo Maggio, argentino, con Documento Nacional de Identidad N° 6.308.359, ex delegado general, miembro de la Comisión Gremial Interna del Banco Provincial de Santa Fe, Caja Central, se dirige a ustedes a efectos de relatarles mi amarga experiencia que tuve en calidad de secuestrado por la Marina Argentina”. El hombre sentado a la máquina de escribir no era cualquier hombre: hacía 23 días que era el primer –y hasta el momento- único prófugo de la ESMA. La Marina lo buscaba por todas partes. En el despacho urgente que preparaba, relataría al mundo las torturas y los asesinatos que había visto y sabido en su cautiverio de un año y un mes en el infierno. Con el tiempo, se convirtió en el primer testimonio público que contó un centro clandestino por dentro y los hombres que lo manajaban.
“Las condiciones en las que desarrollábamos nuestras vidas son dignas de la época anterior a la Asamblea del Año XIII. Estábamos o están acostados (no se lee) horas del día sobre un colchón en el piso, separados éstos, por tabiques de madera aglomerada, en celdas de hasta cuatro personas. A todos nos colocaban grilletes en las piernas, capucha o anteojito, que no nos permitiera ver, además de estar el lugar poblado de ratas”. Maggio detalló que regularmente él y unas 150 personas más habían sido sometidas al suplicio de la picana eléctrica y el submarino.
En la denuncia había señalamientos concretos, además, de víctimas y de asesinos. Como el caso de Léonie Duquet y Alice Domon, las monjas francesas que habían sido entregadas por el capitán Alfredo Astiz, y con quienes Maggio habló y vio muy lastimadas. Norma Arrostito, la dirigente montonera, quién resistió “estoicamente” durante un año la presión psíquica y física de los oficiales de marina. “El 15 de enero, en modo poco claro se desmaya, luego que se le coloca una inyección, y fallece”, escribió. También vio, semi inválida por un balazo, a la joven sueca Dagmar Hagelin. También mencionó a 23 represores por nombres o apodos.
Maggio escribió la carta a mano, pero hizo varias copias a máquina y en papel carbónico. En cada una de ellas, fue cambiando el destinatario: al embajador de Francia, al consejero de prensa de la embajada francesa, al embajador de los Estados Unidos, Raúl Castro, a monseñor Raúl Primatesta, a monseñor Vicente Zaspe, a monseñor Juan Carlos Aramburu, a la Conferencia Episcopal Argentina, a la agencia France Press, al periodista Richard Boudreaux de Associated Press, a las agencias nacionales, sindicatos y comisiones internas, periodistas, políticos, y a la propia Junta Militar, como dos años antes lo había hecho Rodolfo Walsh.
La carta no tuvo el impacto que merecía tamaña revelación. Pero el “Nariz” no se quedó quieto: el 27 de abril pactó una larga entrevista al subdirector de la Associated Press, Richard Boudreaux, ante quien reiteró las atrocidades que había ventilado epistolarmente. Se publicó antes del Mundial ’78, y fue un duro golpe para el poder inquisitorial.
Durante su cautiverio en la ESMA, Maggio logró hacer dos inscripciones en una viga de Capucha.
La caída
Maggio fue secuestrado el 15 de febrero de 1977, mientras caminaba por la avenida Rivadavia, a una cuadra de Plaza Flores. Cuando la patota se le echó encima, tenía una vida hecha y otra por delante: con sólo 29 años tenía un matrimonio con Norma Valentinuzzi, una profesora de expresión corporal, una hija de dos años, María Eva, y un hijo de cuatro, Juan Facundo. Maggio militaba en Montoneros –había comenzado en las Fuerzas Armadas Revolucionarias-, además de su rol combativo como delegado gremial.
Tal vez por eso, no era la primera vez que las Fuerzas Armadas tocaban a su familia. Su casa en Santa Fe había sido allanada en el verano de 1975, y el “Nariz” había vuelto a la casa saqueada disfrazado, aprovechando los corsos, para recuperar papeles. A su suegra, Elsa Valentinuzzi, y su cuñada Marta, las habían arrestado un fin de semana sin darles explicaciones. Lo que siguió fue peor: su hermano Roque Maggio fue asesinado en Rosario el verano de 1977. Roque venía huyendo de la muerte: su esposa María Adriana Esper había sido ejecutada en Córdoba un año antes.
Cuando Horacio cayó en manos de los marinos, aún sin entender bien lo que había pasado, Valentinuzzi decidió que lo mejor era irse. El destino fue Guaruja, una isla remota en Santos, Brasil.
La fuga
El 17 de marzo de 1978, los marinos mandaron a Maggio a enviar unos sobres fuera de la ESMA, acompañado de un guardia. El “Nariz” apeló a su astucia, y logró que el marino lo dejara sólo. Las versiones son dos y difieren levemente: una, que le pidió permiso para ir al baño y logró evadirse. La segunda, que lo convenció de iniciar el trámite mientras el guardia buscaba dónde estacionar.
“Mi papá logró fugarse de la ESMA y se fue a vivir con nosotros a Caseros”, dijo su hija María, querellante y testigo del tramo de la causa judicial de la ESMA que está cerca de terminar. “Esa misma noche, en Santa Fe, se presentaron dos o tres personas en el domicilio de mi abuela paterna para decirle que querían hablar con ella de mi papá, que había cometido un grave error”.
Unos días después, Maggio se sentó a redactar la carta en la que denunció sus trece meses en el inframundo. Allí contó las sucesivas formas que los marinos tenían de matar, anticipando “los vuelos de la muerte”: acribillados en un auto, luego incendiado y abandonado en la ruta Panamericana; ahorcados en la ESMA, dopados con “somníferos” y arrojados al río.
Desde teléfonos públicos, llamó al chupadero y les presagió a sus verdugos un nuevo Nüremberg para ellos. El 4 de octubre de 1978, un pelotón del Ejército lo arrinconó en una obra de construcción. Lo acribillaron mientras el “Nariz” repelía el ataque con los escombros que tenía a mano. Su cuerpo masacrado fue exhibido por el jefe de la Escuela, Jorge “El Tigre” Acosta.
-El que lo imite va a terminar como él- dijo el represor a los secuestrados.
Norma y los niños salieron al segundo y largo exilio a Perú, a Ecuador, México, Cuba y España. El 11 de septiembre de 1979, en la misma casa de Caseros, Norma fue secuestrada. Hay pistas de su presencia en Campo de Mayo, en 1980. Muchos años después, en 2008, un grupo de conservadoras descubrieron dos escrituras de Maggio en una viga metálica de la “Pecera”, en el casino de oficiales de la ESMA. Se alcanzaba a leer su nombre, borroneado por el tiempo, y dos fechas: “27/12/77” y ”3/3/78”. Su rastro había quedado fuera y dentro de la ESMA.
Fotos de la marcas en la ESMA: Gentileza de Coordinación General de Sitios de Memoria CABA / Secretaria de Derechos Humanos de la Nación.
LB/RA