El taller de fotografía del Centro Educativo Isauro Arancibia inauguró una muestra de fotos en las que se retrata el trabajo hecho durante la primera etapa del año. La búsqueda de una mirada que permita repensarse es el objetivo de los fotógrafos de Cámaras rodantes a cargo del proyecto.
La foto muestra a un hombre con una botella en la mano durmiendo sobre colchones harapientos. Está sucio, en la calle. Hay bolsas, vasos de plástico, un pino de Navidad. Los alumnos y alumnas del taller de fotografía del Isauro Arancibia la miran. Una de las profes les pregunta qué ven. Algunos arriesgan algunas impresiones. Ella vuelve sobre la pregunta, pero puntualiza:
–¿Este hombre está en situación de calle?
Una de las alumnas se acerca a la imagen y contesta que sí, que las manos lo dicen todo. Entonces, la profe propone que se acerquen a leer el pequeño cartel que dice el título de la foto y su autor. “Autorretrato, Carlos Bosch”, leen y enseguida se dan cuenta –porque en el taller trabajaron con autorretratos– que es todo un montaje.
–¿Para qué piensan que puede servir este tipo de fotos? –pregunta otra vez la profesora.
–Para demostrar que todos podemos estar en esa situación –responde uno de los pibes.
La profesora siente que el taller tiene sentido.
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El Centro Educativo Isauro Arancibia está en Paseo Colón 1318, esquina Cochabamba, una zona de San Telmo alejada del estilo pintoresco del corredor turístico. En ese edificio –que hasta hace unos meses atrás corría peligro de ser demolido para el paso del Metrobus– funciona una escuela primaria para adultos con jardín maternal, talleres de oficios y otras actividades pensadas para contener a pibes y pibas que, en su mayoría, viven en la calle.
Bernardo, Rocío y Pancho son tres de los que llevan adelante el taller de fotografía en la escuela. Hace tres años se acercaron con el grupo Cámaras rodantes para sumarse a la trinchera que los docentes y talleristas construyen día a día junto a la directora Susana Reyes. Y a los alumnos que encuentran en ese lugar un espacio en el que se los escucha, en el que se reconocen y trabajan para modificar sus realidades.
Lo que proponen los profes del taller de fotografía va en esa sintonía. Proponen mirar: abrir los ojos y reconocer lo que dibuja la luz y también, lo que hay en la oscuridad. Y para eso salen al sol: van a ver muestras de fotoperiodismo, de fotografía artística; salen a hacer fotos con las pocas cámaras que tienen –ahora planean un viaje fotográfico a San Antonio de Areco–. La falta de material no es un impedimento para hacer, en todo caso un pequeño escollo que se salta con un viaje al origen de la fotografía.
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“Hace jueves nos encontramos/para editar nuestro mirar/Hace jueves que elegimos/como queremos mostrar/El reflejo de nuestra historia,/lo que queremos contar/Hace jueves que venimos/hablando de identidad/Así, a partir de miradas/sonrisas, eternidad/Establecemos la lejanía,/la justa para contemplar/Y acercarnos a donde queremos/reconocernos de verdad./Aquí, soy libertad”.
El texto está pegado en una de las paredes del aula de computación. Al lado, una foto a color con el grupo de alumnos y alumnas de segundo ciclo que pasaron por el taller de fotografía desde principio de año. Es jueves al medio día y en el Isauro se vive un clima diferente: hay vasos con café y alfajores preparados para el brindis. En el pizarrón, al fondo del aula, dice: “Los misteriosos de la luz y la oscuridad”, ese es el título de la muestra de fotos que están a punto de inaugurar. También están los nombres de los autores: Adriana, Corcho, Jhony, Jacky, Germán, Micaela, Rocío, David, Fede, Nancy, Carlitos, Noemí, Felipe. Y otros. Pero ahí, entre ellos, los nombres no importan tanto, se sienten parte de un grupo: todos son los autores de todo.
La voz de dos de los fotógrafos, alternándose línea a línea en el texto pegado en la pared funciona como una especie de corte de cinta simbólico. Hay aplausos. Abrazos. Felicitaciones entre profesores y alumnos. Poemas susurrados al oído (otra actividad del Isauro). Música. Alegría.
–Ahí estoy yo
Noemí señala una de las fotos de la muestra en la que se la ve parada, sonriente. Es blanco y negro y a simple vista se nota que la toma está hecha de una forma especial. Es que es una de las fotos resultado del ejercicio con cámaras estenopeicas. Una vuelta a los orígenes, a la cámara oscura: sin lentes, ni respaldos digitales. Solo una caja con un pequeño orificio (el estenopo) y papel sensible a la luz.
–Para nosotros fue muy especial, algo asombroso ver en un cuartito oscuro como de una caja de té sale una foto –cuenta Noemí. Ellos mismos armaron las cámaras y revelaron cada toma. Siempre con la guía de Bernardo y Rocío.
Un día Rocío la llamó a Noemí y la invitó al cine Gaumont. Noemí cuenta que fue un “regalo hermoso que le dio la profe”. “Pensé que me invitaba al cine, a ver una película”, dice y que la sorpresa fue mayor cuando al entrar se encontró con una muestra de fotografía y en medio de muchas tomas, esa en la que ella sonríe a la cámara de cartón.
En la muestra hay otras fotos tomadas por Noemí. En una se ve a su hijo Lucio, de 12 años, tocando el chelo. “Esa la saqué porque nos llevamos las cámaras para retratar lo que nosotros quisiéramos”, contó. Además de Lucio, Noemí tiene a Felipe, de 24 años, también alumno del Arancibia y del taller de fotos; otro de 25 años y dos nenas que, según sus palabras “están en el cielo”.
Ella nació en Brasil y a los 10 años llegó a la Argentina con su mamá que decidió migrar por trabajo. Acá las cosas no fueron fáciles para ella. No pudo aprender a leer ni a escribir. Vivió en la calle. Hasta que llegó al Arancibia. Ahora –dice–gracias a la escuela está mejor, ella y sus hijos.
–Estoy aprendiendo a leer y a escrbir y a pedir mis derechos –dice mientras acompaña a Infojus Noticias a recorrer la muestra de fotos.
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En la vereda del Arancibia hay un árbol. En la muestra se puede ver una serie de fotos titulada “Cosechar y sembrar recuerdos” en la que se retrata el día en el que decidieron plantarlo. Las manos de los pibes apisonando la tierra. Las hojas verdes, vivas, como símbolo de que a pesar de todo hay algo por delante.
–Lo plantamos para recordar a Robertito –cuenta Fede en medio de la muestra.
Robertito es Roberto Autero, un chico de 16 años que fue asesinado por las balas de un agente de la Policía Metropolitana el 7 de febrero pasado. El Arancibia no olvida a ese chico, no lo olvida y por él piden justicia. Susana, la directora de la escuela, les recuerda a todos que el miércoles que viene irán a Tribunales para pedir que la causa que tiene a Sebastián Torres como imputado avance. Quizás ese día también estén las cámaras del taller para seguir mirando en los pliegues que deja luz en la oscuridad.
JC/LC