La fiscalía federal pidió prisión perpetua para todos los acusados por secuestros y torturas cometidos contra más de 200 víctimas por los crímenes de El Vesubio. Este jueves se conocerá la sentencia. Para Julia Coria, hija de los desaparecidos María Ester Donza y Roberto Coria, la antesala "no es una situación angustiosa, sino reparadora".
María Ester Donza estaba convencida de que Julia, con sus dos meses de vida, después de tomar la teta se quedaba con hambre. Por eso el 19 de febrero de 1977 rumbearon temprano junto a su compañero Roberto Julio Coria –ambos militantes de Montoneros- para Adrogué, a ver al pediatra, a pesar de que salían lo menos posible porque los militares les pisaban los talones y se mantenían guardados. Después de la visita, se separaron para visitar a sus familias, María Ester con la pequeña Julia. Iban a encontrarse en la casa de la abuela paterna. Como María Ester demoraba, Roberto tuvo un mal presagio.
- Fue adonde le dije que no fuera- dijo solamente. Y subió a la bicicleta después de despedirse de su madre.
Esa noche, la madre de María Ester vio a dos personas con un bolso y un bebé en la puerta de su casa. Uno de los hombres le entregó a Julia y le dijo “su hija volverá en breves instantes”. Ese instante durará, para Julia, su vida entera. A fines de los años ’90, se acercó al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) y supo que sus padres habían pasado por el Vesubio: lo había testimoniado un militante uruguayo, Juan Velázquez Rosano. Julia lo buscó por todo el mundo hasta que dio con él, años más tarde.
Durante el juicio que terminará el próximo jueves, el segundo que se hace por los crímenes de El Vesubio –un centro clandestino que funcionó en La Matanza-, Juan Velázquez Rosano los mencionó otra vez. Julia escuchó esa declaración con la emoción a flor de piel, tomada de la mano de su pareja, “como si fueran a revelarnos algo”, cuenta Julia a Infojus Noticias. Está ansiosa por la sentencia del jueves, aunque el caso de sus padres no sea uno de los 200 por los que se juzga a los militares Gustavo Adolfo Cacivio, Jorge Crespi, Federico Minicucci y Faustino Svencionis, y al ex penitenciario Néstor Cendón. “No es una situación angustiosa sino muy reparadora. La vivo con mucha alegría”, dice Julia.
Los alegatos
La fiscalía federal representada por Gabriela Sosti, pidió prisión perpetua para todos los acusados por secuestros y torturas cometidos contra más de 200 víctimas. En su alegato, explicó el funcionamiento del centro clandestino y los roles de los acusados en la represión clandestina. Pero también recaló en otros aspectos, por ejemplo: cómo el mandato de los cuadros medios generaba una burocracia del horror. “Nos siguen demudando frente al relato del tormento, del extremo sufrimiento que un ser humano puede inflingir a otro con la indiferencia de quien debe llenar un formulario”, dijo la fiscal.
En su exposición, también se ocupó de los objetivos del Golpe. “Todo genocidio suele tener un trasfondo económico determinante. Este lo tuvo”, aseguró. Y entró en detalles: “querían volver a la argentina de antes del 45, una Argentina sin chimeneas, sin fábricas. Para ello había que eliminar a la clase trabajadora y todo aquel que luchara por ella. El pensamiento libre, la imaginación creadora también eran enemigos para estos depredadores y había que eliminar a los pensadores, los intelectuales, a los artistas. En Vesubio padecieron y perecieron muchos de ellos, el viejo Oesterheld, Haroldo Conti, Raymundo Gleyser, valiosísimos trabajadores de nuestra cultura”.
En su faz operativa, El Vesubio tuvo algunos aspectos singulares. Por ejemplo, las conexiones fluidas con otros “chupaderos”. La subzona 11 se dividía en seis áreas (de la 111 a la 116). Jurisdiccionalmente, El Vesubio funcionaba en el área 114 –junto con otros centros como el “Protobanco o Puente 12”, el “Banco, Sheraton , Omega”-, pero el manejo directo estaba a cargo de la Central de Reunión de Inteligencia de la Tablada, en el área 112. “Esta doble dependencia y la doble participación del área 114 y del área 112 -a cargo de Minicucci y Svencionis sucesivamente-” era importante porque “muchos secuestrados de Vesubio fueron llevados a muchos de esos otros centros clandestinos y varios represores cumplieron funciones o tuvieron jurisdicción militar sobre ellos”, afirmó en su alegato la fiscal Sosti.
La querella unificada del CELS, el equipo jurídico KAOS y los abogados Pablo Llonto y Liliana Mazzea coincidió en el pedido de la prisión perpetua para los cinco sospechosos, y pidió además que se investigue al ex capellán del Ejército Emilio Graselli y los delitos contra la propiedad que la patota implementó como un bonus track cuando dejaban las casas y se llevaban a los militantes amordazados en el baúl de los autos.
La querella de Justicia Ya!, por su parte, pidió las mismas penas y que se ampliara la acusación contra ellos por los delitos sexuales cometidos contra once mujeres cautivas: la desnudez, los manoseos, las amenazas de ser violadas, los embarazos forzados, los abortos forzados, las violaciones, fueron rutina en ese infierno que ocurría en ese centro clandestino del corazón del conurbano. El pedido fue apoyado por la fiscalía y aceptado por los jueces Néstor Costabel, Horacio Barberis y Eduardo Carlos Fernández, que subrogan el TOF 4.
El final de la historia
Hace dos años, con Julia se contactó Nelson Flores, el hijo un militante barrial muy conocido en Rafael Calzada que llevaba su mismo nombre, cuando buscaba datos sobre su madre. Ese día supo cómo había sido su secuestro, y qué lugar había sido ese al que no debía ir: la casa de la familia Flores, donde habían vivido hasta que sus padres debieron esconderse. “Ese día, en Adrogué –les relató Julia a algunos conocidos suyos hace exactamente un mes, a través de un correo electrónico- mi mamá fue a esa casa para mostrarle su bebé a sus amigos, aunque mi papá le había dicho que era peligroso. La patota que había secuestrado a Nelson Flores padre estaba allí. Nos llevaron (a ella y a mí) al cuarto de los Flores mientras la mamá y los hijos (tres varones chiquitos) de esa familia permanecían en la cocina. Unas horas más tarde llegó mi papá con su bicicleta. Lo golpearon y lo ataron a una puerta de hierro. Más tarde se lo llevaron en el baúl de un coche. A los chicos y la mamá Flores los llevaron en un coche, y ella recuerda que le dieron un saquito mío para el bebé. Los dejaron en un lugar donde la mujer pudo escuchar que mi madre pedía que le dejaran amamantarme; yo ya estaba con mis abuelos pero a ella no se lo dijeron”.
Fue el propio Nelson Flores (hijo), quien le insistió a Julia que se acercara a la Comisión de víctimas del Vesubio, que hacía años que venían reconstruyendo el horror vivido en ese lugar y en ese punto del pasado. Julia, que había atravesado el primer juicio por los crímenes del Vesubio leyéndolo en los diarios, se involucró de cuerpo entero en éste: después de cada jueves de audiencia, tiene que volver a su casa a dormir dos horas. “Fui a todas las audiencias hasta que el testimonio de una mujer violada y picaneada durante tres días me devastó. Volví hace dos meses, cuando ya estaban los alegatos. Ahora espero con mucha ilusión la sentencia, quiero ir con mi hija y mi marido”, le contó Julia a Infojus Noticias en un diálogo telefónico.
En el tercer tramo del juicio por El Vesubio, Julia se presentará como querellante para que otros represores vayan a la cárcel por la desaparición de sus padres. “Más allá de cómo resulte la condena del jueves, hay una cosa del suceso en sí misma. Que los viejitos puedan pedir peritos para que revisen su salud, que la pericia a Crespi se haya suspendido porque se sentía mal, significa que el mundo funciona bien, que es un lugar infinitamente mejor al que ellos quisieron dejarnos. Y eso me produce una felicidad enorme”.