Fue una de las masacres más trágicas de la última dictadura, pero no es muy conocida: el secuestro de ocho personas entre el 12 y el 14 de abril de 1976, en Lanús. Siete de ellos fueron asesinados, todos del mismo modo: dos disparos en el torso y uno en la cabeza. Uno sigue desaparecido. La mayoría militaba en la Tendencia Revolucionaria y participaban de Montoneros. Ulises Roldán tenía 5 años y vio cómo se llevaban a sus padres. Lo que vio no se lo olvida y lo que no vio se tomó el trabajo de investigarlo.
Conocí a Miguel Ángel pero no puedo recordar su rostro. Ahora lo veo en una foto y no puedo decir que lo reconozco. Yo tenía cinco años y Miguel Ángel trabajaba en la distribuidora de libros de mi padre. Sé que mi padre solía llevarlo a su casa, que yo estuve en el asiento de atrás del auto un par de veces, que aquellos viajes solíamos charlar, aunque mentiría si dijera que recuerdo de qué hablábamos. Después supe que Miguel Ángel había desaparecido durante la última dictadura. No hace demasiado tiempo supe más cosas: que el apellido de Miguel Ángel era Roldán, que luego se supo que fue asesinado de un tiro en la nuca, que tenía un hermano mayor llamado Fernando, que también fue desaparecido y asesinado y que los dos padecieron la “Noche negra de Escalada”, una masacre que tuvo hasta hoy poca prensa: siete personas asesinadas de un tiro en la nuca y una octava de la cual no hubo más noticias. Ulises Roldán estaba ahí cuando se llevaron a sus padres y a sus tíos. Ulises tenía cinco años entonces y ahora tiene 44: lo que vio no se lo olvida y lo que no vio se tomó el trabajo de investigarlo.
Ulises logró establecer que los ocho eran compañeros de militancia, y que todos ellos fueron desaparecidos en un procedimiento que se llevó a cabo entre el 12 y el 14 de abril de 1976. El 12, en Lanús, fue secuestrado Hugo Goyeneche, que militaba en dos unidades básicas: la Leopoldo Marechal, de Remedios de Escalada, y la 59, que estaba a pocas cuadras. Entre la noche del 13 y la madrugada del 14 desaparecieron Hugo Alberto Goyeneche, Julia Rosa Dublansky; Carlos Alberto Gil; Nélida del Valle Santervaz; Fernando Roldán y Aída Cecilia Rodríguez (los padres de Ulises); Miguel Ángel Roldán y María Rita Giordano (los tíos de Ulises). Las dos familias Roldán vivían en Magallanes 1748, donde además funcionaba clandestinamente la unidad báscia Marechal.
Siete de los ocho secuestrados (todos menos Goyeneche) fueron trasladados a Moreno. Algunos, se sabe, pasaron antes por comisarías de la zona. Los llevaron en transportes del Ejército a la zona de El Manantial, cerca del dique Cascallares. Allí fueron asesinados, todos del mismo modo: dos disparos en el torso y uno en la cabeza. Un vecino de la zona vio llegar los transportes militares y escuchó los tiros. Pusieron los cuerpos en fila, los embolsaron, un médico labró actas NN, los llevaron a la morgue de Moreno. Allí estuvieron hasta octubre de 1976, cuando la familia Roldán fue notificada de la aparición de los cuerpos.
-Estuve despierto durante todo el procedimiento. Hasta que empecé a investigar tenía imágenes en la cabeza, como fotos. Después me fui armando la película. Una de las imágenes es que mi hermano y yo dormíamos en una cama de una plaza, juntos. Dormíamos cruzados, mi cabeza con los pies de él y su cabeza con mis pies. Recuerdo estar con la cabeza levantada, mirando hacia la cama de mamá y papá y verlos a ellos sentados, con las manos en la espalda y la cabeza tapada. A los pies de mi cama, un militar vestido de militar, con armas largas, mirándome. Otra de las imágenes que tengo era un comedor grande que teníamos como mobiliario: esas sillas de jardín, de alambre, y al lado una heladera Siam abierta y el piso lleno de papeles, de libros. La tercera imagen que tengo es mi primito Homero en la cuna, solo. La cuarta imagen es una habitación oscura y una cortina larga, color ocre.
En el año 2008, Ulises se encontró con una mujer llamada Dora, la vecina de enfrente, la persona que lo rescató.
-Ahora debe tener unos 80 años. Por hablar con ella me fue volviendo la historia. Esa noche me despierto por los ruidos: tiraron la puerta abajo. En el dormitorio había dos militares. El que estaba al lado de la cama de mi viejo tenía su guitarra criolla en la mano. El otro nos miraba a nosotros. Después de revolver todo se lo llevan al comedor. Y después, cuando se van, mis viejos no estaban más. Me levanto y empiezo a mirar, todo revuelto, todo dado vuelta. Hay un pasillito que conecta al fondo, con una pieza donde vivían mis tíos Miguel y Rita y mi primito Homero, que en ese momento tenía un año. Lo despierto a mi hermano Diego, que estaba durmiendo –gracias a Dios él no vio nada– lo siento en la mesa donde nos sentábamos a comer, uno al lado del otro. Dora dice que cuando llegó lo vio abrazado a mí. Yo no lo recuerdo, pero no tiene por qué mentir. Dora nos llevó a su casa, había unas cortinas enormes que venían del techo al piso. Entre la cama de Dora y la ventana nos acostamos mi hermano y yo. Al rato, trajeron a mi primo.
Miguel Ángel Roldán y María Rita Giordano, los tíos de Ulises.
Mientras desgrabo la entrevista a Ulises, suena el teléfono. Es Abel, mi hermano mayor. Nos ponemos al día, le cuento sobre qué estoy escribiendo. Abel conoció a los Roldán (su esposa es prima hermana de Cecilia, la madre de Ulises) y me dice algo que Ulises no me contó, tal vez porque no lo sabía.
-Los milicos pensaban llevarse también a los pibes de la casa, pero los vecinos se pusieron firmes y les exigieron que los dejaran donde estaban.
A través de Dora, Ulises supo que a la mañana siguiente, cuando se despertó, miró hacia afuera y vio la puerta de su casa, abierta de par en par. Entonces le dijo que quería cruzar para ir a buscar las zapatillas, porque si no se las ponía, su mamá se iba a enojar. Dora no supo qué decirle. Luego llegaron unos compañeros de la Facultad de su padre en un Citroën y los distribuyeron: Ulises y Diego, su hermano menor, fueron a la casa de sus abuelos maternos; Homero, el hijo de Miguel Ángel, fue con sus abuelos paternos. Durante varios meses, un tipo petiso, rechoncho, canoso y con una verruga en la cara que se hacía llamar “comisario Enrique Pino” frecuentó la nueva casa de Ulises.
-Le decía a mi abuela que se despreocupara, que la “Gorda”, como le decían a mi mamá, estaba bien, que había perdido algunos kilos porque la alimentación no era la misma, que hacía falta plata para mantenerla. Mis abuelos vendieron todo lo que tenían, joyas, oro, para darle plata, hasta que el tipo no vino más. Luego aparecieron los restos. Estuve con un grupo de abogados de Moreno que se dedica a buscar genocidas y cómplices y buscamos a este hombre, y no aparece: la conclusión es que “Enrique Pino” era un seudónimo.
Seis de los ocho desaparecidos durante la Noche negra de Escalada integraban la llamada Tendencia Revolucionaria del peronismo y participaban de Montoneros. Rita Giordano y Cecilia Rodríguez no tenían militancia política alguna: las secuestraron por el solo hecho de ser las compañeras de dos militantes. Pese a su dimensión, esta masacre es bastante poco conocida en relación con otras de la dictadura. ¿Quiénes hicieron desaparecer a estos ocho jóvenes? De acuerdo con el organigrama de la represión, la zona estaba bajo la jurisdicción del 1er cuerpo de Ejército, a cargo del entonces general Carlos Guillermo Suárez Mason. El intendente de Lanús era Manuel Quindimil. Luego del golpe del 24 de marzo, la dictadura no se mostró demasiado apurada en reemplazar al dirigente peronista. Quindimil tampoco se mostró demasiado apurado por abandonar su cargo. Fue el primer intendente de la dictadura en Lanús, el que ejerció el cargo durante la Noche negra de Escalada.
-Había un hermano de mi abuela paterna, o sea un tío de mi viejo y de mi tío, que se llamaba Miguel Ángel Deruvo: militaba en el gremio de la carne y era muy amigo de Manolo Quindimil. Digamos que Manolo sabía quiénes eran mi viejo y mi tío y sabía que ambos estaban en la Tendencia, en Montoneros. Los hermanos de mi abuela son todos peronistas de derecha. Yo no creo que hayan hecho la denuncia, pero seguro que no movieron un dedo para salvarlo. Lanús tuvo muchos desaparecidos con Quindimil intendente. Yo no tengo dudas de que por acción u omisión es responsable de la desaparición de mis padres.
Tanto Ulises como yo estamos seguros de que nos conocemos desde hace mucho tiempo, aunque no podamos precisar de dónde. Los dos estamos seguros de que este encuentro en un bar de Lanús, donde me cuenta su historia, no es el primero. Es posible: hay lugares, relaciones y familias que se entrecruzan. Conocí a su tío, Miguel Ángel Roldán, pero no puedo recordar su rostro. Hace años que siento que me hace falta vencer esa imposibilidad, evitar que Miguel Ángel desaparezca del todo de mi memoria. Tal vez escribir esto sea mi modo de intentarlo. Actualmente, en la casa de Magallanes 1748, Remedios de Escalada, hay una nueva unidad básica. Se llama Leopoldo Marechal, igual que la de los 70. Allí milita Ulises Roldán.
DR/RA