Juan Agustín Segovia (53) mató a su ex mujer Mónica Bauzá (43) en 2009. Dijo que se había ido y nunca había vuelto. Después confesó el crimen y el lugar donde la había enterrado. Hoy un tribunal lo condenó por “homicidio calificado agravado por el vínculo”. Y pidió investigar por “complicidad” al hijo mayor de ambos.
A minutos de ser condenado a 17 años y 6 de prisión por haber asesinado a Mónica Bauzá, su exmujer, Juan Agustín Segovia, de 53 años, se miró sus manos enormes. En silencio, jugó con los pulgares y luego se frotó el rostro moreno. Su mirada era ambigua: de a ratos, los ojos lucían apagados, como si fuera un gigante melancólico. Pero por momentos se mostraba intimidante. Quizás así habrá mirado por última vez a su víctima, mientras que con esas manos que ahora parecían inofensivas, la enterró viva en una casa de la localidad platense de Los Hornos. Para el Tribunal Oral Criminal I, integrado por Samuel Saraví Paz, Guillermo Labombarda y Jorge Moya Panisello, no hubo dudas: Segovia fue su asesino y premeditó su sufrimiento antes de provocarle la muerte. Por eso lo condenó hoy por “homicidio calificado agravado por el vínculo y atenuado por circunstancias extraordinarias”. Además, pidió investigar al hijo mayor de ambos, Jonathan, por posible complicidad en la autoría del crimen, por lo que no dio cerrado el caso.
En los alegatos, el fiscal Rubén Sarlo y el abogado de la familia Bauzá habían pedido cadena perpetua. En sus últimas palabras, Segovia pidió perdón a los familiares. Hoy no los pudo mirar a la cara. La madre de Bauzá estaba destrozada. “No estamos conformes con el fallo. A mi hija este hombre la maltrató desde siempre y la hizo agonizar viva, y sólo le dieron 17 años. No lo podemos creer. Vamos a apelar para que le den cadena perpetua”, dijo a Infojus Noticias en los pasillos del tribunal.
Horas antes, habían colocado un cartel que decía “Mónica Bauzá, enterrada viva. Otra víctima de violencia de género. Solo pedimos justicia”. Había una foto de ella, donde lucía flaca, con el pelo negro, las manos en jarra en un sweater turquesa y con una pequeña sonrisa mirando a cámara. En el juicio, la madre de la víctima reveló que con Segovia mantenían una relación tormentosa. “Le tenía mucho miedo”, dijo. Estaban separados desde 2006, pero vivían en el mismo terreno, una casa pegada a la otra. El hombre nunca dejó de hostigarla: era celoso y controlaba sus movimientos.
El caso ante la Justicia empezó como una desaparición pero después de ocho meses se supo que fue un crimen. El 18 de agosto de 2009, Mónica desapareció de su casa. Segovia, que trabajaba como taxista y camillero de hospital, dijo que se había ido a Gonnet, donde trabajaba como empleada doméstica, y nunca había vuelto. La familia de Mónica denunció la desaparición. Ese mismo día, después de golpearla con un palo, Segovia la había enterrado viva en un pozo de 1,15 metros de profundidad. El asesino, sin embargo, se mostraba preocupado por la desaparición de su expareja y dio pistas falsas a los investigadores.
“Vas a terminar bajo tierra, yo ya estoy jugado”
Los padres de Mónica nunca le creyeron. Las marchas, los afiches, los pedidos de justicia se fueron repitiendo con cada mes de ausencia. Hubo un antecedente clave: una presentación judicial del 2006 en la que la mujer pedía que se excluyera a Segovia del hogar porque ejercía sobre ella una violencia constante. En el escrito, la mujer detallaba el calvario vivido durante dos décadas: “Ha utilizado almohadones para que no queden marcas en mi cuerpo de los golpes, me tira con vasos, platos, y elementos cortantes, con acoso sexual permanente, manoseos, toqueteos y palabras irreproducibles. Una vez me sacó al bebé, lo llevó a la habitación, volvió al comedor y comenzó a golpearme con almohadones sobre mi cuerpo, sin parar. Me tiraba del pelo y además de amenazarme diciendo ‘te voy a matar aunque termine preso’ y ‘vas a terminar bajo tierra, yo ya estoy jugado’”.
Como ocurrió en el caso de Susana Gómez, la mujer que quedó ciega por los golpes de su expareja, en el caso de Bauzá también hubo denuncias previas y hasta un anticipo del crimen en la voz del asesino que la justicia jamás consideró.
Durante varios meses, nadie supo dónde estaba Mónica. Para la policía y la justicia, fue un misterio sin respuesta. La justicia la buscó en comisarías, hospitales, morgues, fronteras y terminales de micros. “No obtuvimos nada. Es como si se hubiese esfumado”, decía entonces un investigador judicial. Hasta que una amiga de Mónica alertó a la Policía por el llamado de una persona, que le reveló dónde estaba el cuerpo de Mónica. En diciembre de 2009, la fiscal Ana Medina ordenó requisar el terreno donde vivían. El hombre se mostró dispuesto a guiar a los bonaerenses hasta la vivienda en el fondo del terreno. En un momento dijo que iba a la habitación de sus hijos, en la casa delantera, y se esfumó. No se supo nada de él hasta que una comisión de la Brigada de Investigaciones Complejas de La Plata lo encontró mendigando en Constitución. A los pocos minutos, Segovia confesó el crimen y el lugar donde había enterrado a su mujer.
El macabro hallazgo ocurrió el 8 de abril de 2010. El cadáver de Mónica apareció vestido, calzado con zapatillas y tapado con una bolsa, debajo de un contrapiso donde estaba la cama matrimonial. La autopsia reveló que la víctima tenía tierra en los pulmones, es decir, había sido enterrada con vida.
El caso no está cerrado
Durante el desarrollo del debate, que empezó en marzo, las evidencias fueron contundentes. A los hechos ya comentados, se sumaron otros que ratificaron la autoría criminal de Segovia. Sus propias confesiones no dejaron lugar a ningún tipo de dudas. Una testigo dijo que el imputado le confesó en la cárcel que mató a su ex esposa. Fue durante una visita que le realizó a su lugar de encierro, para llevarle “comida y ropa”. Este testimonio se sumó a la carta que el propio acusado habría escrito de puño y letra donde también hacía referencia a su autoría en el crimen. La carta fue entregada a los jueces por uno de los hijos de la víctima.
El fiscal sospechó que la pudo haber matado por sus celos enfermizos: no habría soportado que Mónica, después de la separación, haya construido una nueva pareja. Fue Franco, su exnovio, quien dio una pista inesperada. Aseguró que entre Segovia y el hijo mayor, Jonhatan, que es policía, habían planificado el crimen. “Hubo un complot para sepultarla viva”, acusó gravemente. Fundó las sospechas de su acusación en la salud de Segovia: desde hace años padece una diabetes y, según el testigo, no podría haber cavado la fosa sin ayuda. Ya lo había dicho Pedro, padre de la víctima, ante las cámaras de televisión. “Creo totalmente que actuó como cómplice. Mi ex cuñado es una persona muy enferma, diabética, y no pudo cavar el pozo solo”. Según los testigos, además, entre madre e hijo había una mala relación.
Tras la condena a Juan Segovia, es una de las incógnitas que podría develarse en un nuevo juicio: si el asesino actuó sólo o contó con la complicidad de su hijo mayor.