Mientras esperan el resultado de la apelación de la condena, Infojus entrevistó a Ailén y Marina Jara en su casa de Paso del Rey, Moreno. La causa de las hermanas cuestiona directamente a la Justicia. ¿Sus agentes tienen formación suficiente en violencia contra las mujeres? ¿Cómo contempla los cruces de pobreza, género y violencia?
Ailén Jara tuvo en su vida dos encuentros importantes con el Estado. En el primero estaba a punto de dar a luz a Dylan en el hospital de la zona. Las cosas salieron mal. No la atendieron a tiempo. Al bebé le faltó oxígeno, nació con parálisis cerebral y vivió un año y medio. Ahora quiere ser pediatra y no tener más hijos. En su segundo encuentro Ailén terminó presa junto con su hermana Marina, después de defenderse del ataque de un vecino al que todo el barrio vincula con la venta de droga y que contaría con la protección policial de la comisaría de la zona.
Cuando hablan de esa noche Ailén y Marina remontan la historia mucho tiempo atrás. Juan Antonio Leguizamón había comenzado a acosar a Ailén hacía meses. Se paraba en la entrada de la casa, gritaba, se quedaba mirando, reiteraba la amenaza. “Donde te cruce te voy a matar”. Después empezó a enviar mensajes de texto con el celular, brutales y obscenos. “Vino de vuelta y yo salí –aclara Marina– y le dije: no vengas a faltar el respeto a mi casa. El dijo ‘ah, ¿me estás echando? Se van a querer matar’”.
Leguizamón volvió a encontrarse con Ailén y Marina el 19 de febrero de 2011 a las 7 de la mañana, ellas volvían de la casa de unos amigos. Él sacó un arma. Ailén se defendió: “ni llegué a pensar en lo que me podría haber pasado”. El hombre disparó, pero la bala no salió. Forcejearon en el piso y pidió ayuda a su hermana. Marina tomó el cuchillo que llevaban en la mochila e hirió a Leguizamón, que estuvo 24 horas hospitalizado. Ailén logró quitarle el revólver. Ella terminó con moretones y mordidas.
Cuando la defensora de oficio pidió a las hermanas que relataran lo ocurrido, cortó el relato del hostigamiento de Leguizamón y pidió ir “al hecho”, como si se tratara de un episodio aislado. Las chicas andaban con el cuchillo a cuestas después de que a una amiga trataran de secuestrarla a la salida de un boliche. En el barrio “siempre hay algún loquito que se te cruza o algún borrachín, son re-degenerados la mayoría”, dicen ellas. La defensora no las ayudó. Pasaron más de dos años encerradas, hasta abril. El Tribunal en lo Criminal N°2 de Mercedes las condenó –esto fue apelado por la defensa de Isidro Encina– y desestimó que el caso fuera producto de la violencia de género. No creyó a las hermanas, ni entendió el contexto de violencia que hace que las muchachas salgan de sus casas con piedras o cuchillos en el bolso. También deja deslizar que las mujeres víctimas de la violencia, para ser consideradas como tales, no deben intentar defenderse. Desconoce estrategias de supervivencia, tretas del débil, y confina la palabra “empoderamiento” a un recurso retórico antes que a una apelación práctica.
Al mismo tiempo, en este encuentro con el poder judicial, la presunta igualdad ante la ley aplana detalles complejos que atraviesan a las víctimas: género, extracción social, educación, datos ambientales, por citar algunos. Respecto del contexto de violencia en los suburbios, el sociólogo Javier Auyero habla de violencias encadenadas: “diferentes formas de violencia se concatenan formando una cadena que conecta (y disuelve las líneas entre) la calle y el hogar, las esferas pública y doméstica”. Las hermanas Jara son testigos de esto: amigos presos, una mamá que sufrió violencia doméstica, miedo al transa del barrio. Sigue Auyero: “…aquellos que crecen en medio de este maremoto de violencia interpersonal y sin poder recurrir a una protección externa, ¿no tendrán que adquirir y dominar técnicas para lesionar al otro si la situación así lo demanda?”.
Mientras esperan noticias sobre la apelación, las hermanas Jara buscan trabajo y terminan el secundario. “Estamos yendo a charlas, a lugares. Siempre nos están llamando para que demos consejos de autodefensa. También estamos en contacto con las compañeras que están allá adentro , para poder desde afuera hacer algo y darles una mano”, dice Ailén. Marina va a una organización de mujeres en Moreno llamada Mumala, donde se dan talleres sobre violencia y machismo. Las organizaciones con las que se encontraron a partir de las distintas violencias que conocieron en sus vidas, las encaminaron en dirección de la organización como respuesta política. Su caso, después de todo, pudo trascender las rejas gracias a organizaciones sociales que las apoyaron desde afuera, acompañaron y permitieron valorizar su palabra hasta ese momento negada.