La audiencia había terminado y el ex marino Ricardo Cavallo, desde el banquillo de los imputados, leía la carta que había dejado como prueba la última testigo, Mirta Romero. Era la carta que su tío Edgardo Salcedo había escrito desde Tierra del Fuego en 1966, después de plantar la bandera argentina en las Islas Malvinas, en el llamado Operativo Cóndor. Romero declaró hoy por el fusilamiento de Edgardo y la desaparición de otro tío, Gregorio Salcedo, durante la última dictadura. Lo hizo en el marco del juicio por los delitos de lesa humanidad cometidos en la ex ESMA.
“En mi casa era un orgullo ser peronista. Ser compañero tenía que ver con un montón de valores: la solidaridad, la soberanía, la democracia. Sin golpes militares”, afirmó Mirta. Después, miró a los represores enjuiciados. “Ellos, que se dicen argentinos, no tuvieron ningún problema en matar a compatriotas y allanar casas con menores indefensos”, dijo, con los dientes apretados, con bronca.
La madrugada del 12 de junio de 1976 un grupo de tareas llegó a la casa de Romero, en la localidad de Boulogne. Preguntaron por Gregorio y Edgardo Salcedo. Ambos eran militantes de la Juventud Peronista. Gregorio intentó escapar. Salió corriendo por el fondo de la casa, pero estaba rodeado por militares y fue secuestrado. Entre lágrimas, Romero recordó hoy que le ató los cordones de las zapatillas cuando estaba esposado y lo abrazó por última vez. Edgardo no estaba en la casa. Junto a su mujer habían salido a buscar un lugar para vivir con su hijo Gerardo, de dos años.
Los militares nunca supieron que Gerardo estaba en esa casa de Boulogne, “sino se lo hubieran llevado como trofeo”, dijo Mirta. Gerardo tiene 39 años. Hoy la escuchó a su prima en el juicio. Mirta dijo que en la casa estaban sus primas, su abuela y su bisabuela. La patota se burló de los chicos: les dijeron que “se iban a quedar sin papá y sin mamá”, si los adultos no les daban información. “Tiraron bibliotecas, desarmaron el teléfono y se llevaron cosas de valor”, relató Mirta, que tenía 14 años en aquel momento.
Por testimonios posteriores, la familia Salcedo – Romero supo que Gregorio estuvo en la ESMA. A Edgardo lo mataron junto a su mujer Esperanza Cacabelos en un operativo en un edificio de la calle Oro y Santa Fe, en Palermo, justo un mes después. Gerardo estaba con ellos. Se salvó porque sus papás lo metieron en una bañera, a resguardo. Días después, y gracias a gestiones hechas por el padre de Esperanza con un secretario de Jorge Rafael Videla, la familia pudo recuperar al bebé.
Laura Reboratti fue otra testigo que declaró hoy. Estuvo secuestrada en la ESMA en el mismo momento que José Cacabelos, hermano de Esperanza y cuñado de Edgardo. Dijo que un guardia le comunicó que Cecilia Cacabelos, otra hermana, había sido fusilada.
El 6 de julio de 1976 una patota de la ESMA llegó a la casa de Reboratti para llevarse a Alejandro, su hermano. Como no lo encontraron, se llevaron a Laura, que tenía 20 años y no era militante política. Fue liberada después de 21 días. Reboratti ya declaró en otros juicios de lesa humanidad y mencionó que los represores que ella reconoció en la ESMA son el ex marino -ya fallecido- Francies El Inglés Whamond y el ex capitán Salvio El Capital Menéndez.
En la audiencia también declaró el imputado Hugo Héctor Siffredi, alías Pancho, vicealmirante retirado. Fue agente del Servicio de Inteligencia Naval y asistente del capitán Luis D’Imperio, el sucesor de Jorge El Tigre Acosta en el grupo de tareas 3.3.2 de la ESMA. Desde 1980 realizó tareas especiales de inteligencia en la agregaduría naval en Francia. Siffredi quiso ampliar su declaración indagatoria y dijo que las pruebas en su contra deberían ser revisadas por la fiscalía, porque no alcanzan para tenerlo como imputado. “No importaba nuestra opinión, si estábamos o no de acuerdo con los operativos. Había que cumplir el trabajo y salvar vidas. Eso fue lo que hicimos”, sostuvo ante los jueces.
El juicio comenzó en noviembre de 2012 y Cavallo es uno de los 68 imputados. Está presente en todas las audiencias y toma notas con su notebook. Hoy tuvo en sus manos la carta de una víctima, amarilla por el paso de los años. De un hombre que junto con 17 militantes peronistas marcaron soberanía en las Malvinas.