“Una muchacha muy bella”, de Julián López, recrea los momentos compartidos de un niño con su madre antes de que fuera secuestrada y desaparecida por los militares. A diferencia de otras obras que exploran la infancia y el terrorismo de Estado, esta novela no es estrictamente autobiográfica sino que imagina la vida militante puertas adentro.
La muchacha muy bella no es cualquier muchacha: es la mamá de un niño que fue secuestrada por la dictadura cívico militar. El narrador es el adulto que registra esos años de infancia bajo una realidad ineludible: vivir en la orfandad. Pero el desamparo no es solamente un hecho desgraciado. “Una muchacha muy bella”, la primera novela de Julián López, reconstruye los momentos vividos entre madre e hijo antes del secuestro. Son escenas de intensa intimidad, de detalles únicos y reveladores: revolotear en su pollera, jugar al dígalo con mímico, comer chocolates “Jack” y chupetines “Topolinos”, pasear por el Jardín Botánico. Una suerte de paraíso perdido.
Los recuerdos del narrador se alimentan de los recuerdos del propio López. El escrito perdió a su madre cuando tenía diez años y esto es una marca indeleble que definió una identidad. “A mí me determinó la vida no tener a mi madre. En cada etapa de mi crecimiento repercutió de diferente manera, pero estuvo conmigo siempre. Me interesó que la novela recupere esos pequeños hechos de ese mundo compartido entre madre e hijo, y cómo él se encuentra con un mundo roto cuando ella desaparece. Si pienso en la muerte de mi mamá, fue una muerte civil. Quizás para un hijo que perdió a su madre por el terrorismo de Estado se agrega una dimensión adicional. Hay otros hijos que vivieron la misma experiencia y en la construcción de la memoria de un país hay un reconocimiento colectivo”, dijo el escritor en diálogo con Infojus Noticias.
Julián López nació en 1965 en Buenos Aires. En 2004 publicó su primer poemario, “Bienamado”, por la editorial Carne Argentina. “Una muchacha muy bella” (2013), su primera novela, no es un texto autobiográfico, aunque trabaje con elementos personales. A López hay quienes le preguntan por qué escribió sobre los ´70 sin haber vivido una experiencia directa con el terrorismo de Estado. Es que, en general, la literatura sobre aquella época suele estar asociada a un relato biográfico. En la delgada línea entre la ficción y la realidad, la biografía y la invención, aparecen narraciones como “Los topos” (2008), de Félix Bruzzone, “La casa de los conejos (2008), de Laura Alcoba y “Diario de una princesa montonera” (2012), de Mariana Eva Pérez, entre otros. Sin embargo, hay dos textos que dialogan directamente con “Una muchacha muy bella”. Son “Pequeños combatientes” (2013), de Raquel Robles y “¿Quién te creés que sos?” (2013), de Ángela Urondo, que ponen en primer plano y en singular la experiencia de los niños y las niñas durante la dictadura. De cómo fue crecer en esa época oscura y opresiva. Todos narradores de entre 30 y 50 años.
“En mi caso juego con la idea de lo autobiográfico y me gustó explorar esos límites: quería experimentar con las nociones de verdad y mentira, realidad y ficción dentro del relato”, enfatizó López. Preguntado sobre si leyó algo de la literatura sobre los ´70, sólo reconoció algunas fuentes teóricas, como los libros de Pilar Calveiro y “Traiciones”, de Ana Longoni. “Me cuidé de no ver tantos materiales, no vi películas ni leí novelas sobre el tema, porque en general fueron hechas por hijos directos”, respondió.
Para López, sin embargo, el origen de la novela no se dio tanto por inquietud generacional sino, más bien, por una suerte de arrebato literario. “Fui asaltado por la novela”, dijo y profundizó: “No tenía pensado escribir a priori una memoria de infancia. Hace años tenía ganas de hablar del tema, era hegemónico en mi vida. Nací en el ´65, la dictadura se impuso en mi vida, participé de marchas para que vuelva la democracia. Eso siempre estuvo presente. El discurso de la memoria me generó cosas muy nobles, como la necesidad de justicia y la necesidad de construir una memoria colectiva”.
Este último punto, según el escritor, es paradójico: hay que crear, dice, una memoria colectiva pero también el impulso de salir de ella. “Deberíamos preguntarnos todo el tiempo sobre qué es la memoria. En Argentina tuvimos un Estado que te arrasó y ahora te recompone”, dijo.
Repensar los ´70
En el comienzo de la novela, el narrador dice: “Mi madre era una muchacha bella. Tenía la piel pálida y opaca, hasta podría aventurarme a decir que azulina, un destello que la hacía única y de una aristocracia natural, lejana de toda trivialidad mundana. Tenía el pelo negro; claro, ya dije que era una muchacha bella, lacio pero pesado y con un diseño de cabellera como no creo haber visto (…)”.
Y continúa: “Mi madre era una muchacha bella y voluptuosamente delicada; aun cuando pasáramos la vida que vivimos en una casi absoluta soledad, tenía un modo extraordinariamente sensual de ser para sí y, claro, ahí estaba yo con mis siete años, también para mí”.
La casa de “Una muchacha muy bella” está inventada. “Es claramente una ficción”, añade López y allí, en ese departamento de dos ambientes con una cocina luminosa que daba al pulmón de un edificio modesto “pero sofisticado, esas construcciones de los 50, de no más de tres pisos sin ascensor”, ocurre un vínculo particular: el de un niño con su madre. “Es una relación humanitaria y universal más allá de la época: cómo se relaciona una madre con su hijo y viceversa. Porque, pese a que son muy unidos, hay mucha soledad en los personajes, que están acorralados por el Estado. Quise contar la parte de adentro de esta gente, las minucias, que es también una cosa muy política pero a partir del alejamiento de los discursos políticos clásicos. Me interesaba ver cómo vivían adentro del departamento”, explicó y la novela pone el eje en ese universo de vida cotidiana, casi endogámico - a no ser por la presencia intermitente de personajes como la vecina Elvira, una mujer anticuada que suele cuidar al niño- , lejos de las actividades políticas de la madre, creando climas, sensaciones y pensamientos -por ejemplo, lo rara que empezó a estar su mamá cuando acechaba el peligro de un mundo amenazante- que son percibidos desde los recuerdos de un niño solitario, inteligente, asustadizo y enamorado.
La madre es una madre militante (“aparecen las contradicciones de una madre que está excedida”, confío López), que como dijo María Moreno en la contratapa del libro, es contada por su hijo con todos los detalles que la madre “no podría narrar en un campo de concentración ni en los tribunales –a la picana no le interesa Titanes en el ring ni cómo se hace un traje de extraterrestre; esos datos suelen ser irrelevantes para los jueces-: el testigo- narrador no recuerda para evocar la vida de una víctima sino para hacer existir a su madre bajo la luz de su mirada amorosa, con la precisión de sus metáforas, la misa a las pequeñas cosas”.
En palabras de López, subsiste un gran prejuicio sobre la madre militante. “Hay que salir de la idea de víctima y complejizar los temas. La idea de la víctima excede ese momento particular, es un momento del mundo en el que la realidad se vivía intensamente. Me interesaba poner a madre e hijo en el lugar del disfrute. Los militantes tienen hijos, entiendo que un hijo pueda sentirse menos cuidado, pero hay un mundo compartido que también existe y merece ser contado”, explicó.
Los ´70, según el escritor, es una época que aún no ha sido repensada. “Me resulta una temática muy compleja. Respeto a los militantes pero no desprecio a los que no lo son. Y hay un discurso del militante muy cargado de prejuicios que conlleva una mirada sobre el no militante como un bobo y, en algunos casos, como un colaboracionista. A veces, me imagino en esa época y me pienso como un militante. Otras me pienso alejado de toda idea de violencia. El otro día un amigo me contó que cazaba en esa época y me mostró la foto de un zorro muerto como algo natural. La muerte estaba a la vuelta de la esquina”, dijo.