Elsa Sánchez de Oesterheld tomó en sus manos la tarea de reconstruir su familia, que había sido arrasada por la última dictadura. En un año y medio fueron secuestrados y desaparecidos su marido, Héctor Oesterheld, y las cuatro hijas que tuvo con él, varias de ellas embarazadas.
Unas treinta personas formaban el cortejo fúnebre que ayer por la tarde avanzó por los pasillos internos del cementerio de La Chacarita, llevando desde la capilla precaria hasta el crematorio el cuerpo de Elsa Sánchez de Oesterheld. La ceremonia había sido íntima y algo fugaz: apenas las últimas palabras del cura, la bendición a sus deudos y al pañuelo de Abuelas de Plaza de Mayo, que reposaba sobre el cajón en lugar de las coronas, y el abrazo final de Martín Mórtola y Fernando Araldi, sus dos nietos, lo único que le dejó la dictadura. Entre quienes la despidieron, había Abuelas –Buscarita Roa, Delia Giovanola, Aida Kancepolsky-, nietos –Miguel “Tano” Santucho, Horacio Pietragalla, Manuel Goncálvez, Eduardo “Wado” De Pedro, “Charly” Pisoni, Lorena Battistiol-, los abogados y otros compañeros de Abuelas. También se lo vio al escritor Juan Sasturain. Al llegar al crematorio, alguien gritó por los 30.000 desaparecidos. Todos dijeron “Presente”. Un puñado de esos ausentes, son los secuestrados en su familia: sus cuatro hijas, su compañero Héctor Oesterheld, sus yernos y dos nietos que aún no conocen su verdadera identidad.
Elsa murió el sábado a las siete de la tarde, después de una larga enfermedad que la había ido apagando. “Fue una mujer marcada por el dolor, pero también por la fortaleza para seguir adelante. El Ejército se llevó a siete miembros de su familia y le robó a dos de sus nietos nacidos en cautiverio. Ella supo transformar todo ese sufrimiento en amor para -junto a sus compañeras- buscar a los nietos apropiados en dictadura”, dijeron sus compañeras en el comunicado de Abuelas de Plaza de Mayo.
Su esposo Héctor Oesterheld, autor de obras como la saga del El Eternauta, Ernie Pike y Mort Cinder, entre otros, fue capturado por efectivos del Ejército en abril de 1977 y trasladado a Campo de Mayo. Sobrevivientes de los centros clandestinos de detención aseguran haberlo visto con vida en el centro clandestino de detención de El Vesubio, y una de las hipótesis es que lo asesinaron en la localidad de Mercedes. La primera en caer había sido Beatriz, en San Isidro, en junio de 1976. Unos días antes, Elsa se encontró en una confitería de Martínez y le dijo que se retiraba de la militancia. “Cuando salí, estuve dos horas y media que el corazón me saltaba de alegría. Mi preocupación era la vida de ellas, nada más. Lo demás, la política, me importaba un pito. Quería que salieran de ese infierno”, contó Elsa en una entrevista en 2007. La semana siguiente la llamó un comisario de Virreyes y le dijo que había que identificar el cuerpo de tres chicos y dos chicas. Una de ellas era Beatriz.
Ese mes, Elsa supo por los diarios que otra de sus hijas, Diana, había sido asesinada en Tucumán. Tenía 23 años y un embarazo de seis meses. Al compañero de ella, Raúl Araldi, lo mataron en agosto. Fernando, hijo de ambos, fue localizado por los abuelos paternos.
De la muerte de sus otras dos hijas supo el 14 de diciembre de 1977. Estela se cruzó toda la ciudad para ver a una amiga de su madre. “Habíamos decidido no vernos más porque nos dimos cuenta que yo era el señuelo”, dijo Elsa en esa entrevista. Martín, el hijo de Estela, había quedado en la casa con otro matrimonio pero esa casa fue allanada. A Martin, su nieto de tres años, se lo llevaron los represores. Cuando la asesinaron, Estela volvía de despachar una carta donde contaba a su madre: “Mamita, Marina hace un mes que no está con nosotros”. Marina tenía 18 años y un embarazo de ocho meses. “Y ahí se acabó todo. En el término de un año me quedé sin ninguna de mis hijas”, relató Elsa.
Un tiempo después, cuando el reclamo masivo en Europa por la aparición de Oesterheld visibilizó su caso, la llamaron las Abuelas. “Recibí el llamado de Chicha Mariani, que entonces presidía la institución, y me dijo que fuera”, contó Elsa.
Chicha recordó el episodio en diálogo con Infojus Noticias: “Cuando ella llegó con la foto de sus cuatro hijas -bellas, sonrientes, hermosísimas- y contó qué había pasado no pude evitar ponerme a llorar. Era una mujer muy hermosa, de aspecto sereno, que supo soportar semejante desgracia con gran entereza. Tengo un excelente recuerdo de ella”.
En octubre de 2010, en la feria del libro de Frankfurt, Elsa Sánchez fue homenajeada por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ante 70 escritores argentinos que habían llegado a Alemania. “Ella, que perdió a su marido y a sus cuatro hijos por la dictadura, representa a los escritores argentinos que sufrieron durante uno de los peores momentos que vivió la Argentina”, dijo Cristina.
En marzo de 2011, varias Abuelas viajaron a París a recibir el Premio Félix Houphouet-Boigny 2010 de Fomento de la Paz que entrega la Unesco. Fue uno de los últimos viajes de Elsa, que estuvo acompañada por su nieto Fernando Araldi. Después se quedó sin fuerzas
En el final de aquella entrevista ocho años atrás en la Casa de las Abuelas, su propia casa, Elsa dejó claro para la posteridad cuál había sido su fuerza, a pesar de la desaparición de sus hijas, un compañero, yernos y nietos. “Yo soy una persona que juré que no me iban a aplastar. Y que yo iba a recuperar lo que me había quedado. Y hoy lo puedo decir con gran satisfacción, no orgullo porque en estas cosas no puede existir el orgullo, pero sí de haber tenido la dicha enorme de poder mantenerme en pie. Yo pienso que hoy, después de cincuenta años, la obra de mi marido sigue en pie; mis nietos son dos personas sanas de cuerpo y alma, con sus futuros encaminados, para sentirse orgullosa. Mi familia renació. Es chiquitita, de varones, una cosa nueva para mí, que ya tienen sus compañeras, y tengo un bisnieto maravilloso, de once años. ¿Y qué más puedo pedir? Morir tranquila”.
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