“Para un hijo de desaparecidos hay una falta de datos certeros sobre los ´70 que sólo pueden recrearse a partir de la ficción”, dice el autor de la novela “Los topos” y el libro de cuentos “76”. Para Bruzzone, en los últimos años hubo un cambio: los traumas colectivos empezaron a ser abordados por los géneros literarios de forma inesperada.
Los topos (2008), de Félix Bruzzone, comienza así: “Mi abuela Lela siempre dijo que mamá, durante el cautiverio en la ESMA había tenido otro hijo". La abuela de ese hijo de madre desaparecida se muda con él a un departamento a una cuadra de Avenida Libertador, piso ocho, “perfecta vista a la ESMA”. A ella la desvela estar cerca del último lugar donde estuvo su hija y donde, según intuye, habría nacido su otro “nietito”. “Dijo así, “nietito”, y se puso a llorar”, dice el narrador de “Los topos”.
Situado en la Argentina contemporánea, en la que los ´70 aparecen como sombra y errancia, Los topos trabaja con un registro autobiográfico. “Soy hijo de desaparecidos, es una condición real, no es inventada. Pero eso no me convirtió en escritor. Si lo pienso desde un estricto sentido literario, mis ficciones salieron de las cositas que había escrito en la adolescencia. Eran apuntes al vuelo que tomaron más relieve con los años, más que otros temas sobre los que había empezado a escribir“, dijo Félix Bruzzone a Infojus Noticias. El escritor nació en 1976 -en marzo de ese año desapareció su padre, en noviembre desapareció su madre- y Los topos no es su única ficción sobre los ´70. Aparecen, también, los cuentos que forman parte de 76 (2008). El “hijo de desaparecidos” es un tópico que protagoniza varias de las tramas de sus relatos.
“Me interesa pensar al hijo de desaparecidos como alguien que se reinventa todo el tiempo, me gusta situarlo en sus derivas. En Los topos, por ejemplo, lo que le pasa a ese personaje no remite directamente a su historia personal con relación a la desaparición de la madre, pero está de fondo”. Los topos no hace referencia explícita a la dictadura militar ni cómo fue nacer y crecer en el desamparo. Tampoco toca los grandes temas de la época –memoria, olvido, política, militancia- y esa decisión, en el entramado de la novela, es uno de sus mayores aciertos. Todo está mezclado, desplazado, sugerido y las transformaciones del personaje son imprevisibles: en un viaje hacia el sur, por ejemplo, encarnará una metaformosis de su sexualidad que nada tiene que ver con las primeras líneas de la historia. En palabras del autor, es “una novela del personaje y sus derivas”.
“Para un hijo de desaparecidos –dijo- hay una falta de datos certeros sobre los ´70 que sólo pueden recrearse a partir de la ficción. El hijo de desaparecidos es el que tiene que lidiar con todo eso, con un pasado que se le escapa, con algo que no se tiene, que no se vivió. Hay un gran vacío alrededor. Pero esa falta de datos servía para inventar cosas, como si fuera una plataforma literaria para construir la identidad de los personajes”.
Militante del minimalismo
En Los Topos el narrador, que trabaja como repostero, vive sucesos extraordinarios en la intimidad: su abuela muere, su novia queda embarazada, vuelve a la casa de la infancia, conoce a Maira, una travesti con prontuario de matapolicías y luego viaja por trabajo hacia la Patagonia, donde vivirá una experiencia radical con su identidad sexual motivado por una venganza. Los cruces son impensados. “El personaje imagina que Maira puede ser ese supuesto hermano que nació en el cautiverio de la ESMA. Después aparece un tipo que le dicen "El alemán", alguien que aparentemente estuvo ligado a la trama de la dictadura militar. Son hipótesis que no se pueden corroborar. Todo crece como una especie de equívoco, de esa misma imposibilidad de saber. Es como un germen que se va agrandando, que se va cultivando muy alejado de toda certeza sobre aquella época”, reflexionó.
Bruzzone nació en la ciudad de Buenos Aires. Estudió Letras, fue maestro primario y destapó piletas de natación. Publicó cuentos en antologías internaciones como “Hablar de mí” (España) y “Asado verbal” (Alemania). Además es coeditor del sello independiente Editorial Tamarisco. Las novelas del escritor chileno Roberto Bolaño y los primeros libros de Martín Rejtman fueron orientadoras de sus ficciones. “Fueron textos de referencia en esa cuestión de hasta donde se podía estirar esa deriva, de las lecturas que hay detrás de los discursos importantes. Mis tramas se contagiaron de sus climas, de sus atmósferas, tratando de que no fuera un puro avance loco de las situaciones, a lo César Aira. Es un equilibrio que se logra con la construcción de la trama, y lo que había que evitar era que se desviara hacia otras preocupaciones irrelevantes”. La idea, resume, es casi paradójica: tenemos claro que aquello que pasó, pasó, pero no sabemos del todo cómo fue.
El desafío, para Bruzzone, es contar esos sucesos mínimos en la vida de ese hijo de desaparecidos que no es el hijo que socialmente se conoce. El escritor no fue militante, ni tuvo vinculación con la agrupación H.I.J.O.S, pero conoció gente ligada a organismo de derechos humanos. “De mi familia fui el que más curiosidad tuvo a la hora de investigar sobre mis padres, pero al tiempo tomé conciencia de que era imposible saber demasiado. Mi familia paterna es de San Luis, la siento alejada, ellos siguieron militando en el Partido Obrero, aunque en el caso de mi familia materna, que eran peronistas y estaban más cerca mío, cortaron todo tipo de militancia. Encontré un gran incentivo en la escritura para rearmarme esos pedazos que andaban sueltos”, dijo.
Según el autor de Los topos, hay muchos “hijos” distintos. “Están los que militan y los que nunca se han acercado a la política y no han querido saber nada sobre su pasado –enfatizó-. La figura pública más reconocida es la del hijo militante, me parece bien que sea así, que esté presente en el imaginario colectivo, pero eso no quita que haya otras experiencias ricas. En la historia hay matices, no todo es blanco ni negro. La ficción permite olvidarse un poco de los hechos y jugar libremente con ellos”.
Para Bruzzone, en los últimos años hubo un cambio: los traumas colectivos empezaron a ser abordados por los géneros literarios de forma inesperada. Los ´70 no son la excepción. “Hay que volver sobre el pasado pero desde otro lugar. Correrse de los lugares sabidos y consagrados. Es la forma de que la historia y las personas sigan vivas, tanto las que participaron como las que no. Lo que más interesa es aquello que pueda tener varias patas: me pienso en ese lugar. Un eje puede ser un hijo desaparecido, pero es conveniente correrse, que los personajes transiten por otros elementos. El terrorista, la novela de Daniel Guebel me pareció genial, porque narra las transformaciones generacionales que tienen los personajes a partir de vivir en diferentes épocas, con distintas preocupaciones. También Los rubios, la película de Albertina Carri y el cuento “Mazinger Z contra la dictadura militar”, de Iván Moiseeff, que recoge una visión infantil de la lucha contra la dictadura. Los relatos sobre los ´70 no están agotados. Hay que cuestionar los caminos convencionales y ver qué va apareciendo”, concluyó.