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Infojus Noticias

16-3-2014|9:35|ESMA Nacionales

“Febrés vino a mi casa y me obligó a acompañarlo para tener relaciones sexuales”

Rosa Paredes y Roberto Barreiro eran marido y mujer cuando fueron secuestrados, hace 35 años, y llevados a la ESMA. Ambos declararon esta semana. Ella contó los delitos sexuales que sufrió y calló durante tanto tiempo.

  • Ilustración: kitsch.
Por: Natalia Biazzini

A los dos días de estar secuestrados en la ESMA el prefecto Héctor Antonio Febrés reunió al matrimonio en una habitación. Cuando Rosa Paredes vio a su marido Roberto Barreiro se puso a llorar. Tenía el rostro desfigurado. El jueves -un día antes se habían cumplido 35 años de su secuestro- Roberto y Rosa declararon ante el Tribunal Oral Federal N°5 que juzga los crímenes de lesa humanidad cometidos en la ESMA durante la dictadura militar.

La mañana del 12 de marzo de 1979 Roberto salió de su casa del barrio Villa Santa Rita. No había llegado a la esquina de Camarones cuando dos personas de civil lo interceptaron. Horas más tarde, su mujer llegó a la casa familiar y encontró a su suegra Marcelina Orlía llorando. Con ella estaban las dos hijas del matrimonio: Paula de dos años y Diana de cinco meses. Un vecino había presenciado el secuestro y se lo había contado a Marcelina. Suegra y nuera fueron hasta la comisaría 41 y radicaron la denuncia policial. “Desde el handy de los policías se escuchaba ´zona liberada´. En ese momento no entendía lo que significaba”, recordó Rosa ante el tribunal.

Cuando salieron de la seccional las mujeres se subieron a un taxi. A las pocas cuadras, dos autos interceptaron al vehículo. A los gritos, personas de civil empujaron a Rosa adentro de un auto. A Marcelina la metieron en otro. “Cuando llegué a la ESMA me tiraron en la cama, me desnudaron y me aplicaron la picana eléctrica. Después siguieron con golpes”, relató Rosa con voz suave. Rosa y Roberto militaron en la Juventud Peronista hasta 1976. Hacían trabajo territorial en el barrio de San Telmo. En la sala de torturas, a Rosa le preguntaron por personas que había conocido en la militancia, pero después de tres años no tenía datos de ellos.

Durante su declaración, Rosa describió al capitán Alfredo Astiz como el militar que cumplía el rol de "malo", y al prefecto Febres como el "bueno". “Una vez Astiz me dio hojas y una lapicera. Me obligó a escribir mi trayectoria política. Me trataba mal, con gritos”. Durante su cautiverio, a Rosa la obligaron a confeccionar documentos falsos para los marinos. Ahí conoció a Carlos Sueco Lordkipanidse, otro sobreviviente de la ESMA que el jueves estuvo escuchándola en la sala de audiencias de Comodoro Py, y terminada la declaración la recibió con un caluroso abrazo.

La querella del CELS preguntaron a Rosa si había sufrido abusos sexuales. La mujer contó que una vez, estando acostada con la capucha puesta, se le acercó un guardia. Ella tenía la camisa y pollera que vestía cuando la secuestraron. El guardia la empezó a manosear. “Le dije que si era tan piola me sacara la capucha así lo veía a los ojos”. El hombre, de unos 25 años, según su recuerdo, se levantó y se fue.

En junio de 1979 Rosa fue liberada. La obligaron a no dar detalles de su permanencia en la ESMA. Estaba en juego la vida de sus hijas y de su marido, que seguía secuestrado. “Ya en libertad, Febrés vino a mi casa y me obligó a acompañarlo para tener relaciones sexuales”. Fueron tres veces. Rosa no se animó a contar más y toda la sala quedó en silencio.  

Minutos después fue el turno de Roberto. Con tono más formal que Rosa, habló de su secuestro. “Por los golpes que recibí tuve una infección muy importante en los genitales. Salía un olor repugnante de mi cuerpo”, empezó. También relató su paso por la isla El Silencio en el delta del Tigre. Los represores organizaron ahí un centro clandestino que sirvió para esconder a los secuestrados de las autoridades de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que inspeccionó la ESMA, entre el 6 y el 20 de septiembre de 1979. El año pasado Roberto participó de la inspección ocular que realizó el TOF en la isla. “Estaba todo exactamente igual que en el año 1979”, dijo el testigo.

En tres oportunidades Roberto y Rosa pudieron ir a ver a su familia. “Eran visitas controladas. Los represores comían con nosotros, en la misma mesa”.  Desde el Ministerio Público y las querellas le preguntaron a Roberto por los nombres de los represores. “Una vez Marcelo nos convocó para ir a un boliche. No sé si está en la sala”, dijo Roberto con tono de interrogación. Nadie le respondió. Marcelo era el alias de Ricardo Miguel Cavallo y sí estaba en la sala de audiencia. El represor estaba camuflado entre los abogados defensores, como siempre tomando notas de las declaraciones de los testigos en su laptop.

Roberto salió de la ESMA en febrero de 1980. Había estado casi un año prisionero de los militares. Después siguieron los controles telefónicos a la casa de la calle Camarones. Ni Rosa ni Roberto hicieron la denuncia penal. Tuvieron mucho miedo por años. “No aparecemos en el Nunca Más porque teníamos miedo de declarar. Cuando me dijeron que tenía que venir a declarar no estaba convencida, pero pensé en los desaparecidos y acá estoy”, dijo Rosa ante el auditorio. También contó que desde hace un tiempo que está separada. En la última parte de su declaración, Roberto reveló que hace poco se enteró que Rosa había sido abusada sexualmente. “Es una mujer muy valiente. Con su silencio durante tantos años me protegió a mí y a sus hijas”. A pocos metros esas mujeres lo escuchaban.

 

 

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