Yamila Zabala Rodríguez tenía cuatro años cuando vio cómo unos hombres mataron a tiros a su padre y se llevaron de los pelos a su madre. Hoy, es abogada querellante en delitos de lesa humanidad. Ayer, asistió a la audiencia de la megacausa ESMA en calidad de testigo.
"Era la época de Navidad y veníamos de hacer las compras. Habíamos llegado a la vereda de nuestra casa en Lambaré y Corrientes, Almagro. Me acuerdo que nos cruzaron unos autos y se bajaron unos hombres y asesinaron a mi padre delante de nosotras. También se llevaron a mamá de los pelos. Nos quedamos con mi hermana hasta la noche, en el hall del edificio y alguien nos vino a buscar". La que cuenta esto es Yamila Zabala Rodríguez, que a los 40 años recupera lo que vio cuando era una nena y no sabía el camino que tendría que recorrer para llegar a este, el tercer juicio de la ESMA ante el Tribunal Oral Federal N° 6.
La tarde del 22 de diciembre de 1976 quedó fija en la memoria de Yamila. La recordaría miles de veces. A los cuatro años era la hermana mayor, Jimena tenía apenas dos en el momento en que vieron cómo una patota de la ESMA asesinó a tiros a Miguel Domingo Zabala Rodríguez y se llevó violentamente a su mamá Olga Irma Cañueto, que continúa desaparecida. Hoy Yamila es abogada querellante en delitos de lesa humanidad pero ayer asistió a la audiencia en calidad de testigo.
En el momento del hecho su madre, Olga “Morris”, tenía 27 años, era licenciada en Ciencias de la Educación y militaba en la Juventud Peronista. Miguel “El Colorado” era abogado egresado de la Universidad de La Plata y con 36 años llamaba la atención su trayectoria como militante. En 1969 había estado preso por defender a los militantes de Taco Ralo y en 1973 había asumido como diputado del FREJULI, cargo al que renunció meses más tarde por disidencias con el gobierno. Miguel fue uno de los fundadores del Partido Peronista Auténtico.
Después del asesinato de su papá, las hermanas Zabala Rodríguez fueron llevadas a una comisaría y más tarde al Instituto de Menores Riglos, en la localidad de Moreno. Estuvieron ahí hasta el 11 de marzo de 1977. “No tengo registro de lo que pasó esos tres meses, aunque estará en algún lugar de mi mente”, dijo Yamila al tribunal. No es la primera vez que declara en juicios de lesa humanidad, ya lo hizo en 2009 en la causa donde se juzgó al general Jorge Carlos Olivera Róvere (máxima autoridad militar en Capital Federal en 1976) y a otros cuatro jefes de las diferentes áreas en las que se divídia la ciudad.
De ojos celestes y pelo rubio por los hombros, Yamila a veces habla con voz temblorosa y otras con rapidez, quizás para no olvidarse de algún dato importante. Criada por sus abuelos maternos en Mar del Plata, egresó del mismo colegio al que fue su mamá, el San Vicente, y estudió Derecho como su papá. Hoy es abogada querellante en juicios contra represores. Es una estudiosa de la historia política del pasado reciente. Sabe quiénes fueron sus padres y sus compañeros de militancia, se acuerda detalles, fechas, lugares de fragmentos de la historia de los años ’70 como si los hubiera protagonizado. Por compañeros de militancia, Yamila supo que su mamá estuvo secuestrada en la Escuela de Mecánica de la Armada. Además de sus padres, también está desaparecida su tía Julia, hermana de Miguel. La secuestraron en noviembre de 1978 y testigos la vieron en el centro clandestino Olimpo y después en la ESMA.
Para reconstruir su identidad y la de su familia, a los 23 años Yamila fue a las hemerotecas a buscar información. En los diarios La Nación, La Razón y Clarín encontró noticias con grandes titulares de un supuesto tiroteo donde habían matado a su papá. “En esas crónicas no estábamos presentes mi mamá ni mi hermana ni yo. Inventaron que había habido un tiroteo y yo estaba ahí, no fue así”, dijo.
Cuando promediaba la declaración, Yamila pidió permiso para leer la renuncia de su papá como diputado nacional en septiembre de 1974. El juez Leopoldo Bruglia accedió y la testigo sacó de una bolsa transparente dos carillas con texto mecanografiado. El texto hablaba de la desocupación y el hambre de los chicos del interior, también del pinochetazo que se gestionaba día a día. Por alguna razón, esta renuncia nunca fue transcrita al diario de sesiones del Congreso y Yamila agradeció con lágrimas en los ojos que después de casi 40 años pudiera leerse otra vez en un ámbito público. Mientras tanto, en la pantalla de la sala se mostraba una foto de Olga y Miguel, vestían ropa de invierno y ella tenía un gorrito ruso de color blanco. Están abrazados y sonreían.
Para cerrar su declaración, Yamila contó que nunca hizo terapia y agregó dos anécdotas que señalan lo misterioso que puede resultar el mecanismo de la memoria en las personas. Cuando eran chicas Yamila y su hermana hicieron natación, llegaron a ser muy buenas nadadoras. Su entrenador de entonces le contó años atrás que en cada torneo para anunciar la largada se hacía un disparo al aire y que ella se quedaba paralizada unos segundos hasta que reaccionaba. La segunda historia se la narró hace poco la abuela de Plaza de Mayo, Chiqui Bendini. Le dijo que después del asesinato de Miguel, estaban las dos en la cocina de su casa y con el lenguaje de una nena de cuatro años ella dijo: "mi papá estaba re morido, lleno de tiros". Por alguna razón, Yamila no recuerda ninguna de esas historias.