Se realizó hoy la segunda jornada del primer juicio por jurados de la historia judicial de la provincia de Buenos Aires. Guillermo Barros está acusado de matar a su cuñado, Gabriel Armella. Mañana, después de oír los alegatos de la fiscalía y la defensa, los doce jurados hablarán por primera vez entre ellos. Y deberán tener un veredicto.
Una trama de adicciones, violencia de género y maltrato infantil asomó como telón de fondo en el juicio por el crimen de Germán Gabriel Armella, el primero que utiliza la modalidad de jurados populares en la historia judicial de la provincia de Buenos Aires. La fiscalía, representada por Ana María Armetta, intentó a través de los peritos derrumbar la hipótesis de la defensa: que fue en legítima defensa y que el tiro de la escopeta que Armella empuñaba se soltó mientras forcejeaba con Barros. Sobre el final de la jornada, el imputado pidió la palabra y negó incluso haber sido el autor del disparo.
-¿Quién accionó el arma?- preguntó la fiscal.
-Él, yo no le disparé.
-Usted había dicho “se disparó”, y las armas no se disparan solas.
-Él la tenía en la mano, yo no la disparé.
Cuando el imputado pidió la palabra a través de su defensora Verónica Jollife, el juez que modera el debate, Francisco Pont Vergés, le explicó que era un acto de defensa y que mentir no suponía una presunción en su contra. “¿Entendieron?”, preguntó mirando ahora hacia el jurado.
Según la declaración Guillermo Barros, conoció a Gabriel Armella mucho antes de que se pusiera de novio con su hermana. “Siempre andaba armado, andaba en la delincuencia y en la droga”, dijo sobre la víctima. Esa noche, un hermano fue a avisarle –vive a la vuelta de la casa de su madre- lo que había pasado porque “era el único que lo calmaba”. Ya estaba ahí cuando volvió Armella gritando que quería a las niñas.
“Cuando veo que viene por la vereda, me le cruzo porque siempre tenía la costumbre de entrar a la casa de mi madre. Me dijo ‘para vos también hay’, y me quiso pegar con la recortada que tenía en la mano. Ahí se resbala y yo me arrodillo y forcejeamos. Cuando le pego el estirón se disparó. Solté el arma porque me aturdí y salí corriendo”, relató. Después teatralizó el forcejeo con el custodio del Tribunal.
-¿Usted conoce de armas?
-No. He visto, pero no tengo.
-¿Y cómo sabía que era una escopeta recortada, como dijo antes?
-En el barrio vi muchas armas, no es el único que andaba armado- dijo, titubeando un poco.
La fiscal insistió sobre su estrategia de exceso en la legítima defensa.
-¿Cuándo Armella estaba en el piso, porque insistió con el arma, no podría haber hecho otra cosa?
-No, porque me iba a matar.
-¿Cómo sabe?
-Me di cuenta.
Un trasfondo de violencia de género
Los dieciocho miembros del jurado (12 titulares y 6 suplentes) llegaron a la sala pasadas las 9, más acostumbrados que ayer a la idea de tener que impartir justicia. “¿Te sentís mejor hoy?”, le dijo una de las integrantes del cuerpo a otra en la primera fila de butacas. Un rato después, fue el círculo familiar íntimo del acusado -su madre, su hermana y su hermano- quienes relataron los padecimientos físicos y psicológicos de Claudia Griselda Barros y sus tres hijas. Contaron que Armella, después de su jornada de trabajo como recolector de papa, se juntaba con amigos en su casa, y corrían “el alcohol y la droga”.
"A veces le pegaba y también maltrataba a los chicos", testificó Marta Estela Barros, la madre de Guillermo. El 30 de enero de 2014, la noche del crimen, se enteró por su hija que Armella había amenazado con llevarse a sus nietas a punta de escopeta. Al llegar a su casa, tuvo que irse en remís a la comisaría de José León Suárez porque a pesar de los llamados al 911 no les mandaban el patrullero. Hacía cuatro meses que su hija Claudia vivía en su casa junto a las tres niñas. “Desde noviembre de 2013 teníamos un perímetro judicial para que no se acercara a casa por las denuncias de violencia que hicimos”, dijo. Y contó que una vez llegó a pegarle a ella con el portón de su casa por impedir que se llevara a las nenas.
Claudia, a su turno, contó el infierno en que se habían transformado los últimos años de la relación. Se habían conocido en 2006, pero desde alrededor de 2010 “El Boli” tomaba “cerveza, whisky con pastillas, y se drogaba con cocaína y marihuana y se ponía violento delante de las nenas”, contó. “Una vez llegó muy enojado del trabajo y Jimena, la más grande, estaba jugando con mi suegra. La agarró y la metió en un tacho grande con agua”. Y después, en voz muy baja, narró otra escena: “Una vez me estaba ahorcando a mí, y Jimena, la de 7 años, le mordió el brazo y la agarró del cuello a ella”.
La defensora oficial y la fiscal le preguntaron si lo había denunciado. Respondió que hizo “cuatro o cinco” denuncias en la comisaría de Suárez y en la comisaría de la Mujer. Nunca la llamaron a declarar. En 2013, lo denunció en un juzgado de familia. Allí le dictaron un perímetro de protección de 100 metros alrededor de la casa por 120 días. En los fundamentos, la medida decía que Barros había sufrido “varios años de violencia de género, física y emocional” y “maltrato físico y emocional hacia una de las niñas”. Jollife, la defensora de Barros, le pidió a Claudia que la leyera en voz alta y que se incorporara al debate como prueba.
También declararon José Luis Jeréz, otro de los hermanos de Barros, y su mujer Antonia, que vivían en la casa de Marta. Mientras Antonia destendía la ropa Armella la llamó desde la calle. “Me dijo quiero las nenas ya, y me apuntó con el arma”, declaró la mujer. Entró a la casa y le avisó a José Luis, que estaba durmiendo. “Salí a la puerta y no estaba. Entonces llamé a la policía. Sólo me decían ‘corto y modulo’, pero no mandaron nada”. Cuando “El Boli” volvió armado, Guillermo le salió al cruce y se produjo el forcejeo y el disparo que hoy representó en la sala el propio Barros.
Los científicos
La fiscal Ana María Armetta intenta probar que no hubo legítima defensa sino un homicidio simple. Ante sus preguntas, la médica que hizo la autopsia respondió que la trayectoria del disparo fue “de adelante hacia atrás, de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo”. El cartucho de la escopeta entró completo y soltó las municiones adentro del cuerpo. “Tuvo que ser una distancia corta porque la roseta de municiones no llegó a abrirse”, explicó, pero aclaró que la distancia era mayor a “50 centímetros”. Esa distancia tornaría difícil que Armella se haya disparado a sí mismo en el forcejeo.
Sin embargo, la jefa de la división Patología Forense de la policía bonaerense dijo que era posible que se hubiera disparado con el arma apoyada en el cuerpo. “En armas largas, de cartucho múltiple, es posible que la deflagración de pólvora quede toda en el caño de la escopeta, y aunque esté a muy poca distancia, no queden rastros en la herida y la piel”, dijo, y calculó que la distancia del disparo podía ser de “cero centímetros a un metro”.
El perito balístico Javier López Oroná también dejó en pie la posibilidad del auto disparo. En una reconstrucción permitida por el juez, el perito y un actor mostraron cómo era posible con una escopeta de unos 40 centímetros que quien la empuñaba se disparara a sí mismo. El jurado observó atentamente la reconstrucción. Antes, el juez Pont Vergés volvió a instruirlos. “Esto es una representación. Es posible que el hombre que vean, el tamaño del arma, y lo que aquí van a ver, no tengan nada que ver con lo que sucedió realmente”, les dijo.
Los miembros del jurado volvieron a asentir. Mañana, después de oír los alegatos de la fiscalía y la defensa, hablarán por primera vez entre ellos sobre el caso. Y deberán salir de la sala de deliberaciones con un veredicto para Barros: inocente o culpable.
RA