Gustavo Pecoraro se acercó a la Comunidad Homosexual Argentina, la CHA, cuando era un adolescente: quería saber de qué se trataba la militancia por los derechos sexuales. Escritor, periodista y crítico, desde hace cinco años es uno de los organizadores de las Jornadas Homenaje a Carlos Jáuregui, que terminan mañana.
En un colectivo de la línea 60 Gustavo Pecoraro tiene cerca un hombre que lee el diario. Es 1984 y sus hormonas adolescentes están a pleno. Entre los dos las miradas vienen y van. El hombre se acerca y sigue con ojo de caramelo eso que está leyendo: es la primera solicitada de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), en la que se reclama que la policía termine con las razzias y detenciones en los boliches gays. Después del viaje, Gustavo pide en el primer quiosco que se cruza un ejemplar del mismo diario y agenda la dirección de la CHA, adonde va al otro día:
-Cuando llegué a la sede me abrió Carlos Jáuregui. En ese momento yo era un joven que recién salía de la secundaria y participaba del MAS (Movimiento Al Socialismo). Quería saber de qué se trataba la militancia por los derechos sexuales, porque desde chico tuve en claro mi orientación. Él era una persona inteligentísima para absorber información, me escuchó y ese fue el comienzo de una relación muy cercana de compañeros y de amigos. Aún en las diferencias políticas que teníamos fue una de las personas que me cambio la vida y me marcó en lo que fui perfilando para mi futuro.
Gustavo participó de las primeras asambleas de la CHA, en las que se luchaba para que las persecuciones policiales terminaran. “La oficina de la CHA se movía en grupos de distintas características ideológicas o de pertenencia. Teníamos una agenda de actividades y salidas a volantear a los boliches donde a veces se generaban situaciones chocantes, porque era una época complicada para ser activista de los derechos LGBTI. A muchos no les gustaba que se metiera ‘la política’ en los boliches, aunque con los allanamientos se empezó a generar una conciencia que si no había unión la policía te pasaba por arriba y extorsionaba para que le des plata”, cuenta a Infojus Noticias.
Incluso terminada la dictadura, la Brigada de Moralidad de la Policía Federal siguió con las detenciones a los hombres que caminaran, miraran o hablaran insinuando una sexualidad no heteronormada. La arbitrariedad que planteaban los edictos policiales, que sancionaban a “aquellos que públicamente incitaran u ofrecieran actos carnales”, estaba legislada en el inciso segundo H del Código de Contravenciones. De travestis y transexuales ni hablar. A menos que fuera carnaval, salir a la calle con la ropa socialmente asignada a un género diferente a la condición biológica era castigado por “escándalo público”. En ese contexto de hostigamiento, asumirse homosexual lesbiana o trans comenzaba a ser una posición política.
“Además de sostener una actividad militante y de discusión, la CHA apareció como un espacio de sociabilización para charlar, contarse las ideas, llevar dolores y también la diversión, el levante y buscar novio”, dice Pecoraro. En esa primavera alfonsinista habían reabierto muchos bares y discos gays en la ciudad de Buenos Aires. En uno de esos lugares un día cayó la policía, se llevó detenidos a los dueños y los amenazaron hasta que tuvieron que dejar el país, a la vez que clausuraron el local. “Esto provocó una reacción entre toda la gente que ya había abandonado la militancia. Se clamó por una reunión abierta en Contramano, la disco pionera: esa fue la asamblea fundacional de la CHA”, escribió Jáuregui, que fue el primer presidente de la organización.
El activismo de hoy
Gustavo quisiera ver que la esencia del activismo que promovía Jáuregui estuviese más presente a al momento de unir fuerzas para lograr transformaciones culturales. “Me interesa como fenómeno colectivo la Marcha del Orgullo, porque se trata de personas que participan masivamente y se adueñan de la calle. Hay gente que con dedicación pone su laburo y el tiempo para garantizar la organización, pero la Marcha no es quien la organiza. Ganar la calle y reivindicar la diversidad con alegría es una posición política: es tomar el espacio público porque tenemos libertad y es nuestra, porque ya no tenemos miedo para salir con caretas como en los ‘80 y ’90, cuando había que taparse porque te podían echar del trabajo como le pasó a Jáuregui o a César Cigliutti. Creo en las construcciones colectivas y la unión para sumar fuerzas, porque las diferencias tienen que estar, pero para sumar”.
La relación íntima de Gustavo con la escritura y la lectura empezó de muy chico, cuando pasaba varias horas al día pegado a las revistas Nippur o Intervalo. Hasta los 9 años vivió en Mar del Plata, y si bien no era lo que se conoce como un “traga”, estudiaba mucho para llegar a sus objetivos: “Me iba bien en la escuela porque me esforzaba para que me dejaran ir a pasar los veranos con un amigo que tenía en Rufino, Santa Fe, donde nació mi vieja. Como no me llevaba ninguna materia, me iba en enero y volvía en marzo. Pasaba unos veranos geniales. Recuerdo mi infancia como una constante búsqueda de conectar con mis deseos. Entonces ya sabía mi elección sexual y me la bancaba, no era que lo andaba gritando pero tampoco me reprimía los sentimientos”.
En 2000 Gustavo se fue a vivir a Madrid y estuvo diez años en Europa. Cuando volvió en 2010 se encontró con una Argentina muy diferente a la que había dejado: el Matrimonio Igualitario recién aprobado y dos años después la ley de Identidad de Género. Desde ese momento que conduce el programa El Vahído por radio La Tribu, promueve la igualdad entre las personas que como él viven con VIH. También es uno de los organizadores de las Jornadas Homenaje a Jáuregui, que esta semana tienen su quinta edición y terminan mañana con actividades en la Plaza Carlos Jáuregui (Cochabamba al 1700), y que incluirán el izado de la bandera del orgullo, una feria de libros infantiles LGTBI, la murga Baila la Chola y actividades para ninxs con Jacinto y Wa-Wa.
El año pasado Gustavo compiló su trabajo periodístico en medios como el suplemento Soy de Página/12 y La Marica Ilustrada. Palabra y Pluma, editado por La Mariposa y la Iguana, es de alguna forma su autobiografía. “Nuestras vidas políticas pasaron a ser combates. Nuestra salud, lucha. Nuestros cuerpos infectados, campos de batalla”, escribió.
-¿Un objetivo a corto plazo para el activismo LGBT?
-Algo que me parece revolucionario es que exista una nena como Lulú y una madre como Gabriela, que puede escuchar y ayudar a que su hija tenga una infancia feliz siendo trans. Nosotros podemos avanzar mucho políticamente y en materia legal de derechos, pero si el cambio no es cultural y educativo no vamos a avanzar tanto como podríamos. Si empiezan a aparecer más madres como Gabriela, miles de miles, van a crujir muchos prejuicios de la sociedad y a crecer generaciones de personas que podrán afirmar sus libertades desde pequeños. Eso sería el gran cambio cultural.
MM/RA