La señalización del centro clandestino La Cacha, reunió a sobrevivientes y familiares. Kibo Carlotto, en su doble rol de hermano de Laura, que estuvo secuestrada ahí, y secretario de DDHH bonaerense, dijo: "Ojalá que les den 500 años a cada uno, con prisión efectiva".
Bajo el sol del mediodía, la gente seguía llegando el cruce de la ruta 36 con la calle 52. Bajo la sombra de los árboles, los abrazos y las preguntas iban y venían: ¿Vos estuviste? ¿En qué año? ¿Había muchos compañeros entonces? La señalización del centro clandestino de detención La Cacha -realizada horas antes de que se conozca la sentencia- convocó a sobrevivientes, exdetenidos, padres, hijos, amigos, organizaciones. En total eran más de 150 personas las que se fueron arrimando al cartel que advierte. “A 500 metros de aquí funcionó el centro clandestino de detención La Cacha. Entre ellas estaban el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Kibo Carlotto, -su hermana Laura estuvo secuestrada ahí-, Judith Said, coordinadora de la Red Federal de Sitios, y Matías Moreno, del área de Formación de la Secretaría de DDHH de la Nación.
Los discursos de militantes y funcionarios se improvisaron delante de la cartelera gris que recordará de ahora en más que a metros de esa ruta fueron torturadas cerca de 200 personas. La primera en hablar fue Judith Said. “Esto no puede ser de un solo sector político y partidario. Los convoco a que todos juntos defendamos estas políticas de Memoria, Verdad y Justicia porque es así como vamos a construir el país que soñaron nuestros compañeros”, dijo.
Después tomó la palabra Matías Moreno: “Este presente que de alguna manera hoy nos repara, tiene un pasado. Ese pasado está muy ligado a la lucha de los organismos de derechos humanos, a esas Madres que se juntaron en el año 77 por primera vez, a esas Abuelas que nos demuestran día a día cuál es el camino. A los organismos más jóvenes que nacimos en el fragor de la lucha de los ’90, en la resistencia”, destacó el hijo del abogado laboralista Carlos Moreno, asesinado con la complicidad de la empresa Loma Negra. “Y también sabemos que este presente es gracias a una decisión política, que atraviesa ya al actual gobierno y que pone a los derechos humanos como una filosofía de Estado”, concluyó.
Ramón Baibiene, hoy director provincial de Políticas Reparatorias, recordó a su padres y agradeció a Verónica Bogliano, su abogada durante el juicio. “Porque me convocó a presentarnos como querellantes. Sin ellos hubiera sido difícil llegar acá. No puedo decir que haya sido fácil pero sí que estuvo bueno”.
Sobre el cierre, habló Guido Carlotto, el secretario de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires. Y aunque sea funcionario, no pudo evitar hablar también desde el lugar de hermano de Laura, que pasó nueve meses secuestrada ahí. “Ojalá que les den quinientos años de prisión efectiva a cada uno. No les van a alcanzar los años para condenar el genocidio que se cometió acá”, dijo Carlotto. “Mi sobrino pudo haber nacido ahí”, y señaló con su brazo en la dirección al predio donde sólo quedan los cimientos del chupadero.
El acto estuvo lleno de testigos y sobrevivientes que pasaron por el estrado durante estos nueves meses, y quisieron volver al lugar donde sus vidas se partieron al medio. “Es una sensación muy grata, Hay mucha gente alegre, se celebra la colocación de esta marca, y la sensación es de vida y justicia, sobre todo por ver a tantos conocidos que hemos luchado en estos años”, dijo Mariano Slutzky, hijo de Samuel, un médico desaparecido. Volvió por segunda vez a ver al centro clandestino. La anterior había sido hace dos años, y la experiencia muy distinta. “En esa ocasión me dejó una sensación muy triste. Era un día gris y solamente se veían los restos de La Cacha. Aquella vez fue de muerte y sufrimiento. Pensaba que nos podían contar los árboles de tantos secretos que han guardado. Hoy esa sensación ya no está”, le contó a Infojus Noticias.
También estuvo Julia Pizá, hija de Liliana, que creció de una familia devastada por la dictadura. “Es un día muy particular porque vamos a tener justicia y sentencia después de 37 años de esperar. La justicia es reparadora, y me permite seguir construyendo y seguir materializando estos sueños que tuvieron ellos”, le dijo a esta agencia con la emoción en la voz. Anoche se juntaron a cenar con toda su familia. En la sobremesa, el tema fue la sentencia. “Charlamos sobre cuál puede llegar a ser la pena, y llegamos a la conclusión de que si hay alguna absolución o monto con el que no estamos conformes, no va a importar. Que lo importante es el hecho colectivo, haber llegado hasta acá, después de tantos años de sufrimiento y de lucha”.
Carlotto agradeció a los sobrevivientes que estaban ahí, y llamó a Rubén López, a quien habia visto entre los asistentes. "Quiero resaltar la gravedad de que López haya secuestrado nuevamente en plena democracia. Un rato antes, el hijo del testigo desaparecido había relatado a Infojus Noticias esa “sensación extraña, porque yo vine a representar a mi viejo, y es él quien tendría que estar acá, yo no”. Consideró que era “un día tan importante, donde se marcan dos sitios de Memoria Verdad y Justicia”.
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Adelina de Alaye escuchaba en silencio. Su hijo Carlos había estado secuestrado ahí. Varios se acercaban a Patricia Pérez Cattan, una de las sobrevivientes que más tiempo pasó en La Cacha. Hoy Gonzalo Reggiardo Tolosa, hijo de María Rosa Tolosa -que estuvo secuestrada en La Cacha- pisaba por primera vez el predio vecino a la maternidad de Olmos, donde nació. Ana María Caracoche y su marido Oscar -cuyos hijos fueron recuperados en 1984 y 1985- habían viajado desde Brasil para estar ahí. Mario Cugura, llegó con su prima desde Rawson y también estaba por por primera vez en el centro donde pasó varios meses su mamá, Elisa Cayul. En La Cacha le decían “Rosita” y compartió la habitación de las embarazadas con Laura Carlotto. Tuvo a su quinto hijo días antes que ella. Mario y la familia lo siguen buscando.
A un puñado de ellos se les permitió recorrer brevemente el lugar, que sigue en manos del Servicio Penitenciario Bonaerense. “Quiero ver y saber dónde estuve”, decía Viviana, una sobreviviente que permaneció unos días ahí, encapuchada y engrillada. “Está todo muy cambiado, no sólo el predio”, decía un exmilitante de la JUP y recordaba que antes se llegaba por un sendero de tierra, que escuchaban los ladridos de los perros al llegar y el mugido por las vacas en la noche. Al llegar a los cimientos destrozados del edificio principal, trataban de ubicarse.
-Acá era el baño de hombres. A veces alguno dejaba tirado el diario y así nos enterábamos de algunas noticias.
-Acá estuvimos con un equipo de antropólogos hace unos años. Encontramos una picana y un camastro de tortura.
-¿Y la casilla donde nos torturaban, dónde estaba?
-Allá, debajo de los árboles.