Los secuestros eran generalmente de madrugada y en las casas de las víctimas. Con golpes y bolsas en la cabeza, en el baúl de Ford Falcon o Fíat Torino. Cuando llegaban a La Cacha, permanecían “encapuchados en el piso, en una colchoneta, con mucha gente", según los fiscales. La tortura era practicada en una casa apartada, más pequeña.
Durante siete horas, en apenas la primera parte de un largo alegato que se extenderá por tres días, los fiscales federales Hernán Schapiro y Gerardo Fernández, integrantes de la Unidad Fiscal de Derechos Humanos de La Plata, describieron con lujo de detalles el infierno que fue morir y también sobrevivir en La Cacha 37 años atrás. Los fiscales reconstruyeron, apoyándose en el relato que dejaron los testigos en diez meses de audiencias, y el análisis minucioso de las pruebas documentales que hay en la causa, el contexto histórico, las condiciones de detención, el rol del Destacamento 101 de Inteligencia y comenzó a focalizar en el relato de cada caso. La etapa de alegatos del juicio, que arrancó acalorada, dejó además un cruce entre una sobreviviente y Héctor Raúl “el Oso” Acuña.
Los delitos: a quiénes y contra quiénes
La primera parte del alegato –que se extenderá, según informaron fuentes judiciales a Infojus Noticias, por dos jornadas más- comenzó a las once y media de la mañana. El fiscal Schapiro se anticipó para enumerar qué figuras delictivas, a quiénes se las imputaba y por cuántas víctimas, aunque no llegó a detallar las pruebas ni la cantidad de años de prisión que pedirá para los 21 sospechosos.
En general, a los trece hombres del destacamento de inteligencia –diez militares y tres civiles-, les atribuyó la privación ilegal de la libertad y tormentos por 127 víctimas, sumados a los homicidios agravados de Laura Carlotto y Olga Noemí Casado, delitos incorporados –a partir de nueva prueba- cuando terminaron de desfilar los testigos.
Distinto fue para los policías bonaerenses, el marino Juan Carlos Herzberg y los agentes del Servicio Penitenciario provincial. El ex comisario Miguel Osvaldo Etchecolatz, su ex sub director general de Seguridad, Eduardo Gargano, el ex jefe de la Unidad Regional, Horacio Elizardo Luján, y el ex jefe del servicio de calle de esa unidad policial, Julio César Garachico, deberán responder –para la fiscalía- por los homicidios agravados de Marcelo Bettini –hermanos del actual embajador de España, Carlos Bettini- y Luis Sixto Bearzi. El ex jefe de la Armada en la zona, Juan Carlos Herzberg, fue acusado de las privaciones ilegales de la libertad y tormentos de María Elvira Luis, José Luis Cavallieri y Esteban Alaye. Mientras que a Jaime Lamont Smart, por su responsabilidad como ex ministro de gobierno de Buenos Aires en aquél tiempo, se le achacaron los 127 casos de Pil y tormentos y los cuatro homicidios agravados: Carlotto, Casado, Bettini y Bearzi.
Al ex jefe de Inteligencia del Servicio Penitenciario Bonaerense, Isaac Crespín Miranda, le achacaron 128 secuestros y torturas, y los homicidios de Carlotto y Casado. Para su subordinado, el ex guardia penitenciario Héctor Raúl Acuña (alias "El Oso"), uno de los más crueles en la memoria de los sobrevivientes, quedaron las 127 privaciones ilegales de la libertad y los tormentos, sumados a los mencionados asesinatos de Carlotto y Casado. Pero no sería la única vez que su nombre se haría presente en la sede de la ex Amia de La Plata: durante un cuarto intermedio desafió a una ex detenida, los jueces del Tribunal pidieron la grabación y podrían denunciarlo por amenazas.
El horror cotidiano
Punto por punto, a través de lo que contaron los testigos que pasaron por el debate oral, los investigadores del Ministerio Público Fiscal recrearon el horror cotidiano que vivieron los cerca de 130 cautivos que pasaron por La Cacha durante 1977 (el tramo de 1978 aún está en etapa de instrucción).
Los secuestros eran, generalmente, de madrugada y en las casas de las víctimas. Con golpes y bolsas en la cabeza, en el baúl de Ford Falcon o Fíat Torino. A un secuestrado le sacaron el anillo y la pulsera antes de encapucharlo. Otra sobreviviente contó que le rodearon la casa, ella tenía 19 y hermano 14. A un joven “le tocaron timbre a la una de la mañana, le dijeron que era policía, contestó que se iba a vestir y casi le tiran la puerta abajo”. Entre los secuestradores, por haberlos visto o por fotografías, señalaron al Francés (Cacivio), a Héctor Acuña y Claudio Grande.
Cuando llegaban a La Cacha, permanecían “encapuchados en el piso, en una colchoneta, con mucha gente. Uno tuvo un paquete de yerba porque no había bolsa. Otro perdió la noción del tiempo por la oscuridad de la capucha: no había días ni noches, sólo terror. Un sobreviviente pasó 102 días acostado, encapuchado y atado un catre, se duchó 4 veces. “Era un método de locura”, dijo en el juicio.
La tortura –además de los castigos por faltas disciplinarias o pura crueldad, que se daban en el edificio principal-, era practicada en una casa apartada, más pequeña. Un ex detenido relató su enorme dolor, la bolsa en la cabeza, con las mismas preguntas que en su llegada, pero bajo tortura. Le aplicaron la picana en la garganta para que no gritara, pero siguió, “Se me hizo una costra de sangre que vomité a los días”, testificó. Era invierno, y como le rociaban agua, estaba más sensible a la electricidad. “Veía a través de la bolsas el brillo de la máquina y el humo que salía de mi piel, como pequeñas chimeneas”, dijo en la audiencia.
A otra víctima, la secuestraron allí dos días seguidos. El Francés dirigía la sesión. El segundo día participó Acuña. “Dejame hacer eso que hace mucho que no hago”. Era aplicar la corriente en el ano. Un punto aparte le dispensaron a los delitos sexuales ocurridos en el lugar. “Fue parte del plan sistemático de exterminio” concluyeron los fiscales.
101
Para la Unidad Fiscal de Derechos Humanos, el Destacamento 101 de Inteligencia, que funcionaba en la calle 55 entre 7 y 8 del centro de La Plata, cumplió un papel determinante en la represión ilegal en toda la provincia. Schapiro y Fernández, enumerando los testimonios, demostraron que los cautivos sabían muy bien de la presencia de sus hombres y de la importancia en todas las tareas del chupadero.
Varios sobrevivientes mencionaron que una de las guardias rotativas –eran de distintas fuerzas- eran hombres más jóvenes y preparados, que utilizaban un lenguaje más refinado, incluso universitario, y que conocían vida y obra de los prisioneros que languidecían en los camastros del edificio. Varios, detallaron los fiscales, “fueron reconocidos por fotografías como integrantes de las guardias y también, en algunos casos, en los operativos de secuestro”.
“El destacamento 101 en La Cacha cumplía todas las funciones represivas: determinaba los blancos, indicaba y participaba de los operativos de secuestro, a través de sus oficiales de inteligencia dirigía los interrogatorios, garantizaba la detención de las víctimas a través de las guardias, analizaban la documentación de los allanamientos, y tenían injerencia en el destino final de las víctimas”, alegaron los acusadores del Estado. “Mixturaba funciones de inteligencia con funciones operativas”.
En una declaración judicial ante un tribunal militar, su jefe el coronel Arias Duval dijo que en marzo del ‘77 “además de los fines normales del destacamento, pasó a apoyar a la Brigada Décima en la lucha contra la subversión”, y se creó una pequeña sección que se llamó “Reunión de información”, donde participaron con entusiasmo varios de los civiles y militares imputados en el juicio.
“Ya te voy a agarrar a vos”
- ¿Y la custodia de los reos? ¿Qué hace este tipo acá?- preguntó una señora desde el público.
La sala estaba vacía en el cuarto intermedio de la lectura de los alegatos de parte de la fiscalía. En el corralito de los acusados, Héctor “el Oso” Acuña, condenado a prisión perpetua por los crímenes cometidos en la Unidad 9, desposado, hablaba plácidamente con su esposa. A dos metros, un penitenciario casi imberbe, menor de 30 años, dejaba transcurrir la conversación con aire desinteresado.
- ¡Zurda, hicieron mierda el país en diez años!- gritó el Oso.
- ¡Vos te vas a Marcos Paz! Ojalá que no salgas más.
Recién entonces, el joven agente penitenciario reaccionó. Con la ayuda de otros dos, pero con muy buenos modales, fueron llevándose a Acuña a la puerta que comunica al subsuelo y una sala contigua.
- Lo llenaron de droga, tarada- agregó a los gritos el reo,vestido con un equipo deportivo blanco y negro.
Cuando ya había desaparecido por el pasillo, todavía se escuchó su voz:
- ¿Qué vas a hacer dentro de tres o cuatro meses, vos? ¡Ya te voy a agarrar, a vos!
A unos metros de la escena, sobre el escenario, uno de los fiscales conversaba con un abogado querellante y una mujer de camisa y pantalón de vestir. Según confiaron fuentes judiciales, el Tribunal pidió la grabación del cruce, y podría denunciar a Acuña –que ya protagonizó varios incidentes con el público- por amenazas. Cuanto menos, ya no volvió a ocupar su lugar entre los reos el resto de la tarde.