La madre, de nacionalidad argentina, vivía con el niño y su pareja en Bélgica hasta que se escapó de ese país cansada de la violencia machista que padecía. En ese proceso, recibió la ayuda de una casa de acogida para víctimas. Ahora, la Cámara Federal de Mar del Plata rechazó el reclamo del hombre por entender que la revinculación colocaría al menor “ante una situación de riesgo físico o psíquico”.
En una casa para mujeres víctimas de violencia machista de Bélgica, Liliana (este no es su nombre real) escuchó a una persona hablando en español y pidió ayuda. Le contó que era argentina y vivía con un marido marroquí, con el que tenía un hijo. Le explicó que el hombre era alcohólico y la golpeaba. Unos días después, con la ayuda de un grupo de mujeres, Liliana escapó del país llevándose a su hijo. El padre reclamó la restitución del chico pero, esta semana, la Cámara Federal de Mar del Plata rechazó el pedido. Los jueces entendieron que, a pesar de que se trató de un traslado ilegal, la revinculación colocaría al menor “ante una situación de riesgo físico o psíquico”.
La Sala 3 de la Cámara confirmó el fallo de primera instancia, que lleva la firma del juez de Familia N°4 Juan Facundo Dominoni, quien analizó los dichos de la asesora de menores, la declaración del chico en Cámara Gesell, los informes psicológicos y el testimonio de los asistentes sociales que acompañaron a la mujer en Bélgica. El magistrado fundamentó su decisión en la Convención de La Haya que, en su artículo 13, establece que una autoridad judicial o administrativa no está obligada a ordenar la restitución de un menor si esta decisión implica un peligro para él. La decisión judicial pone el foco en el interés superior del niño.
En su declaración en la causa, que tramitó en la justicia marplatense, la mujer contó que conoció a quien sería su esposo en Barcelona y, al poco tiempo, se mudaron juntos. “El primer mes era normal”, relató. Pero las cosas cambiaron. El hombre se volvió “muy violento”, “tomaba mucho, hasta 30 latas de cerveza (por día)” y “fumaba hachís”. También la empezó a alejar de su círculo más cercano: “No me permitía saludar a los demás a la cara porque era una ofensa”.
En 2009, se trasladaron a Bélgica. El hombre consiguió un permiso temporal para permanecer en el país. Una vez vencido el plazo, Liliana –que tenía ciudadanía europea– lo ayudaría a conseguir la residencia. Los primeros meses vivieron mudándose de casa en casa. Después, él le propuso ocupar una vivienda deshabitada. “Me pareció una locura, pero mi estado de desesperación no me dejaba opción: se fue una tarde y regresó a la noche, me dijo que había entrado a esta propiedad forzando una ventana del baño y su cerradura, dejándola preparada para entrar cuando lo necesitáramos. Me encontré ocupando al día siguiente una propiedad ajena como una simple delincuente”, recordó Liliana.
En Bruselas, la violencia se intensificó. Él la insultaba y la humillaba. Las amenazas eran constantes: le decía que le iba a quemar la cara, que la cortaría en pedazos y la metería en una bolsa negra. A veces, la golpeaba hasta hacerla sangrar. Ella le pedía volver a la Argentina, pero el hombre se negaba. La amenazaba con quitarle al hijo y la obligaba a tener relaciones sexuales delante del menor.
Liliana no se animaba a denunciarlo. Vivía en un país en el que no hablaban su idioma y tenía miedo. El 20 de febrero de 2011, cansada de los golpes, se fue con su hijo a “La Maison Maternelle”, una casa de acogida para mujeres víctimas de violencia machista. En el lavadero, escuchó una conversación en español entre dos mujeres. Se acercó a una de ellas y le contó su historia. La mujer la puso en contacto con una chica dominicana que había conseguido que la justicia le dictara una restricción del hogar a su pareja.
Mientras estaba en la casa refugio, Liliana empezó a planear la huida. El 23 de febrero fue hasta la Embajada argentina con una asistente social. “Me transmitió entonces lo relativo a su situación. Me llamaron la atención su aspecto físico demacrado y su estado manifiesto de alteración emocional”, contó el jefe de la Sección Consular, José Beretervide. El hombre le dio 50 euros de su bolsillo y la ayudó a renovar el pasaporte.
En “La Maison Maternelle” le dieron otra ayuda importante. Contactaron a Caritas y a un grupo de mujeres que organizaron una colecta para comprar dos pasajes de avión hacia la Argentina.
Después de una estadía de 15 días en la casa refugio, Liliana volvió a su hogar con los pasajes en la cartera. Su pareja la recibió con una golpiza. Después, buscó un acercamiento: necesitaba que ella le firmara los papeles de la residencia. Liliana le contó que quería viajar con su hijo a la Argentina para visitar a su familia. Él aceptó, como parte de la negociación para conseguir la residencia.
El 7 de marzo, Liliana y Lucas subieron a un avión. Al día siguiente, llegaron a Ezeiza y viajaron hasta Mar del Plata, donde vive la abuela de ella. Unos días después, llamó a su esposo y le avisó que no regresaría.
SO/LL