La mujer contó hoy en el juicio de la ESMA que en 1976 les reveló a un grupo de militares sobre una reunión con una de sus hermanas, militantes de la JP. Pensó que de ese modo la salvaría, pero igual la secuestraron. Ana María tiene dos hermanos desaparecidos y otra que fue asesinada.
Antes de empezar su testimonio, Ana María Cacabelos pidió a los jueces mostrar fotos de su familia. “Para saber de quienes estamos hablando”, dijo. Los rostros de sus padres y de sus tres hermanos empezaron a verse en la pantalla de la sala de audiencias. “No me va a alcanzar la vida para arrepentirme por haberles creído a estos torturadores, asesinos y ladrones de hijos”, declaró hoy Ana María en el juicio por la ESMA. En octubre 1976, les dijo a los militares el lugar y horario donde iba a encontrarse con su hermana Cecilia, que era militante de la JP. “Pensaba que así iba a salvarle la vida”, aseguró. No fue así: Cecilia y otro hermano de sus hermanos, José Antonio, están desaparecidos desde entonces. Su hermana Esperanza, militante montonera, había sido fusilada junto con su esposo Edgardo Salcedo cuatro meses antes.
El megajuicio por los crímenes cometidos en el centro clandestino que funcionó en la Escuela de Mecánica de la Armada comenzó el 28 de noviembre de 2012 y tiene imputados a 68 represores. Por primera vez se juzga a ocho aviadores navales y de la Prefectura, acusados por los vuelos de la muerte en los que se arrojaba prisioneros vivos al Río de la Plata. El juicio, a cargo del Tribunal Oral Federal N°3, tratan los casos de 789 víctimas. Está previsto que dure cerca de dos años y que declaren casi 900 testigos.
Los Cacabelos, de clase media, vivían en la localidad bonaerense de Florida. José Cacabelos era empleado administrativo de la Casa Rosada, y Esperanza de la Flor, maestra. El matrimonio crio a sus cinco hijos: Esperanza María, María Cristina, Ana María, José Antonio y Cecilia en la fe religiosa y en la militancia social, ayudando a los más necesitados. Las hijas más grandes estaban casadas. Esperanza vivía con su marido Edgardo Salcedo y tenían un hijo, Gerardo, de dos años.
José Antonio tenía 18 años y militaba en la Juventud Peronista. El 7 de junio de 1976 salió de su casa para ir a una reunión política. Nunca llegó. La familia se enteró del secuestro por el canillita del puesto de diarios del barrio. Esperanza llamó a Ana María y le pidió que ella y Cecilia, la más chica, tenían que irse de la casa por seguridad. Ana María regresó a los dos días. “No militaba en ningún lado y era más peligroso que estuviera en la calle”, declaró hoy.
La madrugada del 10 de junio tocaron el timbre de la casa: era José Antonio, acompañado por militares vestidos de civil. “Lo trajeron esposado. Uno de ellos le dijo a mi padre que mi hermano era recuperable, pero que mis hermanas no. Y que si las encontraban en la calle iba a correr sangre”. Los uniformados se llevaron a José Antonio, que antes de irse le dijo a Ana María que si se contactaba con Cecilia le dijera que se entregue, porque “iba a ser lo mejor”.
A Esperanza y su marido Edgardo Salcedo los buscaban desde hacía meses. Los dos eran militantes montoneros. El 12 de julio, un grupo de tareas los encontró en un departamento de la calle Oro 2511, en Palermo. Ana María dijo: “La primera foto que vio mi padre del operativo es a mi hermana y a mi cuñado en posición de cruz, muertos uno encima del otro. Para él significó que nadie podía separar lo que Dios había unido. Era un hombre muy religioso”.
Gerardo, que era un bebé, se salvó porque sus padres lo pusieron en una bañera. Después su abuelo materno gestionó con la Marina para recuperarlo. Así, una tía lo rescató del Hospital Fernández. Días antes de la masacre, Esperanza se había reunido con Ana María y le había pedido que si algo llegara a pasarle que sus padres se hagan cargo de Gerardo. “Con la condición de no cambiarle las ideas”, dijo Ana María.
El día del cumpleaños de José Antonio, el 30 de septiembre, la llamaron a Ana María y le dijeron que su hermano quería encontrarse con ella. La pasaron a buscar en un auto por una esquina a diez cuadras de su casa. La bajaron en los terraplenes de Ciudad Universitaria. Ahí se reencontró con su hermano, que estaba esposado y seguía secuestrado. Él le insistió que tenía que entregar a su hermana Cecilia y que él era la garantía de vida. “De saber que era la última vez que lo vería, lo hubiera abrazado”, dijo triste Ana María. Ese encuentro “fue comandado por un tal Juan Carlos, al que decían Garra”. Ana María nunca supo el apellido.
La mujer recordó: “Días después me llamó mi hermana Cecilia y me propuso juntarnos en un bar de Corrientes y Dorrego. Cuando me llamaron los militares, yo les avisé dónde se iba a realizar el encuentro. Había que salvarla a Cecilia. Mis padres ya tenían una hija muerta, y José Antonio era la garantía”. Ana María llegó al bar y lo vio al tal Juan Carlos, que estaba con una señora. Cuando llegó su hermana Cecilia se levantaron todos los militares, que estaban de civil, y las separaron. “Me encapucharon y me llevaron en auto a un lugar que tenía el piso adoquinado. Me hicieron hablar dos veces con mi familia, para que se queden tranquilos”. Ana María contó que permaneció unas cuatro horas sentada en una silla y encapuchada, que pasaron varios hombres y le decían: “¿Sos montonera o del ERP?” o “Ya te vamos a hacer hablar”. También dijo que intentaron manosearla, pero que había alguien de rango superior que no los dejó. Más tarde la soltaron cerca de la estación Colegiales. La habían llevado en auto y a pocos minutos de dejar el lugar, se sacó la capucha unos segundos y reconoció las paredes de piedras de la General Paz y Libertador. Había estado en la ESMA.
Días después José Antonio y Cecilia llamaron por teléfono a la familia. Él le pidió a su madre que se cuidara la salud. Cecilia preguntó cómo estaba su sobrinito. Fue la última vez que hablaron con ellos. Años más tarde, cuando el ex militar de la Marina Adolfo Scilingo habló de los vuelos de la muerte, la madre compró un ramo de flores y lo tiró al Río de la Plata.
En la audiencia de hoy declararon dos testigos más. Dante Romeo testimonió por su detención ilegal el 31 de mayo de 1976 en su casa de Villa Adelina. Romero no era militante y fue traslado a la ESMA, donde lo golpearon y torturaron. Ahí escuchó a su compañero de secundario, Francisco Blatón. Romeo fue dejado en libertad el 6 de junio. Y Dora Cirilo declaró por la desaparición de su marido, Carlos Alberto Pérez, secuestrado el sábado 26 de julio de 1976 en su lugar de trabajo, una imprenta ubicada en la esquina de Cerrito y Sarmiento. Cirilo dijo que su marido era militante de la JP pero que no sabía el lugar físico de militancia. Años después y gracias a otros testimonios Dora supo que su marido había estado en la ESMA.
Detienen a seis represores
Seis acusados por delitos de lesa humanidad cometidos en la ESMA durante la última dictadura fueron detenidos por orden del juez federal Sergio Torres. Se trata de Horacio Luis Ferrari, Miguel Angel Conde, Carlos Mario Castelvi, Néstor Eduardo Tauro, Jorge Luis María Ocaranza y Néstor Carlos Carrillo.
El pedido de detención alcanza a otros tres, que aún no fueron apresados. Los detenidos serán indagados entre hoy y mañana.