Es José Santos Chiófalo, uno de los miembros de Los Trovadores de Cuyo, una banda con 80 años de historia. Los primeros días de mayo quedó demorado en el aeropuerto, antes de partir a Colombia. Después fue detenido por la sospecha de haber cometido delitos de lesa humanidad.
Los Trovadores de Cuyo, una banda folklórica con 80 años de historia, se disponían a abordar un avión rumbo a Bogotá. En Colombia, un país donde son muy queridos, los esperaba una gira de un mes coronada con una actuación junto al cantante Juanes en un gran festival internacional. Pero un giro repentino trastocó los planes: José Santos Chiófalo, uno de los guitarristas de la formación, quedó demorado en el aeropuerto y cinco días después fue detenido por la sospecha de haber cometido delitos de lesa humanidad.
Ese sábado, Gendarmería lo trasladó a la Unidad 32, una pequeña cárcel dentro de los tribunales federales donde pasó unas horas. Allí supo que en octubre de 2013 el juez federal Walter Bento le había dictado una orden de prohibición de salir del país, pero unas horas después, sin decirle demasiado, lo dejaron ir.
El lunes 5 de mayo se presentó de nuevo con su abogado, Javier Pereyra. Llevó el documento, fotocopia de los pasajes y del contrato de actuación: sus compañeros lo esperaban en el país cafetero para empezar a tocar. El juez le dijo que el expediente que lo involucraba estaba en la Cámara de Apelaciones. Esa misma noche, llegó la resolución de Cámara que concluía que había pruebas suficientes para imputarlo por delitos de lesa humanidad, y le ordenaba al juez Bento, que en octubre de 2013 se había negado, a librar una orden de detención.
Gendarmería lo fue a buscar a su casa, en Guaymallén, y se lo llevaron sin brusquedad. Al día siguiente se sentó con su abogado frente al juez. Aunque no vio el expediente, el magistrado les explicó que cinco hombres que habían estado secuestrados en la IV Brigada Aérea, donde funcionó un centro clandestino, habían dicho que los celadores eran miembros de la Banda Militar. Dos entre esos cinco, precisaron nombres y apellidos, y sus legajos determinaron que eran de la banda. Esa que Chiófalo había dirigido hasta 1986, un año antes de ingresar a Los Trovadores de Cuyo.
El militar y el músico
José Santos Chiófalo eligió la música antes que la milicia. Tocaba en su Mendoza natal desde muy chico. Cuando egresó del Liceo Militar, su padre, un italiano que había llegado al país con las primeras oleadas migratorias, le dio a elegir: estudiar o trabajar. Chiófalo, que tocaba la trompeta y la guitarra, se presentó a una de las convocatorias para la banda militar de la Fuerza Aérea, pero su pasión estaba lejos de los duros compases marciales: en la década del 60 había integrado un grupo que se llamaba “Los Miller”, que tocaba en las boîtes mendocinas con la impronta fuerte del jazz negro.
-Se levantaba a las 8 de la mañana, nos hacia el desayuno y a las dos de la tarde estaba almorzando y ya se quedaba con nosotros- dijo en diálogo con Infojus Noticias José Chiófalo, el mayor de los tres hijos del guitarrista y reconocido director de teatro. Con sus 52 años, sigue aturdido desde la detención de su padre.
-Se supone que la familia de los militares son de derecha. En mi casa jamás fue así. Siempre se respiró guitarreada, jazz, asado y vino con amigos.
-¿Qué se acuerdas que él decía en tu casa en la época de la dictadura?-preguntó esta agencia.
-Puteaba porque a los músicos se los ocupaban para la cocina, para los aviones. No todos los milicos estaban de acuerdo con lo que pasaba. Mi viejo cero política: él era músico. Terminaba de comer y se ponía a tocar la guitarra.
-¿Alguna vez les habló de secuestrados, de centros clandestinos?
-No, jamás. Me decá que llevara el documento, que tuviera cuidado. Yo mismo iba a las marchas, milité en la universidad, y mi viejo nunca me dijo no lo hagas. Yo sé quién es Menéndez, quién es Camps, quiénes son los que asesinaron y torturaron en este país.
Cuando se jubiló de la Fuerza, en 1986, a Chiófalo lo convocaron para tocar vientos en la sinfónica de Mendoza, pero después de meditarlo un poco decidió que su futuro inmediato estaba en otro lugar. Junto a su hermano Orlando y una nueva camada -Sergio Santi, Omar Rodríguez y Cristian Frete- reeditaron la agrupación que hacía tonadas y ritmos folklóricos “creados para rescatar los valores históricos, temas religiosos, populares, amorosos y de costumbres y paisajes cuyanos”.
Los Trovadoreshabían sido fundados por el poeta y cantante Hilario Cuadros en la década del ‘30, y hasta el propio Atahualpa Yupanqui había pasado por su formación. Ahora contaban con la aprobación de la viuda de Hilario Cuadros para continuar con el mismo nombre. Al repertorio tradicional le sumaban ritmos de otros países latinoamericanos: pasillos colombianos, bambucos o cieguitos.
-Mi viejo está con cara de sopa, no entiende nada -insiste su hijo-. Está medicado y en la cárcel se le están yendo jirones de su vida.
Después cuenta que todos los fines de semana iban a comer un asado en la montaña. Insiste en que era un músico. “¿Vos te crees que un director de banda iba a conocer las cagadas que estaban haciendo?”, concluye.
El papel de la aviación
Los tres días siguientes a la detención de Chiófalo, la Gendarmería detuvo a otras once personas, todas vinculadas a la Fuerza Aérea, y a dos policías provinciales que manejaban comisarías que estaban bajo el control operacional del arma.
A partir de la detención del músico y de la reacción de la prensa, el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (Medh) de Mendoza elaboró un documento con el esquema represivo de la provincia, en el que la Fuerza Aérea tuvo un papel decisivo. “La posición de no saber nada, no haber oído nada, no conocer que hubo una lucha antisubversiva de su arma, su unidad, su condición de integrante de una institución militar, es pueril y peca de creer en una excesiva ignorancia de los jueces”, dice el paper. “Como mensaje a un sector desprevenido de la ciudadanía, causa un impacto cuyo efecto y duración están condenados a ser breves”, agrega.
En 1976, en el edificio de la IV Brigada Aérea se acondicionó una sala donde fueron a parar 14 presos clandestinos luego de haber sido secuestrados de sus casas. Ahí se los torturó con picana eléctrica, submarino seco y mojado, y se los sometió a golpizas memorables. Ninguno de ellos fue asesinado o desaparecido y todos, después de un cautiverio ruinoso, recuperaron la libertad. Ninguno de los cinco sobrevivientes que dijeron que los miembros de la banda eran los vigiladores, vio personalmente a Chiófalo.
En la fiscalía federal investigaron la estructura y el rol de la aviación durante la represión ilegal en Mendoza. Se dividían en tres áreas. La de inteligencia, que diseñaba todos los secuestros clandestinos; el área operativa, donde operaba el Grupo Base 4, que a su vez contenía al Escuadrón Tropa: la mayoría de los detenidos de la semana pasada integraron estas dos estructuras. Dentro del Escuadrón Tropa estaba la Banda de Música, además de la Compañías de las Policía Militar, de Defensa y de Servicios.
A Chiófalo se lo imputó de privación ilegal de la libertad -por 3 hechos-, agravada por mediar violencias y amenazas, y por haber durado más de un mes –en 11 hechos más, lesiones graves agravadas en 1 hecho, tormentos agravados en los 14 casos, y por asociación ilícita en calidad de jefe u organizador. Todos los delitos como autor mediato: aunque nadie lo vio en el centro clandestino, para el fiscal Vega, como director de la formación musical no podía ignorar que sus hombres vigilaban a los detenidos clandestinos. Pereyra, el abogado de Chiófalo, piensa otra cosa:
-Él era director de la banda, pero el director musical, no el superior de sus compañeros de banda- dice Javier Pereyra, su abogado.
Una fuente calificada de la investigación responde:
-Si hubiera habido una situación de doble comando se habría tenido en cuenta. El estadío de la investigación es prematuro, con el avance puede cambiar, pero por ahora las pruebas en el expediente van en el sentido contrario.